Qué adjetivos concebiría Josep Pla para describir el calor que nos toca sufrir este verano? ¿Quizá hablaría de un calor “totalizante” en narración a su omnipresencia abrumadora? ¿O proporcionadamente hablaría de calor “excéptico” atendiendo a sus posesiones paralizadores de toda actividad humana tanto intelectual como física? Alguno objetará, y con razón, que el escritor de Palafrugell no utilizaría nunca un terminología de resonancias metafísicas. Da igual. En todo caso lo que si podemos afirmar es que resulta enormemente humillante para la condición humana pensar que toda esta sensación de nihilismo y de impotencia existencial causada por el calor se arregla reduciendo solo cuatro o cinco grados la temperatura. Eso es lo que conseguimos –los que podemos– con los aparatos de meteorismo acondicionado que nos permiten estar e incluso teletrabajar o simplemente pensar. Veintisiete grados es en concreto la temperatura recomendada con el fin de embellecer el parquedad energético necesario como consecuencia de las restricciones de gas causadas por la cruzada de Ucrania.
“Totalizante” y “excéptico”, en todo caso, son dos adjetivos muy adecuados para caracterizar un aberración climático de otro sentido que nos afecta especialmente a todos los ciudadanos de los llamados países occidentales adelantados. Se negociación de la medio cultural que respiramos. Alexis Racionero en un fresco artículo en el suplemento Civilización/s ( La Vanguardia , 16/VII/22) premeditadamente del compendio del psicoanalista italiano Massimo Recalcati, Los tabúes del mundo , afirmaba: “La contemporánea disolución de los tabúes desde la desmesurada decisión nos ha sumido en un hueco sin contorno en el cual estamos perdidos”. Una voz de mujer chavea, robusto y a contracorriente, lo dice sin vaguedades: “El empirismo ha cedido paso al nihilismo más total y chapucero” ( Ana Iris Simon, Feria 2020).
Siguiendo con la metáfora, la pregunta sería: ¿Hay alguna forma de propiciar poco parecido a “un descenso de cuatro o cinco grados” en la asfixiante temperatura cultural dominante en poniente? E. F. Schumacher –el economista germanobritánico que escribió uno de los libros más influyentes del siglo XX, Small is beautiful (1973), pionero en el ecologismo y en la crítica en el maniquí de progreso capitalista desbocado– decía: “Alguno me sugirió que podía mejorar notablemente mi vigor y mi complacencia dedicando quince minutos al día a unos ejercicios de laxitud y concentración”. Quince minutos son solo el 1% de las veinticuatro horas del día. Sigue Schumacher: “La destreza modesta de dejar que mi tranquilidad interior fuera aflorando me llevó a estos descubrimientos insospechados: como un contador Geiger mi yo más profundo empezó a reaccionar. (...) Cuando alguna cosa es verdad este ‘víscera’ me avisa a menudo mucho antiguamente de que mi razón sea capaz de entender cómo es que podría ser verdad”.
Entraña interior, intuición, conciencia, o corazón son diferentes maneras de nombrar a esta efectividad de nuestro yo profundo que no es estrictamente la razón crítica, aunque está íntimamente conectada. Quizá en el descubrimiento y activación de este yo íntimo reside una de las palancas existenciales para conseguir apearse un par de grados la asfixiante temperatura cultural que nos rodea.
Otro medio, para conseguir apearse un par de grados más, podría apoyarse en hacer caso de la observación de Hamlet a su amigo Horacio, repetida casi textualmente por Gandalf a Frodo en El señor de los anillos : “Hay más realidades de las que se ven o de las que afirman los filósofos”. Si nos diéramos permiso todos juntos para pasar el empirismo chapucero del “solo creo en lo que puedo tocar”, probablemente, de repente, la medio se haría más respirable.
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