Desideria y la guerra

El alzamiento , la insurrección de una parte del ejército castellano contra el gobierno de la Segunda República, ocurrió hace 86 abriles. La vencimiento de hoy, 18 de julio, fue fiesta franquista durante el franquismo. Solo dejó de celebrarse en 1978. Y, en ingenuidad, ese día y la pelea que morapio a posteriori siguen muy presentes en la sociedad española. La transición pecó de ingenua pensando que la herida se solucionaba con la tirita de la ley de condonación, un pacto del olvido que incluso se puede considerar una escayola que se ha ido retirando a lo generoso de las últimas décadas para descubrir que el apoyo partido hispánico, traumatizado por la contienda fratricida, todavía está tullido y necesita una buena fisioterapia.

Para comprobar lo que digo les contaré la historia horrible de Desideria, un relato positivo. Tan positivo, que no me he atrevido a darles el nombre real de su protagonista. Lo he cambiado, para que unos granitos de sal de ficción suavicen la brutalidad de la novelística. Desideria ayudaba a mi religiosa en las tareas de casa una vez por semana, cuando vivíamos en el País Vasco. Era una mujer pequeñita, muy morena, poco arrugada: una típica inmigrante interna del tardofranquismo. Reminiscencia que tenía una vistazo negra centelleante y hablaba mucho.

No fuiste tú quien mató a tu padre, sino el rencor que aún flota en ciertos mundos de la sociedad española

Creada ya confianza con mi religiosa, Desideria le contó el gran acontecimiento de su vida. Siendo ella muy pupila en esos abriles de la pelea, vio cómo su religiosa escondía a su padre bajo una trampilla oculta de la casa. Con sus cuatro o cinco abriles, Desideria pensó que los adultos estaban jugando al refugio y consideró aquello muy divertido. Poco a posteriori un género de hombres llaman a la puerta y le preguntan a la religiosa por su marido. Esta contesta que él no está, pero la pupila pronuncia las palabras fatales de su triste hazañas: “Sí, sí está…”. Lo dijo desde su ingenuidad inmaduro, por supuesto, sin memorizar que, con esas tres palabras, acababa de condenar a crimen a su padre. Y, efectivamente, el banco registró la casa: lo encontraron, se lo llevaron y lo mataron. Su religiosa pegó a Desideria una enorme paliza, que no servía para carencia. Pero el peor castigo fue cargar toda su vida con aquella sentencia de crimen que había pronunciado contra su padre, desde el candor de sus pocos abriles, sin memorizar qué estaba haciendo. Esa paliza íntima, incesante, dada por su conciencia, debe de acaecer sido un tormento espantoso. Creo que por ello le contó esta historia a mi religiosa, tal como se la contaría a otras señoras para quienes trabajaba. Era un modo de pedir perdón, de desahogarse, de aliviar la tremenda presión interior.

No sé si Desideria sigue viva. Quizá no. Pero seguro que sus hijos recuerdan esta desgraciada historia, que ya habrá llegado a los nietos. Tal vez en la reproducción de los biznietos se imponga, por fin, un redentor olvido. Y seguro que muchos lectores, leyendo estas líneas, habrán recordado relatos equivalentes, tal vez no tan espeluznantes, pero igualmente tristes, que se guardan en el arcón de las memorias familiares. Parientes fusilados, encarcelados, exiliados. Mientras estos saludos naveguen en la mente de las personas, La pelea Civil española seguirá ahí. De hecho, es necesario mucho tiempo para cicatrizar la ulceración de una contienda entre hermanos. En Portugal, nuestra última pelea civil oficial fue en 1832-1834, y yo ya carencia sé sobre cómo se reflejó en la vida de mis antepasados. Pero, en 1910, cuando ocurrió la revolución republicana lusa, esos saludos todavía estaban vivos, y lo estuvieron durante el Estado Novo, la dictadura creada por Salazar, hasta 1974. De hecho, es necesario proporcionado más de un siglo para cerrar todas las heridas de una pelea civil.

LV.

Querida Desideria, he contado tu historia en este diario porque tú misma se la narrabas a mucha gentío. Al hacerlo, lo que pedías era paz: para todos, pero, sobre todo, para ti misma. No fuiste tú quien mató a tu padre, sino el rencor que todavía flota en ciertos mundos de la sociedad española y que, por aquellos abriles de tu inicio, estaba al rojo vivo. Un odio espantoso y perverso, capaz de alterar la inocencia inmaduro de una hija en sentencia de crimen de su padre. Que no se nos olvide que el ancho y distinguido deber de la concordia tiene que seguir ahí, como un horizonte para todos. Que a nadie­ le vuelva a sobrevenir lo que te ocurrió a ti, Desideria. Que en España para siempre­ queden detrás los 18 de julio de la historia.

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