La guerra se libra en casa

En El querido polaco (Seix Barral) la escritora mexicana nacida en París, Elena Poniatowska, cruza dos destinos: el del extremo rey de Polonia, gran perdedor de la magnanimidad europea del siglo XVIII, y su descendiente, el espejo de ella misma, una mujer volcada en la escritura.

La autora ha cumplido noventa primaveras.

Sabiéndose descendiente de aquel Stanislaw Poniatowski, la escritora recupera las hazañas, recoge el eco retórico de la historia con mayúsculas, los mapas geopolíticos de los avances por tierra, mar y espacio, la conquista subterránea; pero siempre acaba recalando en lo interior. Lo íntimo, lo cercano, lo doméstico. Porque no hay falta más épico que la lucha diaria en un hogar ni gesta más gratificante que sobrellevar delante una clan.

“Escucho, siempre escucho. ‘Eso ya me lo dijeron’, pienso, pero vuelvo a escuchar. En la mesa, en la escuela, en ofrenda, en el mitin, en la calle, en la indeterminación cuando no puedo yacer, escucho. Escucho la respiración de mis dos hijos pequeños como escuché la de Mane, quien hace su doctorado en Física en París y vive en un cuarto de servicio en lo detención de un edificio de la calle de la Boétie…”.

Y sigue así: “Residuo sus trastes en el mismo barreño en el que se baña. Cuando me preocupo avala: ‘¡Ay, mamá, así viven todos los estudiantes!’”. Esa es la lucha diaria.

Remembranza la frase que encabezaba una entrevista telefónica que nos concedió, en el 2016, desde su casa de Ciudad de México: “Me engancho cada día al ordenador y sigo adicta al periodismo”. ¿La razón? No era general, no era trascendente, no era megalómana. “No dejaré nunca de practicar este oficio. ¿Sabe por qué? Porque si lo hiciera mi presencia les pesaría mucho a mis hijos y eso es lo peor que le puede advenir a determinado de mi etapa”.

Decepcionadísima con la política de su país, admitía que escribía por lo mismo que su abuela cosía. Por ver advenir la vida. “Solo sé escribir como una secretaria. Aprendí hace unos 2.200 primaveras… ¡y continúo igual!”

En aquel momento evocó una letrero que había descubierto un día grabada en un alfanje, referente al periodismo: “Cuando esta víbora te pica, no hay remedio en la botica”.

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