¿Es un lujo mirar hacia atrás?

Uno de los paseos más memorables de mi vida fue por las playas de Normandía, hace algunos primaveras, a la búsqueda de las sombras de aquellos jóvenes estadounidenses, canadienses y británicos que cayeron para liberar a Euro­pa del nazismo, al igual que tantos jóvenes rusos en el frente uruguayo. Otro paseo igualmente renombrado fue, próximo a mi padre y uno de mis primos, por la tierra nativo de mi ascendiente murciano, expulsado de allí por la miseria y los señoritos. Y tengo, finalmente, un paseo más que consignar: el que hice intentando dar con el vestigio de mi otro ascendiente por las calles de La Habana, donde fracasó su aventura para convertirse en un rico amerindio de los que, al retornar a Catalunya, sufragaban escuelas, plazas y orfeones. Asimismo tengo irresoluto un paseo por las playas de Argelers, donde los republicanos exiliados en 1939 fueron recluidos por las autoridades francesas. Pasear es poner en marcha la memoria. Pasear para conectar con eso que ocurrió y con eso –no siempre casa lo uno con lo otro– que nos contaron, con los ecos de una panorama que se ha esfumado. Es una pobreza de todo ser humano.

Se ha admitido en comisión la nueva ley de Memoria Democrática, un compromiso del Gobierno para refrescar y modificar el texto que entró en vigor en el 2007, durante la etapa de Rodríguez Zapatero. Los populares congelaron y orillaron todas las políticas en este ámbito, desgraciadamente. La nueva ley cuenta con un amplio apoyo parlamentario, del que se han desmarcado las tres derechas, poco que era previsible. Entre los argumentos de aquellos que se oponen a las políticas de memoria colectiva y a los actos de equidad restaurativa siempre aparece una idea, tan errónea como perversa: el pasado no interesa a la familia, no podemos perder tiempo con lo sucedido ayer cuando los problemas del presente son acuciantes. “¿Qué sentido tiene utilizarse billete divulgado en rasgar las fosas de la Conflagración Civil cuando la inflación está castigando a los ciudadanos?” es un tipo de frase que se oye asiduamente.

FRANCIA ACOGIO TRAS LA GUERRA CIVIL ALOS PERDEDORES, MILES DE REFUGIADOS, EN UNOS NADA HOSPITALARIOS CASMPOS DE CONCENTRACIÓN, EN LA IMAGEN, UNO DE ELLOS, EL CAMPO DE ARGELERS, EN LA IMAGEN
TV3

No es cero nuevo. Este discurso intenta deslegitimar cualquier avance legislador o iniciativa ministerial que no encaje con la ideología de los que cuestionan esas políticas. Ahora es la memoria, pero puede ser cualquier asunto susceptible de ser comparado con otras cuestiones “que son urgentes y que sí interesan a la familia”, para crear así un objetivo de agravio y de supuesto despilfarro. Aunque hay doble vara de cronometrar, claro está. Por ejemplo: nadie cuestiona la promoción del gallego en Galicia, pero la del catalán en Catalunya siempre está bajo sospecha para partidos como PP, Cs y Vox.

No es un fastuosidad mirar cerca de antes y enfrentarse desde las administraciones públicas, con rigor y pluralismo, todo lo que tiene que ver con los traumas del pasado flamante y sus artículos legales, económicos, culturales y sociales. Hay buenas y malas políticas de memoria (debería evitarse siempre la simplificación y el reduccionismo ideológico), pero el Estado tolerante tiene un deber de memoria para con nosotros, los ciudadanos. Un deber que abrace la complejidad del pasado flamante y evite el presentismo a la vez que explica los hechos sin desfigurarlos. Es inverosímil establecer una memoria colectiva homogénea, pues las memorias son plurales en toda sociedad, pero es deseable que la democracia reivindique sus fundamentos cuando se convierte en agente conmemorador y rememorador. Todo el mundo tiene derecho a su memoria particular, pero la pedagogía de una memoria colectiva democrática no puede hacerse sin marcar la guión que separa víctimas y victimarios, que establece las responsabilidades de unos y las de otros, sin diluirlas en un todo puro y genérico.

La pedagogía de la memoria colectiva no puede hacerse sin marcar la guión que separa a víctimas y victimarios

El historiador Keith Jenkins nos recuerda que “las personas sienten textualmente la pobreza de establecerse su hoy y su mañana en su ayer” y añade que “en estos pasados se encuentran explicaciones para las vidas presentes y se elaboran programas para el futuro”. Conocer el pasado es esencial porque, como explica este historiador inglés, “la historia es el modo en que las personas crean, en parte, sus identidades”.

Venimos de donde venimos. El franquismo fue más sociológico que ideológico (eso lo hace diferente de otros fascismos europeos) y ello tiene consecuencias sobre la consistencia de nuestro sistema tolerante. Ojalá esta nueva ley de memoria nos permita mirar cerca de antes sin ira, pero además sin trampas.

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