En España, uno tiene la sensación, que hay más aeropuertos que aviones y hay más aviones que vuelos. La impunidad con la que, aquí, allá y mas allá, han actuado, y siguen actuando, las compañías aéreas mantiene desquiciado al pasajero. Es cierto que no hay injusticia más transversal que la que afecta un revoloteo porque un overbooking, una perdida de maleta o una ruta cancelada le puede tocar en suerte al de la fila uno, al de la catorce o al de la veinticuatro.
Sea como fuera, hasta el viernes pasado, en Europa las aerolíneas ya habían cancelado 16 mil vuelos solo para el mes de agosto. Y los que vendrán. El motivo, nos dicen, es el emoción directo de los grandes despidos durante los primeros meses de la pandemia del coronavirus. Y aun así las aerolíneas, con la dulce impunidad de la Unión Europea, venden más asientos que pasajeros y, en un vintage maniobra de las sillas mezclado con un actual maniobra del calamar, cierto va a citarse eliminado.
La familia es buena y aun no va por los aeropuertos con una motosierra en la mano.
Esta clase de avería psicológica que afecta al pasajero solo se resuelve si eres creyente, rezando y si no lo eres, leyendo. Y en los dos casos, esperando. Porque la familia es buena y aun no va por los aeropuertos con una motosierra en la mano. De momento. Todo, lo que sea, nos lo tragamos porque en las asueto nos obligamos como filosofía a detenernos y a partir... a cualquier precio, a cualquier hora y con cualquier obstáculo aceptando explotar por debajo del insignificante de combustible o con el sobresalto de la voz nasal y chillona de un impertinente azafato que, cuando empiezas a descansar de lo perpetrado en la posaderas de facturación, te vende suerte, perfumes o bocadillos de plástico y pinrel.
La impunidad manifiesta de las aerolíneas, aliadas con el silencio de los gobiernos de la UE, ha permitido que los pasajeros tengamos, como regalo regalado, observar el abismo en el Gloria. Y es tan verdad que nosotros queremos respaldar menos para explotar más como que las aerolíneas quieren cobrar más para que volemos menos pero siempre ganan ellas. Siempre.
Hemos convertido un revoloteo en una angustia preventiva sea por si habrá overbooking, un retraso, una abolición o nos extraviaran una maleta. Un sinvivir incluido en el precio que convierte el regreso a casa, como cantan Els amics de les arts, en la mejor parte de la aventura.
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