No se atreve el Mesa Central Europeo (BCE) a subir los tipos de interés para combatir la elevada inflación que sufren los países de la zona euro, que ha escalado hasta el 8% de media (9,8% en España), lo que supone cuatro veces más que el objetivo fijado del 2%. Subir los tipos de interés es lo que debería hacer según lo que dicen sus estatutos, que le obligan a certificar la estabilidad de precios, y de acuerdo con lo que dicta la conformidad de la política monetaria para doblegar las tensiones inflacionistas. Pero se resiste a hacerlo porque teme acelerar el aventura de truncar la recuperación coetáneo y provocar una recesión. En consecuencia, luego de un intenso debate en el seno del consejo de gobernadores, celebrado en pleno Jueves Santo, se acordó por mayoría retornar a analizar la situación en la próxima reunión de junio, a la prórroga de cómo evolucionen los acontecimientos en los meses venideros.
La lucha de Putin en Ucrania, según dijo la presidenta de la institución, Christine Lagarde, tiene ya un impacto muy severo en la heredad europea, que podría ser mucho más espinoso si se corta el suministro de gas natural y de petróleo de Rusia, en el entorno de la ascensión de sanciones que se aplican a ese país.
Combatir la inflación con una subida de tipos puede condenar a Europa a la recesión
El BCE, en cambio, mantiene la retirada progresiva de las masivas inyecciones de solvencia que puso en marcha durante la pandemia de la covid y confirmó, en este sentido, que sus compras de títulos de deuda pública y privada acabarán en el tercer trimestre. Probablemente será entonces cuando podrían iniciar a subir los tipos de interés.
En existencia, desde que ha empezado la supresión progresiva de las compras de deuda publica, los tipos de interés ya comenzaron a subir en los mercados secundarios, con impacto incluso en el Euribor, que ha vuelto a tasas positivas.
La subida de tipos de interés que se ha iniciado en los títulos de deuda pública es diferente en cada país, en función del aventura que les atribuyen los mercados financieros. Este es otro motivo de seria preocupación para el BCE, que teme que se agudicen las diferencias y se produzca una fragmentación financiera entre los diecinueve países del euro que pudiera desencadenar una crisis de esta zona monetaria. La memoria de la mencionado crisis del euro está aún presente.
En los últimos diez abriles ha habido una gran estabilidad financiera gracias a las compras de deuda pública que ha hecho el BCE, pero desde que hace unos meses ha empezado a reducirlas, los mercados financieros han tomado posiciones. El resultado es que el coste de la deuda pública empieza a encarecerse, por primera vez desde el 2011, y ello puede sujetar el beneficio de maniobra presupuestaria de los diferentes países, especialmente de los más endeudados y vulnerables, como España, y afectar a su recuperación económica. Al respecto Lagarde ha dicho que, si fuera necesario, el BCE pondrá en marcha los instrumentos más adecuados para intentar pasar los problemas que surjan.
Hay que corresponder, en una coyuntura tan difícil como la coetáneo para Europa, la prudencia que exhibe el BCE, que contrasta con las subidas de interés que han adoptivo ya numerosos bancos centrales, con la Reserva Federal de Estados Unidos en primer extensión.
El criterio mayoritario del consejo de gobernadores es que el BCE poco puede hacer para controlar la subida del precio de la energía y de los alimentos como consecuencia de la lucha de Putin en Ucrania y de los problemas de suministros que vuelven a surgir por el renuevo de la pandemia en China. Pero el aventura, como argumentan los defensores de insistir el mosca, es que la inflación se convierta en estructural, lo que sería peor para la heredad que un eventual retroceso crematístico y supondría un fracaso y un descrédito para el propio BCE, que es el celador de esta. En junio se reabrirá el debate.
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