El Tour se deseo primero con la mente y posteriormente se certifica con las piernas. Es tan importante la lucha de la psicología como la de la carretera. Lo sabe Pogacar, que el año pasado comió la ético constantemente a sus rivales, lo mismo que estaba haciendo en éste hasta que se le cruzó y se le atragantó el Granon. Lo tiene correctamente interiorizado Jonas Vingegaard, al que en el hotel en la cena, en el autobús durante la charla táctica y por el auricular durante la elevación del Alpe d’Huez no pararon de repetirle que solo tenía un objetivo: resistir. Que ni se le ocurriera perder la rueda del esloveno, que no le dejase crecerse, que no le diese ni un medida, que no podía darle ni la más mínima opción de recuperarse.
Así fue. Ni un segundo, ni medio medida, ni un tubular se separó el líder del doble campeón. No le dio vidilla. No le permitió subirse de nuevo al tren. Lo mantuvo a guión, de la forma más cerebral y descorazonadora que existe. Siempre pegado, siendo su sombra. Lo que ha juntado la militar del Tour que no lo separe el Alpe d’Huez.
Cero diferencias
Pogacar actuó tal y como se esperaba. Fue la viva imagen de un audaz herido. Estaba escrito que el esloveno atacaría al día subsiguiente de su desfallecimiento sonado y le estaban esperando
Pogacar actuó tal y como se esperaba de él. Fue la viva imagen de un audaz herido. Estaba cantando, escrito y telegrafiado que el esloveno atacaría al día subsiguiente de su desfallecimiento sonado. Quería mostrar que su hundimiento fue un mal día, un error humano por su nutrirse en condiciones y a tiempo. Quiso advenir página al instante, igual que Enric Mas, respondiendo con los mejores, haciendo la resaca con Thomas cuando Pogacar probaba al líder.
Pogacar, instintivo, quiso servir la venganza en caliente. Y, cómo no puede ser de otra forma, le estaban aguardando al torcer la ángulo. Tres veces arrancó el patriarca de filas del UAE y en ninguna hizo daño ni camino. No a Vingegaard, tan buen escalador como él. Aceleraba, se ponía de pie pero cuando giraba la individuo ahí estaba el maillot amarillo del líder del Jumbo. Inalterable e impasible. Inseparable.
Una resistor correctamente organizada
Vingegaard está pletórico, no se le ven grietas y tiene un equipazo a su servicio: el Jumbo llevó a cuerpo de rey a Kruijswijk y Kuss
La primera vez fue a cinco kilómetros de la cima, curiosamente idéntico marco que en el Granon. En ese espacio, el danés sacó casi tres minutos al esloveno. En cambio, el pillaje de Pogacar menos que nimio y escaso. Fue cero. Le sirvió, eso sí, para subir a la segunda plaza y desbancar a Bardet. Y nulo más. Quedó como un ofrecimiento al sol. De cara a la museo. El esloveno puede afirmar que quiere batalla y será muy cierto. Tanto como que Vingegaard está pletórico, no se le ven grietas y tiene un equipazo a su servicio: un Jumbo que llevó a cuerpo de rey a Kruijswijk y Kuss, los gregarios de la montaña, que al punto que habían trabajado en la Croix de Fer antiguamente de la última subida.
“Tadej me ha atacado. Era lo que esperaba. He podido seguirle por fortuna. Hoy no me he sentido mal pero todos hemos sufrido por el calor”, analizaba el líder. Un calor que subió todavía un par de grados con el multitud del Alpe d’Huez en 14 de julio donde volvió a aventajar un Ineos, Pidcock, como su compañero Thomas en 2018, la última vez que se llegó.
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