Aquellos días de caldo y rosas para el FC Barcelona empezaron en Estados Unidos en el verano del 2017.
Los blaugrana están de dorso en paraje estadounidense, porque hay telarañas en la cartera (habrá otro clásico, como entonces, esta vez en Las Vegas) y, si se piensa en el pasado fresco, los augurios son para echarse temblar. Los tahúres del Strip ya no ven el mundo con el prisma azulgrana. El Barça ya no es el equipo de moda que era.
Aquella escuadra que entonces aterrizó con el tridente más poderoso que se recuerda (Messi, Neymar y Suárez), fía hoy su futuro en un punta centro de casi 34 primaveras (Robert Lewandowski), un extremo discreto del Leeds, conjunto más que ordinario de la Premier League (Raphinha), y otro atacante que se ha quedado porque ningún otro equipo estaba dispuesto a respaldar sus aspiraciones de destino (Dembélé).
Esto es de tridente a trifásico de café con un chorro de coñac para sumergirse en la complacencia que ofrece la nebulosa del estado ebrio. Al menos hasta que surge la resaca y más allá, el delirium tremens. No se olvide que la magnífica película Días de caldo y rosas de Blake Edwards (1962), título inspirado en una frase del poema Vitae summa brevis de Ernest Dowson, empieza como una comedia y se convierte en un terrible drama sobre los artículos del dipsomanía.
Aquel Barça del verano del 2017 irrumpió en el nuevo mundo en plena borrachera de éxito. Josep Maria Bartomeu, al frente de la expedición, incluso pudo saludar al ex presidente Barack Obama, uno de los admiradores del tiqui taca barcelonista que presenció la triunfo de los culés frente al Manchester United que entrenaba José Mourinho.
En Miami, para el clásicos de las Américas, se concentraron blaugranas llegados desde todos los rincones del continente. Entre la júbilo, sin confiscación, empezó a brotar la discordia, cimiento del desastre posterior actual.
La entidad había previsto numerosos actos. Todos quedaron ensombrecidos por el caso Neymar, tal vez omitido el fracaso de conquistar el récord Guinness por la convocatoria en Bryant Park de Nueva York para hacer el decano moyálico humano con la camiseta de un equipo.
No hubo récord, pero sí un tremendo adiestramiento de hipocresía y mentira asegurando que el brasileño seguiría en el club –con la inestimable colaboración del Twitter de Piqué– y despreciaría al PSG. Hasta el día luego del clásico cuando la mentira ya no cotizaba. A partir de ahí, el Barça cayó en el precipicio de la insignificancia.
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