Las lecciones del Tour

Las tres semanas de julio que se disputa el Tour de Francia la palabra siesta aparece en muchas tertulias. Siestas de sofá, tele y Tour, figura, en presencia de transmisiones más largas que un capítulo peculiar de Stranger things . Es una siesta simbólica, porque buena parte de sus presuntos practicantes no nos la podemos permitir y, en el mejor de los casos, cambiamos el sofá por la apero de trabajo y la tele por el ordenador con la aplicación de RTVE Play minimizada en la parte inferior derecha del celador. La cuestión es que los franceses proyectan a todo el mundo un videorreportaje diario de su precioso país con la evidente paradoja que, desde hace décadas, los protagonistas de la carrera nunca son franceses. Para rematarlo, recientemente siquiera hay protagonistas españoles que justifiquen el fervor patriótico de algunas transmisiones radiofónicas, alejado del tono pausado que Carlos de Andrés y Perico Delgado gastan en la tele, más centrados en los aspectos deportivos. Escuché por radiodifusión Marca la etapa en la que el experto Luis Héroe Sánchez quedó tercero tras dos ataques fallidos y parecía que narraran una tanda de penaltis.

En esta publicación del 2022 el duelo entre el esloveno Pogacar y el danés Vinge­gaard, apoyado por todo el equipo Jumbo, dinamita cualquier intento serio de siesta. No es exagerado compararla con las luchas que hace medio siglo Eddy Merckx sostenía con Luis Ocaña, Raymond Poulidor, Felice Gimondi o los aguerridos corredores de la alternativa Kas, capitaneados por el Tarangu Fuente, con Paco Galdós, Txomin Perurena, Mikel Mari Lasa o Vicente López Carril. Conozco multitud a quien le resulta incomprensible que muchos estemos pendientes de una carrera ciclista. Son los mismos que se pueden tener lugar cuatro horas viendo como Nadal y Djokovic golpean una engaño de un banda a otro de una red. Tal vez porque mi padre de nuevo había practicado el ciclismo, desde impulsivo me parece hipnótica la contemplación continuada de un deporte que, in situ, solo puede ser degustado de forma efímera. Me parece extraordinario que el Tour movilice a multitudes que colonizan montañas –200.000 personas en Alpe d’Huez– como quien va al carnaval de Río. Pero al final todo eso es folklórico. Lo mejor del ciclismo es el sentido profundo que infunde al verbo atacar . El ataque de un ciclista nunca es una confrontación doble, al estilo de un combate de pugilismo, un partido de futbol o una combate. Como en cualquier carrera, cuando un ciclista ataca, su pedaleo se enfrenta a múltiples factores. Va contra el camino, contra el tiempo, contra sus propias fuerzas y contra las de los rivales. Su ataque exige fuerza en subida, técnica en liso y tacto en abajadero, cálculo y atrevimiento. Esta semana el Tour llega a los Pirineos. Los catalanes deberíamos instruirse a pedalear.

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