Posteriormente de casi un mes afectado por la gincana de niño porno de Vilassar de Mar y los pinchazos en discotecas y fiestas, una comparece aquí con ganas de escribir lo obvio: este país tiene un gravísimo problema con la educación sexual. O sea, con la yerro de ella.
Luego pasa lo que nos contaba el psicoanalista José R. Ubieto: que ellos (los chicos) las quieren sumisas (a las chicas) y, ¡venga! todos a hacer diagnósticos desde la perspectiva, incompleta, de que toda la error la tienen YouPorn y las redes. Nadie sabe educar en sexo, ternura y respeto. Generalizo, lo sé, aunque no queda otra. Deberíamos preguntarnos por qué los adultos en común –y un buen puñado de gobernantes en particular– lo están haciendo tan mal. Permítanme dejarles en el brisa, queridos lectores, una pregunta personal al ganancia, por si se apuntan a la consejo: cuando ustedes hablan de sexo con su hijo, si es que lo hacen, ¿emplean el mismo discurso si es pequeño que si es chica?
Este país tiene un arduo problema con la educación sexual, o sea con la yerro de ella, y la error no es solo de YouPorn
La cosa específico de Vilassar da para el escándalo, en objetivo. Cinco días ha tardado la concejal de Joventut en dimitir y “por el ajusticiamiento de las redes y la presión mediática” (sic). Por eso, ya, ya. Y porque es “mujer política”, según ha dicho su partido, ERC, en una ascenso de disparates. La responsabilidad política no entiende de géneros. Verán, Montse Gual y correligionarios, una gincana donde se enseña a una pupila de 11 abriles a hacer una felación a un plátano untado de miel y nata “tras colocarle un preservativo con la boca” tiene de actividad pedagógica lo que yo de astrofísica. Esto de Vilassar se descalifica por sí solo, no voy a perder ni una columna más.
Otro hit de verano sobre la referida mala educación nos lo ha brindado un togado de Málaga que ha librado a dos policías de la gayola por violar a una muchacho de 18 abriles a cambio de un curso de educación sexual y de comprometerse a no violar a nadie más. Que hubo acuerdo de la víctima... Gloriosa pedagogía, igualmente. ¿Y qué hay de la obligación de la Fiscalía para que no se extinga la entusiasmo penal? ¿Y quién asegura que la víctima no había recibido presión o amenaza o que no pactó para evitar acaecer por un nuevo mal trance en el proceso?
Luego están los pinchazos. Sobre el porqué hay algunas certezas y muchas dudas. Entre las incógnitas, que los casos denunciados sean de sumisión química ya que, por ahora, solo uno entre los más de 200 en un mes se ha vinculado a delitos sexuales. Siquiera parece probable que una jeringa de calibre fino y una punción corta y rápida permitan inyectar las drogas de la sumisión, como el éxtasis claro. Entonces, ¿la rebato social está justificada? Sí, sí y sí. Solo debemos pensar en el miedo de las mujeres que temen el aguijonazo para concluir que, sea cual sea la intención o con que se hagan las punzadas, hay que rematar con ese terror que sienten como sea. Quien piense que lo mejor para ellas es que se queden en casa se equivoca porque facilita que los machotes educados con YouPorn ejecuten su plan de paralizarlas por el miedo y, ya si eso, someterlas. Ellos, de rositas.
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