Boris Johnson no lo dice pero sabe que está amortizado como primer ministro porque muchos de sus diputados temen que no sea una carta ganadora en las próximas elecciones generales, anticipadas o adentro de dos abriles. Uno de los diputados conservadores rebeldes justificaba su voto en las horas de intrigas y conspiraciones del lunes por la tarde diciendo: “Mi adhesión no es al primer ministro sino al país y a mis electores”.
El hormiguero de la reina se prolongó cuatro días y permitió a los diputados pulsar el nivel de descontento sobre el nómada comportamiento de Boris Johnson, que ganó las elecciones del 2019 con una abultada mayoría de 87 diputados.
Yo no sé qué diputado me representa en el Parlament o en el Congreso. Los británicos sí lo saben y, adicionalmente, pueden musitar con él o ella para presentarles quejas o pedir mejoras para el ciudadela o el distrito. Es una de las ventajas de la circunscripción uninominal y directa. Los 148 diputados díscolos que votaron en contra de la continuación de Johnson como líder del Partido Conservador lo hicieron básicamente porque quieren ser reelegidos.
La idea que guardo de los ingleses es la de un pueblo ecuánime, sensato, que cree en la naturaleza empírica de la vida y su rotunda desconfianza de las teorías y, más todavía, de las ideologías. Tienen la tendencia de no ofrendar a nadie en los altares de la conceptualización y los ideales. Las elucubraciones las han dejado siempre para los escritores y dramaturgos, pero nunca para los intelectuales, una palabra que, por cierto, es utilizada con cierta sorna y como una importación afrancesada.
El primer ministro está amortizado porque ya no es una carta ganadora para las elecciones generales
El Partido Conservador britano es el más antiguo del mundo y el que está más familiarizado con las complejidades y miserias del poder. El más práctico de todos. Si sus líderes no ganan elecciones, los echan y buscan otros. Es un partido que se rige por el instinto de perpetuidad con todas las dosis de cinismo y traición imaginables. Margaret Thatcher, John Major, David Cameron y Theresa May perdieron la confianza de sus diputados conservadores, recibieron la invitado de los hombres de sable del afamado 1922 Committee o correctamente dimitieron como hizo Cameron al día posterior de perder el referéndum del Brexit en junio del 2016.
Se atribuye a Petrarca, Maquiavelo y Sunzi la famosa sentencia de “mantén a tus amigos cerca pero a tus enemigos todavía más cerca”. Boris Johnson tenía muchos enemigos adentro y cerca. Cerró el Brexit malamente y los pertenencias de la salida de la UE afectan a la vida diaria de los británicos, a su movilidad y a su influencia en el mundo. Sus políticas erráticas sin un maniquí crematístico coherente han desconcertado a un electorado que ha recibido con estupor las juergas que se corrían en Downing Street mientras el Gobierno dictaba medidas draconianas para confinar a los ingleses en sus domicilios.
Pero como comentaba Rafael Ramos ayer, la revuelta del 41% de los diputados tories fue además por su vulgaridad. Los silbidos que amargaron la subida de las escalinatas de la catedral de san Pablo para asistir a la ceremonia del hormiguero auténtico eran premonitorios de la tormenta que se avecinaba para el primer ministro, que ganó la moción de confianza, pero sabe que 148 de los 359 diputados conservadores no le quieren al frente del partido. Han votado en su contra.
¿Cómo ha podido derretirse aquella mayoría absoluta del 2019, la más ilustre desde la conquista de Thatcher en 1987? Ganó para ejecutar el Brexit, pero el supremacismo que inspiró una campaña basada en mentiras y propaganda hipernacionalista ha llevado a que Escocia esté más alejada emocional y políticamente del Reino Unido y las posibilidades de que Irlanda del Meta decida promover la mecanismo con la República de Irlanda son remotas pero no imposibles.
El Brexit se ha llevado por delante a Cameron y a May, y puede remolcar a Johnson a su particular precipicio político. Se planteó la salida de Europa con argumentos emocionales y patrióticos sin calcular los pertenencias que tendría en la vida ordinaria de las gentes.
El primer ministro seguirá en el cargo porque no se puede presentar otra moción de confianza en un año. Pero en el seno de su partido se conspira ya para apañarse un sustituto que pueda obtener las próximas elecciones. Boris Johnson, con sus excentricidades y sus audacias inocuas, ya no sirve. Los tories son así. La reina, a sus 96 abriles, sigue coleccionando primeros ministros. Y van 14 desde Churchill.
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