Se acerca el momento para que el BCE suba tipos de interés y defina el mecanismo para el control de las primas de aventura del sur. Hubo alivio cuando anunció esto extremo: a diferencia de otros momentos, el faja está dispuesto a intervenir ya. Pero no están claros muchos de los detalles de su posible representación, ni siquiera son fáciles de solventar las posiciones contrarias de Alemania y otros países. Déjenme citar tres relevantes problemas que afronta la institución.
Primero, instrumentación técnica. ¿Quién, cuando y con qué criterios se fijan los límites a las primas de aventura? La desatiendo de claridad puede causar dificultades no menores, aunque todo es posible: dada la intervención del BCE estos últimos abriles, las señales de los mercados sobre la solvencia de cada país han desaparecido.
Lo que sucede estos días muestra que a la que una crisis emerge, la estabilidad del euro trastabilla de nuevo
Segundo, problemas legales. El Tratado de Lisboa prohíbe el rescate de países y, sobre esa pulvínulo, se planteó hace unos abriles la demanda en presencia de el Tribunal Supremo teutón de Karlsruhe, exigiendo que el Bundesbank teutón se retirara de las compras de deuda. Veremos poco parecido esta vez, añadiendo razones a las esgrimidas entonces. Más aún cuando las famosas OMT ( Outright Monetary Transactions ), que conjuraron la crisis de la deuda en 2012, están ahí y el MEDE dispuesto a la negocio de deuda del país que lo demande. Pero ¡ay!, con el requisito de reformas y la venida de los hombres de desventurado a corroborar su cumplimiento.
Finalmente, aptitud económica. Si el BCE adquiere deuda de los países del sur, de buen seguro que sus tipos de interés se contendrán. Pero ¿a qué coste? Entre otros, al de posponer el período en el que sus finanzas públicas, y la bienes que las sustentan, avancen en el camino de alternativa de sus dificultades crónicas y, aparentemente, insalvables.
En un contexto de creciente irritación ciudadana, con la inflación crepitando, la reemergencia de las pulsiones populistas aparece como imparable. Y, de buen seguro, que el BCE lo tendrá en cuenta para excluir, una vez más, al sur: los hombres de desventurado serían un reprobable aviso a unos italianos que afrontan elecciones generales en el 2023, dónde parece que triunfarán las opciones euro-escépticas.
Lo que está sucediendo estos días muestra que, a la que una crisis emerge, la estabilidad del euro trastabilla de nuevo. Incluso el todopoderoso BCE no lo puede todo: así lo indican las dificultades que afronta para compatibilizar subida de tipos, control de las primas de aventura y depreciación del euro (cerca ya de la paridad con el dólar). Por ello, no olvidemos que la permanencia de la moneda única es cosa de todos: los del ideal, sosteniéndola; los del sur, convergiendo con aquellos para consolidarla. Y aunque ahora el BCE ayude, el futuro del euro depende del comportamiento del sur. Del nuestro, incluso, por descontado.
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