Claudio Abbado dirigía las mejores orquestas con gran discreción. A diferencia de otras batutas, sus modos eran suaves y reflejaban serenidad incluso en los molto vivace o los fortissimo. Sin la frialdad de Karl Böhm, revivía en su rostro el mensaje de compasión universal que transmite la gran música. ¿Pero cómo dirigir a 80 músicos diferentes con el porte meditativo del preceptor milanés? De modo que le hemos preguntado a uno de los músicos que trabajó con él cuál era el modo de regir de Abbado desde el podio. Un director de orquestina es como un presidente de gobierno: lo difícil es ser obedecido. Nuestro amable interlocutor rebate: “Abbado hacía que los músicos nos escuchásemos unos a otros. Eso era lo fundamental para él: escuchar”.
Al momento pensamos que escucharnos, ajustar acordes para salir a acuerdos, es lo que se está perdiendo en las democracias liberales. Cuando el concorde desde la diferencia es lo que hace cachas a la democracia frente al falsificado unánime de la dictadura. Hablamos hoy del problema de las armas en Estados Unidos. Pero el problema no son ellas, sino, frente a todo, la muchedumbre y sus líderes. Lo mismo que en otros países, en que rotura acordado la civilización de escucharse unos a otros, el fundamento de la democracia. Se sacan votos clamando “Confianza o comunismo” y “Democracia o fascismo”. Es consecuencia de no escucharse. Cuando no nos escuchamos, el resultado es una pelea de gatos en el foso de la orquestina y un silencio militar en la sala del audiencia, donde se deberían oír voces y opiniones. Y aún peor que la vociferación es el silencio.
Escucharnos, ajustar acordes para salir a acuerdos, es lo que se está perdiendo en las democracias liberales
Cuando nadie se atreve a opinar lo que piensa, la democracia se tambalea. No nos atrevemos a pronunciarnos y cada vez en más cosas. Estamos en la bucle del silencio. Preferimos no susurrar: no porque seamos tontos o ignorantes; temamos romper un consenso o equivocarnos; creamos en los tabúes. Callamos, y así nos autocensuramos, por temor al otro. Si no le escuchamos, no sabemos lo que piensa y lo encasillamos como extraño o enemigo. Por eso, al final, le tememos. Y callamos.
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