Jane Roe se llamaba Norma: la vida de la mujer que llevó el aborto legal a EE. UU.

Jane Roe no está viva para contarnos qué piensa de que la Corte Suprema vaya a anular la famosa sentencia que lleva su nombre, Roe v. Wade, la que legalizó el fracaso en todo EE. UU. Si lo estuviera, tendría seguro en torno a a un montón de personas intentando que dijera una cosa o la contraria, como las tuvo durante casi toda su vida. Y probablemente las decepcionaría de nuevo por no ser la heroína perfecta que esperaban.

Su serio nombre era Norma McCorvey y entró en la historia casi accidentalmente en 1970. Era camarera, estaba gestante y no quería estarlo. A los 22 abriles ya había tenido dos hijas, una criada por su superiora y otra dada en acogida. Aunque la mayoría de sus parejas eran mujeres, se había quedado de nuevo gestante de un aficionado y no quería seguir delante. La ley de Texas se lo impedía.

Dos jóvenes abogadas feministas se cruzaron en el camino de Norma. Buscaban un caso lo suficientemente bueno como para lograr a la Corte Suprema: una demandante que no tuviera posibles para alucinar a un estado donde estropear fuera ya admitido, para que eso les permitiera argumentar delante los jueces la pobreza de refrendar el procedimiento en todo EE. UU. Norma se convirtió entonces, para la honradez, en “Jane Roe”.

Su trofeo sumarial fue la de millones de mujeres estadounidenses, pero a ella no le solucionó nadie. Para cuando la Corte Suprema se pronunció, Norma ya había tenido al bebé y lo había legado en acogida. Nadie en el movimiento a gracia del fracaso le ayudó a encontrar un modo de interrumpir su gestación, pero su décimo en la trascendental demanda marcaría su vida durante el futuro medio siglo.

Un ídolo incómodo

Norma McCorvey no había tenido una vida realizable hasta aquel momento. Su superiora la maltrataba, y de adolescente acabó en una especie de reformatorio cuando la encontraron besándose con otra chica con la que había huido de casa. El hombre con el que se casó siendo todavía muy verde la maltrataba asimismo, y ella misma se definiría abriles luego como “una persona de la calle, borracha y adicta a las drogas”.

Todo indica que no siguió el proceso sumarial de su demanda con mucho interés, ni siquiera la publicación de la histórica sentencia que lleva su nombre. Sin retención, en los abriles ochenta empezó a colaborar con el movimiento a gracia del derecho al fracaso dando charlas y contando su experiencia. Era difícil que al principio no estuvieran contentos de tener a la auténtica Jane Roe en sus filas.

Norma McCorvey (izqda.) junto a la abogada proabortista Gloria Allred ante el Tribunal Supremo en Washington D. C., 1989.

Norma McCorvey (izqda.) conexo a la abogada proabortista Delicia Allred delante el Tribunal Supremo en Washington D. C., 1989.

Greg Gibson/AFP vía Getty Images

Sin retención, las activistas no tardaron en darse cuenta de que Norma tenía tendencia a mentir y a adornar sus historias. Estuvo abriles diciendo que el bebé que había querido estropear en 1970 era fruto de una violación, pero luego reveló que morapio de una relación consentida. Muchas siquiera entendían su interés en reencontrarse con esa hija, sobre todo cuando ya había legado en acogida a otra anteriormente y nunca la había buscado. La búsqueda, financiada por un diario sensacionalista, les resultaba extraña.

A Norma le gustaba charlar con la prensa, pero no acaba de sentirse a gracia en el acción directa feminista. Creía que, en su decano parte, las mujeres que empujaban el movimiento por el derecho al fracaso eran de una clase más adhesión que la suya, tenían más educación y pretendían convertirla en poco que no era. Fue entonces cuando sorprendió al mundo con un letra de 180 grados: “Necesitaba poco emocionante, poco que llamara la atención de los medios”.

El “trofeo Jane Roe”

En agosto de 1995, pocos días ayer de cumplir los 48 abriles, Norma McCorvey se convirtió en una “cristiana renacida” tras ser bautizada por el pastor evangélico Flip Benham, el líder de un asociación antiabortista llamado “Operación Rescate”. El gran símbolo de la lucha por el fracaso admitido en EE. UU. se pasaba así al otro mandato. Como dijo el entonces líder antiabortista Rob Schenck: “Norma era el equivalente a un trofeo de clase mundial”.

Norma McCorvey rodeada de jóvenes en una marcha contra el aborto en Austin, Texas, 2011.

Norma McCorvey rodeada de jóvenes en una marcha contra el fracaso en Austin, Texas, 2011.

Joe Raedle/Newsmakers vía Getty Images

La derecha religiosa estaba entusiasmado, no era solo el tipo de historia de redención de una pecadora que tanto gustaba a los suyos, sino que la redimida era la principal figura pública de la causa “enemiga”. Llevaron a Norma a todo tipo de manifestaciones y protestas, y ella publicó una nueva hechos en la que relataba su cambio de parecer y participó en multitud de documentales antiabortistas.

Sin retención, siquiera para ellos iba a ser la heroína luminosa que esperaban. Norma era tortillera y llevaba tres décadas con su pareja, pero sus nuevos amigos forzaron una ruptura pública poco convincente. Según Schenck, ellos le daban monises por temor a que diera un nuevo volantazo y regresara al mandato de la defensa del derecho al fracaso, pero: “A veces me preguntaba si Norma estaba jugando con nosotros, aunque no me atrevía a asegurar que desde luego nosotros estábamos jugando con ella”.

Sus sospechas eran ciertas. Poco ayer de fallecer, en 2017, Norma dio una entrevista para un documental estando ya muy enferma y describió su “cambio de mandato” al antiabortismo de forma suficiente clara: “Yo era un pez destacado y creo que teníamos poco mutuo. Yo me quedaba con su monises y ellos me ponían delante de las cámaras y me contaban qué asegurar. Y eso decía. Todo era teatro y lo hacía aceptablemente. Soy una gran actriz”.

Como con todas las palabras de Norma McCorvey, no hay guisa de asimilar si son del todo ciertas. La gran verdad de su vida es que tuvo el valencia de convertirse en Jane Roe durante unos abriles y, gracias a ella, el fracaso se convirtió en una posibilidad admitido para todas las estadounidenses, al menos hasta ahora.

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Norma McCorvey en 2005. 

Reuters

Puede que, más allá de eso, no tuviera una opinión tan sólido sobre el tema como muchos querrían, pero lo que dijo en esa última aparición fue: “Si una mujer verde quiere tener un fracaso, ¿por qué me tiene que importar? Por eso lo llaman referéndum. Las mujeres cometen errores y los cometen con hombres y pasan cosas. Así funciona la superiora naturaleza y no puedes pararlo, ni explicarlo, es simplemente así”.

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