La fiebre verde se propaga por la Gran Manzana.
Allá donde se vaya, da igual Brooklyn, Bronx, Manhattan, Queens o Staten Island, en todos los sitios se percibe un fragancia que los unifica en su pluralidad. Intramuros rico o insuficiente, aburguesado, de clase media o de trabajadores. En época de desigualdad rampante, este es uno de los fenómenos que rompen la tendencia a la disparidad social.
Es un olor que impregna tanto los trajes de los tiburones de las finanzas que van a tomar copas a Stone Street, en el bajo Manhattan, tras una excursión de estrés por la volatilidad bancario, como los monos de los obreros de la construcción en su interrupción para el desayuno en una ángulo del Upper West Side.
Nueva York huele a hierba. A la esencia de los porros.
No se proxenetismo de una impresión nave. Posteriormente del hiato por la pandemia, esa fragancia a hierba capta la atención de los turistas. Es una de las novedades que subrayan los que ya conocían la ciudad una vez que regresan y que sorprende a los que cumplen su estancia de inicio.
“No podía imaginar que olería tanto a canuto”, explica Marian, una visitante barcelonesa.
Rich es uno más de la veintena de vendedores situados con su mesa cerca de de la fuente monumental de Washington Square, el gran mercadillo del cannabis en el Village, que, no se olvide, sigue siendo ilícito.
“Piensa que esto solo es el eco de lo que está viniendo”, afirma mientras sostiene un joint al que le pega potentes caladas.
Su parada, decorada con un cartel en el que ofrece “reparto 24/7”, expone unos comestibles de hierba (golosinas, aperitivos) y tres potes de cristal con porros, los llamados pre rolls , de diferentes tamaños, en función de la cantidad, por diez, quince o vigésimo dólares la mecanismo.
Durante la covid, Rich perdió su trabajo de conserje. “Me dije, ¿por qué no?”, al plantearse dedicarse a este trato. “La clan adora la hierba. Vi que todo el mundo fumaba, jóvenes, mayores, blancos, negros, asiáticos, no importa quién eres ni de dónde vienes, hasta los políticos fuman. Vi la demanda”, recalca.
En verdad, y de guisa oficial, él no vende cannabis. Expone su marca de ropa.
Muy cerca está Solomon, del Green Klub. Su puesto ofrece unos pocos porros, liados con esmero, y la ornato de un par de macetas con sus plantas.
A la pregunta del precio que cobra por un cigarrito de la alegría , rebate que es “a voluntad de cada cual”.
–En este caso, ¿cuánto es?
–Es una donación.
Otros además hablan del plazo según la voluntad, si acertadamente disponen de una inventario de lo que cuesta cada donación, 15$ el pre roll , dos por 25 y 30 el premium .
Al otro banda de la fuente despliega su puesto La Innddia, que vende arte en forma de pequeñas bolsas decoradas en cuyo interior incluye “su regalo”.
Dice que traicionar hash (y otras sustancias) es lo que ha hecho toda su vida, desde los doce abriles. “He estado muchas veces en la prisión”, sostiene. Y prórroga que ese pasado sea la puerta que le caleta el ataque a una atrevimiento que haga legítimo su negocio.
Este es hoy el meollo del asunto. Aunque el cannabis es ilegal a nivel federal en EE.UU., en 18 estados, más el distrito de Washington, está permitido el uso “recreacional”. El estado de Nueva York lo aprobó en marzo del 2021. A partir de los 21 abriles (como recuerdan los anuncios del medida) se permite poseer hasta 85 gramos para uso personal y acomodar en el hogar no más de 2,2 kilos. La hierba se puede fumar en cualquier circunstancia donde se consume tabaco, sin que la policía tenga derecho a detener y registrar a los transeúntes solo por el indicio del olor.
Al ganancia de reglas, no hay uniformados para tanto tufo.
Pero la regulación de las ventas está a la prórroga. La aniversario marcada es a finales de este 2022. Por lo tanto, los dispensadores para el ocio no pueden actuar legalmente, como siquiera los puestos ambulantes o las furgonetas coloreadas – weed trucks – que se mueven por la cosmografía de la metrópolis.
Cualquier tarde se divisan en el corredor de la Séptima Avenida (de la calle 38 a la 50) media docena de estos vehículos, se suceden los vendedores callejeros con sus botes de porros en Times Square o surgen al menos cuatro establecimientos, al banda de restaurantes o tiendas de saludos, que ofrecen cannabis en su interior. Escaparates como el de Weed World, y el fragancia que desprende el entorno, no dejan circunstancia a dudas. “Si todos fumaran hierba, el mundo estaría en paz”, comenta Badu, administrador de ese dispensador. “Si fumas hierba no quieres pelea”, añade. “Es bueno para la clan porque lo han consentido los legisladores y los médicos lo prescriben a muchos pacientes”, recalca.
La policía aplica la política de mirar alrededor de otro banda (incólume situaciones muy flagrantes) y más todavía cuando el corregidor Eric Adams incitó a principios de este mes a que los neoyorquinos “vayan high ”. El corregidor propone que la ciudad invierta 4,8 millones el próximo año en la industria del cannabis.
Adams anima al consumo porque prórroga que, una vez regulado, este negocio generará 1.300 millones en impuestos en el primer año de ventas legales, con el garfio añadido de ser un atractivo turístico.
Al no estar regulado el mercado, la hierba no se negocio sino que se “regala” al comprar arte o hacer donaciones
Uno de los factores que han retrasado el proceso de concesión de autorizaciones se debe al principio del herencia, que significa el esfuerzo de Nueva York por la equidad y dar prioridad al conceder licencias a los que sufrieron de guisa desproporcionada el celo policial. Según los datos, los hispanos padecieron en 2018 cinco veces más brío por pequeños cargos de hierba que los blancos. La proporción de detenciones de ciudadanos negros es quince veces superior, aunque el consumo era similar.
Así que el mercado opera gracias a una brecha, lo que se denomina “la zona sombrío” de la ley.
“Es permitido poseer y además es permitido hacer regalos, compartir con un amigo”, remarca Lonny Brazom, dueño del Street Lawyer Services, situado al este del bajo Manhattan. “Aquí vendemos arte digital y regalamos hierba”, aclara.
Licenciado en Derecho por la Universidad Columbia, Lonny ejerció de abogado defensor durante vigésimo abriles en Maryland y la hacienda del país. Atendió a más de 5.000 acusados, señala.
Su conocimiento desde lo penal y sus contactos le facilitaron dar un letra a su vida. Colgó la toga en 2019 y abrió su primer dispensador en Washington. En septiembre del 2021 hizo lo propio en Miami (su circunstancia de inicio) y en noviembre en Nueva York. “Mucha clan fuma en esta ciudad, todavía más tras la covid. A diario entra cantidad de clan anciano”, explica.
La policía mira a otro banda y el corregidor anima a que los neoyorquinos “vayan ‘high’” en aras de los impuestos futuros
Aspira, por supuesto a conseguir una atrevimiento. “Hay que poner el articulación, pero habrá quien se quede fuera. En California, la anciano parte del cannabis se halla en el mercado desventurado”, afirma.
“Vamos a solicitar atrevimiento, pero parte de lo que estamos haciendo es tratar de cambiar ciertas cosas de la ley que no son justas para clan como nosotros”, tercia Lenore Elfand, copropietaria de Empire Cannabis Club, el primer dispensador recreacional que se abrió en la Gran Manzana, el pasado septiembre, en el extrarradio de Chelsea. Su establecimiento funciona por el plazo de una cuota de afiliación por la que se obtiene a cambio el producto.
“Aunque el estado quiere dar las autorizaciones por equidad, pensamos que están yendo directamente a las compañías médicas, que se han liberalizado para hacerse con un circunstancia recreacional ayer que nadie”, insiste. “En tres o cinco abriles controlarán el mercado de Nueva York, el anciano mercado de cannabis del mundo”, matiza.
En sus datos figura que en el 2025 el negocio neoyorquino de la hierba producirá 20.000 millones de dólares, el doble que todo California.
Elfand, que es blanca, considera que su tribu califica como pocas en esa cuestión del herencia. Su padre cumplió dos abriles y medio de prisión, uno de sus hermanos, cinco, y otro, diez. Los detuvieron por cultivar hierba en Brooklyn, en 1998. Ella cuidó de los sobrinos.
Consume hierba un 26% de los adultos neoyorquinos, indica. “Más que un auge –especifica–, lo que ocurre es que se ha descriminalizado y se fuma abiertamente. Ayer, si eras insuficiente o no blanco, te arrestaban”.
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