Entre las cosas que funcionan mejor en nuestro entorno creo que debería figurar el servicio telefónico de emergencias asociado al número 112. Confieso haberlo utilizado solamente en dos ocasiones, y siempre para solventar contratiempos de tráfico ajenos. Lo cierto es que, en los dos casos, la respuesta de la persona que se encontraba al otro banda del teléfono fue impecable.
Tras tomar nota del problema en cuestión y localizarlo en el atlas, se derivó la decisión al cuerpo policial correspondiente, con el fin de solventarlo a la longevo brevedad posible.
La primera vez se trataba de rescatar un automóvil que había metido dos ruedas en la cuneta tras sobrevenir patinado por infracción de la cocaína. Escasamente vigésimo minutos a posteriori de la llamamiento apareció una tropa municipal que organizó la tarea de rescate unido con un grupito de voluntarios dispuestos a empujar.
Audar al prójimo en un día congelado es un entrenamiento muy reconfortante
El coche volvió a la calzada al primer intento, y todo acabó en un simple susto sin consecuencias personales ni mecánicas. Ayudar al prójimo, especialmente en un día congelado de invierno, es un entrenamiento de lo más reconfortante.
La segunda ocasión no tuvo un final tan eficaz, pero no por infracción del teléfono 112, sino por desliz de decisión policiaca. El problema era un coche con una rueda pinchada cuya propietaria no sabía cambiarla, pese a tolerar la de emergencia y herramientas.
Una hora a posteriori de avisar el suceso recibí la llamamiento de una central policial, indicando que el transporte estaba en un sitio donde no molestaba y que encargarse de la cabria o el rueda era cosa de aquella mujer.
La conclusión es evidente. Sería quimérico habitar en un país donde todos los agentes de tráfico ayudaran un poquito más a las personas en apuros.
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