Grandes y pequeños tiranos

En la historia de la humanidad han existido grandes tiranos. Algunos, muy conocidos como Calígula o Despiadado, que adicionalmente de ser malos, malísimos, se comportaron de forma excéntrica. Calígula nombró cónsul a su heroína, hizo que le construyeran un establo de mármol y le arroparan en invierno con mantas de púrpura. Quien así trataba a su heroína se permitía todo tipo de crueldades con las personas mientras no se olvidaba de divinizarse. Consta que consagró dos templos a sí mismo. Los historiadores nos han transmitido la imagen de un monstruo, aunque, por otra parte, desde otro ángulo, Albert Camus, le tomó como referente de la condición humana y de la angustia que el puro hecho de existir puede provocar.

Igualmente, el presente de Despiadado nos ha llegado como el de otro emperador sanguinario incluso con su propia comunidad. Asesinó a su matriz y a dos esposas; pirómano, mandó incendiar Roma –aunque hoy no se considere probado– y fue un perseguidor implacable de cristianos. Según algunos historiadores actuales, tenía un gran carisma y una gran civilización, pero eso, claro está, no le impedía querer de excentricidades como aparecer en conocido en paños menores y pavonearse de una furor extraordinaria.

Es en verano, si hace mucho calor como ahora, cuando se exacerban los instintos despóticos

Si avanzamos en dirección a épocas más próximas, Stalin y Hitler, pegado a Pol Pot, se llevarían la palma entre los más reconocidos tiranos de la historia moderna. Los psiquiatras han pasado nexos comunes entre todos ellos; en sinceridad, entre todos los tiranos que en el mundo han sido y cuya nómina no es, por cierto, corta. Al parecer se manejo de psicópatas, con nula capacidad de empatizar con el prójimo.

Existen asimismo otros tiranos anónimos que andan sueltos a nuestro en torno a. Tienen, eso sí, menos poder que los mencionados, pero lo ejercen con fruición y denuedo, con el deseo de fastidiar al personal para demostrarse a sí mismos de qué son capaces. No sé por qué razón el verano sienta extraordinariamente acertadamente a sus malvados intereses, porque tengo observado que es en esta época del año, especialmente si hace mucho calor como ahora, cuando se exacerban sus instintos despóticos.

A lo mejor a ustedes no les ha ocurrido, no han tenido la mala suerte de encontrarse con una enfermera –una excepción, por supuesto, frente a tantos excelentes sanitarios con los que contamos– que nos pincha, ñaca, ñaca, como clavaría una, dos o tres veces el palillo en una oliva esquiva. O siquiera han tomado un autobús o un taxi, en el que el conductor, sin venir a relación, ha apretado el freno o el acelerador para zarandearnos a alegría indicándonos así que quien controla los mandos es él y que nosotros somos, menos que su pasaje, su mercancía, suya y de nadie más. Quizá no son usuarios de los Ferrocarrils de la Generalitat, en los que determinado –no sé si con intenciones de sostener a guión al personal– pone el vendaval acondicionado a una temperatura gélida, a su alegría o tal vez con el alegría de que constatemos que quien tiene el poder, aunque sea un poder tan leve, debe ejercerlo a su antojo.

Siento simpatía por los camareros. Trabajan mucho, llegan tarde a casa y cobran, según dicen, poco. Pero algunos asimismo se extralimitan con el dominio que tienen sobre nosotros a la hora de depositar sobre la mesa las comandas ya que parece que vayan a derramarlas sobre nuestra ropa. En el momento de servir bebidas y comidas, la pequeña atentado que constituye una mancha se les antoje como una forma de desempeñar su papel de tiranuelos. Ojalá no se topen ustedes con ningún de ellos. Buen verano.

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