Los crímenes de Joseph Kallinger: el zapatero al que Dios susurraba al oído

Didi entraba en casa de sus padres en compañía de su hijo pequeño Robert para sustituir a su hermana Randi, que cuidaba de su nonagenaria abuela, postrada en cama. Tras el exención, Didi estaba en la cocina cuando llamaron al timbre: era el mismo hombre oscuro y desaliñado que, minutos ayer, había pasado merodear por el judería de la mano de un adolescente rubio de flequillo espacioso.

“Soy mercader de John Hancock [una compañía de seguros]”, le dijo el adulto. Su extraño olor corporal inquietó sobremanera a Didi, que trató de despedirse. Pero entonces, el individuo se abalanzó sobre ella mientras el último la golpeaba y cerraba la puerta. Las siguientes horas fueron una auténtica pesadilla para la grupo Romaine: Joseph Kallinger perpetró todo tipo de atrocidades con ayuda de su hijo Michael, de trece abriles. Y siempre según “mandato divino”. Era la tercera vez que Altísimo ordenaba al zapatero cometer un crimen.

Desarraigo y violencia

Joseph Lee Brenner III, su definitivo nombre, nació el 11 de diciembre de 1935 en Filadelfia (Estados Unidos) y llegó a este mundo en una grupo que vio en el pequeño más un estorbo que un motivo de gusto. De ahí que lo entregaran a un hogar de acogida cuando tan solo tenía un año de vida. Meses a posteriori, un connubio austríaco, Stephan y Anna Kallinger, lo adoptó iniciando así una infancia truncada a causa de los abusos y la violencia física y verbal ejercida contra él.

Con seis abriles, por ejemplo, recibió tal paliza que le provocó una hernia y, para evitar que contase al médico lo ocurrido, sus padres lo amenazaron con dejarle impotente. A los ocho, su causa lo golpeó en la persona con un martillo: el peque solo quería ir de excursión al zoo con el colegio.

Joseph Kallinger, en foto de archivo

Joseph Kallinger, en foto de archivo

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Adicionalmente, la longevo parte del tiempo lo mantenían encerrado en el armario y sin posibilidad de ir al baño, incluso lo obligaban a postrarse sobre piedras y lo azotaban, al punto que le daban de tomar y le prohibían cualquier actividad lúdica. El pequeño no podía sumar en bici, ir a fiestas de cumpleaños ni celebrar el suyo propio, ni siquiera brincar con sus amigos o los niños del vecindario. Su obligación era ir al colegio y, al salir, trabajar en la zapatería ascendiente, la única profesión que ejercería en el futuro.

En presencia de este desolador panorama emocional, a los diez abriles Joseph desarrolló un carácter colérico, sublevado y problemático, que le llevó a cometer sus primeros robos. En principio, sisaba plata a sus padres y lo utilizaba en sobornar a sus compañeros para ir al cine. Pero le cazaron y, como castigo, le quemaron los dedos en la estufa: tenían que carbonizar al demonio caco que llevaba en el interior. Pese a las consecuencias, Joseph siguió con los hurtos, aunque empezó a tener serios “problemas mentales”.

Joseph Kallinger junto a su familia

Joseph Kallinger contiguo a su grupo

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A los quince abriles, Josep permaneció merienda días hospitalizado aquejado de fuertes dolores de persona. Durante ese tiempo, los informes de los psicólogos concluyeron que se encontraban delante un pipiolo “desafiante, irrespetuoso e indisciplinado” con un cociente intelectual de 84 (inferior a la media).

Adicionalmente, le diagnosticaron un “trastorno nervioso psicofisiológico” y una forma de ansiedad sexual que “proyecta hostilidad en torno a las mujeres”: “Parece estar desarrollando agitación y ansiedad en el dominio sexual y, si esta carga se hace válido, volverá a repetir su respuesta sádica cuando descargue este emoción”. Para ayudarle a ablandar los síntomas, le recetaron Thorazine, un antipsicótico.

El patrón ascendiente

Los siguientes dos abriles, Joseph pareció estabilizarse, sus padres redujeron los maltratos y comenzaron a darle atrevimiento para salir al cine y al teatro. Así fue cómo conoció a su primera mujer, Hilda Bergman, con quien se casó a los diecisiete abriles, pese a la reprobación de sus padres.

El connubio no duró mucho: la pareja se divorció al año y Joseph volvió a sufrir fortísimos dolores de persona, desmayos y amnesia. Sus patologías mentales seguían latentes, pero nadie trató de ingresarle para un seguimiento más íntegro.

El pipiolo simplemente se acostumbró a esa clase de dolor y continuó su vida con normalidad: se dedicó de realizado a la zapatería y volvió a casarse en segundas nupcias con Elizabeth, con quien tuvo cinco hijos. Sin confiscación, Joseph proyectó en su propia grupo la misma violencia que él ya había sufrido a manos de sus padres. Joseph pasó de ser víctima a sayón, siguiendo el mismo patrón de conducta que tanto despreciaba y ejerciendo los mismos correctivos en torno a sus vástagos.

Joseph Kallinger junto a su mujer y sus hijos

Joseph Kallinger contiguo a su mujer y sus hijos

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De cara al extranjero, Joseph era un tipo tranquilo, callado, introvertido, poco donado a los actos sociales, “pero siempre pensé en él como un hombre apacible”, aseguraba Harry Corner, uno de sus amigos de la infancia. Pero esa agradable apariencia cambiaba en cuanto cruzaba el comienzo de su casa.

Una perplejidad, la del 30 de enero de 1972, tres de sus hijos, Joey, Mary Jo y Michael, hartos de los continuos abusos físicos y sexuales sufridos a manos de su padre, acudieron a la policía a denunciarlo. En su proclamación, los niños detallaron los hechos que venían padeciendo: palizas, violaciones, amenazas con una pistola o un cuchillo… y su continuo terror a fallecer.

Joseph y Michael Kallinger

Joseph y Michael Kallinger

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Seguidamente, un forense examinó a los menores en examen de lesiones compatibles con los hechos narrados y, al encontrarlas, las autoridades acudieron en examen del responsable, su padre. Joseph Kallinger negó taxativamente las acusaciones vertidas por sus hijos, al igual que Elizabeth, que incluso dio la razón a su cónyuge. Aún así, el zapatero fue arrestado y enviado a prisión por extralimitación inmaduro, donde le sometieron a un nuevo examen forense.

En esta ocasión, los médicos concluyeron que “el Sr. Kallinger padece una importante enfermedad mental en forma de esquizofrenia de tipo paranoide” y sugirieron su internamiento en un hospital psiquiátrico “por un período de tiempo apropiado”. A pesar de las recomendaciones del crónica, el Tribunal lo declaró apto para ser auditoría y lo condenaron a merienda meses de prisión.

Joseph Kallinger tras ser arrestado

Joseph Kallinger tras ser arrestado

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Cuatro meses a posteriori, el zapatero obtuvo la atrevimiento condicional y, de regreso a casa, sus hijos enviaron y firmaron una proclamación jurada delante el tribunal retractándose de su prueba y aseverando que se lo habían inventado todo. De este modo, en febrero de 1973 la rectitud anuló la sentencia por extralimitación inmaduro contra Kallinger y borró sus circunstancias penales, incluido el tratamiento psicológico recomendado por los psiquiatras.

Al año posterior de esta osadía, el zapatero sufrió un brote psicótico y empezó a escuchar supuestamente la voz de Altísimo. Entre aquellos susurros, la providencia, a la que se refería por el nombre de Charlie, le pedía que masacrara a la humanidad.

Padre e hijo

A principios de julio de ese año, Joseph ideó la planificación de sus macabros planes. Pero necesitaba un compinche que le ayudase a ejecutarlos, alguno en quien aguardar sin ser delatado. Y qué mejor que su hijo Michael, de trece abriles, un peque aparentemente natural, manipulado, víctima de sus abusos y que ahora bebía los vientos por su padre. “¡Me alegro de hacerlo, papá!”, le dijo el adolescente tras la perversa petición. Así fue cómo Michael se convirtió en cómplice de los crímenes y en el mejor asistente de este adverso en serie.

Michael Kallinger

Michael Kallinger

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Su primera víctima fue José Collazo, un peque puertorriqueño al que secuestraron y arrastraron hasta una factoría abandonada. Allí, Joseph, asistido por su hijo, torturó y mutiló los genitales del pequeño, y luego lo asfixió hasta la asesinato.

En agosto, perpetró el homicidio de su propio hijo Joey, de 14 abriles, al que ahogó y arrojó su cuerpo entre los restos de una obra. El último fue uno de los que acusó al padre de extralimitación inmaduro. Unas semanas más tarde, el zapatero denunció a la policía la desaparición de Joey y, tras una breve investigación, encontraron su cenizas desaliñado cerca de un edificio próximo a la vivienda de los Kallinger.

Aunque los investigadores nunca hallaron pruebas que vinculasen al padre con el homicidio de su hijo, los agentes estaban convencidos de su autoría, y más cuando Joseph trató de cobrar un seguro de vida de 45.000 dólares expedido poco tiempo ayer de la asesinato del peque.

La persecución

A partir de entonces, padre e hijo iniciaron una persecución en la que buscaban presas fáciles, principalmente mujeres jóvenes, a las que asaltar, robar y obligar en sus propias casas. La ola de allanamientos comenzó en septiembre de 1974 extendiéndose hasta enero de 1975 y, a su paso, Joseph y Michael cometieron multitud de robos y violaciones en Nueva Chaleco, Maryland y Pensilvania.

Junto a destacar el día que amordazaron a cinco mujeres en su domicilio, robaron 20.000 dólares y joyas a punta de cuchillo, y Joseph culminó el asaltó rajando el pecho de las víctimas y agrediéndolas sexualmente. Su última parada ayer de ser detenidos fue Leonia, una pequeña villa de 9.000 habitantes de Nueva Chaleco.

La casa de los Romaine asaltada por Joseph y Michael Kallinger

La casa de los Romaine asaltada por Joseph y Michael Kallinger

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El 8 de enero de 1975, Joseph y Michael siguieron la misma táctica que en sus anteriores allanamientos: irrumpieron en el domicilio de la grupo Romaine en examen de mujeres jóvenes y plata. Allí se encontraron con Didi, de 28 abriles, acompañada de su hijo Robert de tan solo cuatro y una abuela convaleciente de noventa abriles. Poco a poco fueron llegando más miembros de la grupo (la causa y las hermanas de Didi, y el novio de una de ellas) y, a cada uno de ellos, lo desnudaban, amordazaban y ataban en el sótano mientras Joseph violaba a algunas de las féminas.

La última persona en aparecer fue Maria Fasching, enfermera de la anciana, que decidió pasarse aquella tarde para ver cómo se encontraba su paciente.

Maria Fasching, enfermera asesinada por Joseph Kallinger

Maria Fasching, enfermera asesinada por Joseph Kallinger

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En cuanto Joseph abrió la puerta, empujó escaleras debajo a Maria y la obligó a realizarle una felación al único hombre secuestrado, el novio de una de las hermanas. Pero la pipiolo, de 21 abriles, se negó y el zapatero le cercenó la gaznate. Murió en el acto. Los gritos de los presentes inundaron la estancia y durante unos minutos reinó la confusión, momento que Edwina, la matriarca, aprovechó para escapar y alertar a los vecinos.

Sin confiscación, para cuando una patrulla policial llegó al circunscripción de los hechos, los criminales ya habían huido atravesando Park Avenue. Adicionalmente, Joseph aprovechó para quitarse la camisa ensangrentada, lavarse las manchas del cuerpo en un charco y arrojar el cuchillo y la pistola entre los arbustos. Acto seguido, subieron en un autobús rumbo al puente George Washington.

La detención

El 17 de enero, la policía arrestó a Joseph y Michael Kallinger tras acotar pruebas irrefutables que los incriminan: la camisa ensangrentada de Joseph con su patronímico imagen en el cuello de la prenda, las armas utilizadas con sus huellas dactilares, adicionalmente de la coincidencia entre los bocetos de sus rostros realizados por la policía y las descripciones que dieron los testigos. Por no mencionar otros dos detalles esencia: el extraño olor que desprendía el hombre más longevo y el misterioso homicidio de uno de sus hijos.

Sobre Joseph Kallinger recayeron los cargos por secuestro, violación, robo y homicidio, y en el caso de Michael Kallinger, por ser cómplice de los mismos.

Boceto de Joseph y Michael Kallinger

Croquis de Joseph y Michael Kallinger

Police Department

Durante los dos procesos judiciales a los que se enfrentaron padre e hijo, el zapatero siempre trató de sacar beneficio a sus problemas mentales portando una Nuevo Testamento en sus manos y echando la yerro a Altísimo de los crímenes. Según él, el todopoderoso, de nombre Charlie, le susurraba que matara a toda la humanidad. “Solo seguía las órdenes de Altísimo”, alegó subido en el estrado.

Sin confiscación, pese a su esquizofrenia, el grupo lo consideró apto mentalmente y fue auditoría y condenado en dos procesos distintos con vencimiento del 18 de septiembre de 1975 y del 23 de septiembre de 1976. El primero, a la pena de entre 30 y 80 abriles de prisión por los delitos de robo, secuestro y invasión de morada perpetrados hasta finales de 1974. Y, el segundo, a dependencia perpetua por el homicidio de Maria.

Joseph Kallinger bajo custodia policial

Joseph Kallinger bajo custodia policial

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En el caso de Michael quedó demostrado que actuó bajo la coacción de su padre, un “hombre malvado, absolutamente vil y depravado”, como lo calificó el mediador. El peque fue enviado a un reformatorio, de donde salió a los 21 abriles. Una vez en atrevimiento, se le dio una nueva identidad y se esfumó. Nadie sabe cuál es su paradero presente.

Las visiones

La vida en prisión de Joseph no pasó desapercibida. El zapatero se comportaba de forma violenta, arrojaba excrementos a los guardias y se enfrentaba a ellos, acuchilló a otro preso, e intentó suicidarse en varias ocasiones. Una de ellas, prendiendo fuego a su colchón. “Su comportamiento criminal es una manifestación de su enfermedad”, concluyó otro crónica psiquiátrico.

Joseph Kallinger, el zapatero asesino

Joseph Kallinger, el zapatero adverso

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En ese tiempo, Joseph incluso aprovechó para conversar con la escritora Rheta Schreiber y contarle las “visiones” que le llevaron a cometer actos tan diabólicos. Aquellas charlas se plasmaron en un compendio titulado ‘The Shoemaker: The Anatomy of a Psychotic’, y publicado en 1983.

“Él [Joey] fue un sacrificio, yo iba a asesinar a tres millones de personas en el planeta tierra, y él fue sacrificado para ver si podía asesinar a uno de los míos, a posteriori de la matanza de todos los habitantes de la tierra, iba a asesinar a mi propia grupo y adueñarme de mi propia vida y convertirme en Altísimo”, aseguraba Kallinger.

Joseph Kallinger concede una entrevista a la televisión

Joseph Kallinger concede una entrevista a la televisión

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Trece abriles a posteriori de estas palabras, el zapatero moría de una insuficiencia cardíaca en prisión. Uno de los últimos poemas que dejó escrito llevaba por título ‘Enraged’ (inconsiderado).

Poema de Joseph Kallinger

Y, a pesar de la promesa de Altísimo de
que me convertiría en Altísimo,
hoy no soy Altísimo.
Todo lo que soy es un paciente mental
con permiso de prisión,
fuera del mundo que alimentó mi enojo.

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