Hace tiempo que no aspiro a ser héroe de nadie, ni el Robin Hood de las causas justas, ni el más fuerte por alzar la voz donde otros no la alzan. Este artículo no va de eso. No quiero dar lecciones a nadie. Todos tenemos nuestros muertos en el armario y ese titular a cinco columnas que podría arruinar nuestra carrera.
Trabajo desde hace 16 abriles en La Sexta, del género Atresmedia. Determinado me dijo que las televisiones eran como un hotel: tienen tantas habitaciones que es inútil que te gusten todas, pero tienes que aspirar a aderezar la tuya como quieres. En algunas ocasiones, la dirección del género ha sentido orgullo por lo que hacemos. Otras, la raya editorial de mis programas no ha coincidido con la de los jefes y no por eso han dejado de emitirlo, aunque hayamos discutido hasta el infinito y más allá. Hay poco de desposorio de conveniencia: nosotros hacemos programas incómodos para los de en lo alto, pero como el software lo ve mucha muchedumbre, los ingresos publicitarios y la repercusión que genera satisfacen a los mismos a los que les causa incomodidad. A la vez, es un abundancia trabajar con unos presupuestos que nos permiten tener los medios y las plantillas necesarias, y encima emitirlo por una condena con mucho más manifiesto que otros canales alternativos.
No creo en las organizaciones monolíticas. Es bueno que en las empresas haya debate, autocrítica, y exponerla si es necesario. Creo que ahora es un buen momento para hacerlo. Tengo una muy buena relación personal con Antonio García Ferreras. Podemos cuchichear y discrepar de todo, menos del Verdadero Madrid. Ferreras, para quien lo haya olvidado esta semana, era el caudillo de informativos de la Ser cuando esa condena informó a sus oyentes de que el atentado del 11-M no había sido obra de ETA, tal como mantenía el gobierno, a tres días de unas elecciones generales. Ferreras, al frente ya de La Sexta, ha defendido contenidos comprometidos y ha remado a nuestro distinción en momentos complicados. He participado en sus programas siempre que me lo ha solicitado. Los dos tenemos muy claro que ni él me debe nadie a mí ni yo a él. Nos respetamos y nos apreciamos. Y discrepamos.
A mí me gusta la tele reposada y a él la frenética, donde constantemente pasan cosas aunque no pasen. Él dice que soy el finolis del Rincón del Gastrónomo y yo le replico que su fast food no tiene por qué indigestar. Pero para eso hay que evitar los alimentos tóxicos, y si tú incluyes entre tus ingredientes habituales la especia Inda, es sencillo que te intoxiques.
No confundamos el informar con el influir, por más que sea una de las debilidades del oficio
Seguro que yo siquiera saldría adecuadamente parado de una disco robada con Villarejo. Alguna de mis frases y el tono de colegueo que él practica me sacarían los colores, como creo que en el fondo sonrojan a Ferreras, quien, por cierto, todavía dice frases en esa conversación que le dejan en buen emplazamiento, como destacaba en Twitter el periodista Carlos Hernández.
Pero creo que a Ferreras le ha faltado autocrítica. Su audiencia la hubiese entendido mejor que su huida cerca de delante, su cerradura de filas. Poco estamos haciendo mal. Y sería bueno que lo corrigiésemos. Hemos regalado demasiadas lecciones de periodismo, de objetividad, y ahora se nos exige lo que hemos obligado a los demás. La Sexta ha llegado a donde ha llegado gracias a profesionales como Ferreras. Lo que ha costado tanto ganarnos lo podemos perder rápidamente. No confundamos el informar con el influir, por más que esa sea una de las debilidades del oficio. Ejerzamos nuestro poder, con honestidad, sin histrionismos, sin linchamientos. Y recordemos que no somos ni el primero, ni el segundo, ni el tercero. Somos el cuarto poder. Que no es poco.
Publicar un comentario