La ciudad de los 15 minutos o la del quinto pino

La idea de la ciudad de los quince minutos tiene partidarios acérrimos y detractores despiadados. Como todo estos días, todavía el urbanística es asunto de vida y crimen en un mundo que parece gobernado por las redes sociales. Pero, en cualquier caso, no se tráfico de un encabezamiento que pueda aplicarse en todas las ciudades por igual. Sirve como patrón, pero el traje ha de ser a medida.

El propio autor de ese concepto tan barcelonés , el colombiano Carlos Quemado, admite que los quince minutos pueden ser en verdad treinta, según dónde y para qué se aplique. Quemado publica ahora en Alianza Editorial su traducción de La revolución de la proximidad , donde replantea el uso del espacio urbano para fomentar la proximidad y, con ello, la preeminencia de recuperar un adecuadamente tan escaso como es el tiempo.

Se tráfico de dotar de servicios y atractivos a los barrios para demarcar la penuria de desplazarse, poco que los sucesivos gobiernos barceloneses impulsan desde hace abriles con la descentralización de mercados, bibliotecas.... En este sentido, Barcelona ha hecho ya los deberes. El extremo opuesto, en España, sería un Madrid diseñado en función del coche, en peligro de convertirse en una de esas urbes americanas de “las dos horas en automóvil”.

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Barcelona ya ha hecho los deberes como ciudad que fomenta la proximidad 




Xavier Cervera







Barcelona ha trabajado adecuadamente la proximidad: ahora debe ampliar su entorno mental

A diferencia del inabarcable París (Quemado ha asesorado a la alcaldesa Anne Hidalgo), en la Barcelona de al barri hi ha de tot, quince minutos dan para venir a muchos sitios, y treinta, a cualquier parte. En el caso particular de la haber catalana, el pelea, ahora, no sería tanto el de evitar viajes, sino, a la inversa, combatir esa tendencia a creer que lo importante solo pasa en ese espacio incierto llamado el centro, un ámbito que comprendería Ciutat Vella, el Eixample y hasta el arrabal de Gràcia.

Veamos como sería la trasposición de este concepto al ámbito del consumo cultural, es aseverar, a los desplazamientos que hacen los barceloneses para ir a exposiciones, conciertos o bibliotecas.

Centro de arte Piramidon en rascacielos de los años 70 en el barri de la Pau- Detalle del las vistas de sde la azotea

Barcelona olfato desde el centro de arte Piramidón, en el arrabal de La Pau




Ana Jiménez

De hecho, Barcelona –entendida como el municipio así llamado y los que limitan con él–, tiene una escalera lo suficientemente humana para encajar, en su conjunto, en ese concepto de proximidad de la ciudad de los 15/30 minutos. Solo que hay una serie de barreras psicológicas que hacen que muchos barceloneses crean lo que no pasa en esa idea tan acotada del centro sucede en un extrarradio remoto.

El éxito que ha tenido desde su estreno la biblioteca García Márquez de la Verneda ha convencido a algunos barceloneses de que deben cambiar su escalera mental cuando de aparecer a actos culturales se tráfico, poco que ya pasó cuando empezaron a implantarse galerías de arte en l’Hospitalet, a 20 minutos en medida de la plaza Catalunya. Porque al punto que 20 minutos es lo que se tarda en ir desde el paseo de Gràcia hasta la nueva biblioteca en el medida de la cadena 2, un desplazamiento que en cualquier metrópolis completo sería considerado de extrema proximidad. Como acercarse a la tienda de la vértice.

En la misma cadena 2, todavía desde el paseo de Gràcia, solo son necesarios 26 minutos para venir a uno de los atractivos ocultos de esta ciudad, el centro cultural Piramidón, enclavado en las plantas superiores de un vetusto rascacielos del arrabal de la La Pau. La recepción a la túnel de exposiciones de este difícil cultural de iniciativa privada –tiene todavía residencias para artistas–es toda una invitación a ampliar el concepto de la Barcelona cultural.

Como todavía lo es, a unos minutos de distancia en la misma L2 (menos de media hora desde paseo de Gràcia), el Museu d’Història de la Immigració de Catalunya, ya en Sant Adrià de Besòs, una parada imprescindible para entender –y anticipar– las claves del aberración migratorio.

En el final de la L2, aún por desarrollarse, está por postrero el frente del Besòs, definido por los polígonos del Bon Pastor (y la antigua taller Mercedes), Torrent de l’Estadella, Montsolís y La Verneda. En palabras de Ramon Gras, investigador en Urbanística y Ciencia de las Ciudades en Harvard, el ámbito del Besòs “presenta el potencial de convertirse en el distrito de innovación de narración de la ciudad”.

La yerro de concreción política y mental del ámbito metropolitano –el brinco a las Tres Xemeneies y Badalona es la asignatura irresoluto– hace, tal vez, que en Barcelona se viva interiormente de un entorno psicológico muy íntimo, que impide disfrutar de la ciudad de los 30 minutos culturales y que invita a pensar que muchas, demasiadas cosas, suceden “en el botellín pino”.

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