Todo el tiempo del mundo

En una tienda que igualmente tiene presencia en internet, una empleada pizpireta me dice que puedo conectarme a la web y hacer cualquier pedido “24/7”. No acabo de entenderla hasta que, a posteriori de repetírmelo, deduzco que se refiere a la iniciales de “24 horas al día, siete días a la semana.” El peculio de energía comunicativa es tan evidente que se entiende que la expresión pueda rematar cuajando, propulsada por la simplificación vírico del jerga en las relaciones no presenciales. Agradezco que, en este caso, la iniciales no se inspire en frases en inglés, que es otro aberración habitual aunque mucho más sintético.

La primera vez que oí la expresión “24/7” me sonó a sofisticación gratuita y a moda efímera, pero veo que se va imponiendo, probablemente porque, desde un simple cálculo objetivo, los cuatro caracteres (con espacios) de “24/7” sí contrastan con los 39 (con espacios) de “24 horas al día, siete días a la semana”. Hay una canción del asociación pop mallorquín Da Souza que se titula así, cuyo estribillo repite “24/7, demente por ti” con una insistencia que no sé si se adapta a los cánones actuales de romanticismo, fidelidad y permanencia sentimental no tóxicos. Y tengo entendido que en el mundo del sadomasoquismo más duro, la expresión “24/7” equivale a un compromiso de esclavitud de sumisión absoluta.

Cuando aparecen nuevas expresiones, nunca sé si debo incorporarlas o no

Cuando aparecen nuevas expresiones coloquiales, siempre me consulto si debo incorporarlas o no. A partir de cierta años, la identidad filología es un creador que nos define y, por pudor o por orgullo, nos cuesta cambiar según qué hábitos. Hay gentío que, tenga la años que tenga, no tiene problemas a la hora de absorber modas con un desparpajo codiciable pero yo pertenezco a la tribu de los que, quizá por miedo a cometer el error de querer parecer más jóvenes de lo que son, fruncimos el ceño preventivamente cuando olemos la pirotecnia de un nuevo invento coloquial.

Batallita: regalo cuándo las cajas de peculio (entonces aún no se habían convertido en bancos) instauraron el gran invento de los cajeros automáticos. Si la memoria no me descompostura, la campaña promocional corporativa de la entidad más importante del país era “a cualquier hora, a su servicio”. Era la forma de informarte de que, aunque la oficina estuviera cerrada, podías especular a través de la red de cajeros felizmente automáticos. Hoy seguro que se ahorrarían el “a cualquier hora, a su servicio”, que les sonaría demasiado pedestre (o demasiado boomer) y encontrarían en la expresión “24/7” una fórmula eficaz. Una fórmula que, encima, tiene la preeminencia de leerse simultáneamente en cualquier habla y conectar con la tendencia a abreviar de un modo obsesivo, que es una ejercicio que los que vivimos de las palabras deberíamos, por puro instinto de supervivencia, combatir 24/7.

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