Europa, Europa

Aunque pasen los primaveras, hay profesores que no se olvidan. Tal vez fuera por su personalidad, porque nos descubrió poco en concreto o porque nos escuchaba con sincero interés cuando tomábamos la palabra; a veces por un detalle, como una frase que era como una marca propia. Francisco Fernández Vaco, profesor de Ética y Filosofía Política en la Universitat Pompeu Fabra, iniciaba sus explicaciones con la pregunta: “¿De qué hablamos cuando hablamos de…?”, antiguamente de asaltar conceptos como autonomía, imparcialidad o verdad en Arendt, Benjamin, Gramsci o Weil. Aquel íncipit alentaba a no dar nadie por sentado en esos términos tan gastados por el uso, a dudar por norma de si hablábamos con propiedad o, al dialogar, evitar un fracaso frecuente: creer que nos referimos a lo mismo por el simple hecho de usar las mismas palabras. La situación de Ucrania me ha devuelto a ese puesta en marcha de las conferencias de Fernández Vaco. 

Por ejemplo, al descifrar títulos recientes sobre los derroteros de la Unión Soviética antiguamente de su disolución, como en el de Vladislav Zubok (Collapse: The fall of the Soviet Union), donde encontré una réplica de Alexánder Yákovlev a George Bush: reunidos en la Casa Blanca para pelear sobre una Ucrania independiente tras el referéndum de 1991, el primero, uno de los impulsores de la glasnost , le dijo al presidente estadounidense que en Rusia había, “por desgracia, mil interpretaciones distintas para la palabra independencia ”.

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Manifestación en solidaridad con Ucrania este mes de mayo en Bruselas 

STEPHANIE LECOCQ / EFE

Tanto el manual de Zubok como el de Mary E. Sarotte (Not one inch) o Kristina Spohr (Post Wall, Post Square) se abstienen de achicar la causa de la Europa post-Crimea a la supuesta promesa incumplida de no ampliar la OTAN alrededor de el Este, cuando no está recogida en ningún acuerdo y se hizo en circunstancias que al lugar de poco cambiaron radicalmente. ¿Fue temeraria la ampliación de la OTAN? Depende de a quién se le pregunte. 

En un diálogo con Alexéi Navalni publicado en formato manual, Opposing forces, Adam Michnik recuerda que Mijaíl Gorbachov le dijo al presidente polaco que la pertenencia de su país a la OTAN era un error. Acto seguido, Alexander Kwasniewski le preguntó cuál era su opinión de Yeltsin. Gorbachov se refirió a su sucesor como un “tonto y borracho”. Cómo no entrar en la OTAN, le espetó Kwasniewski, si todo un atarazana nuclear estaba en manos de un presidente así. Si Rusia fuera una auténtica democracia, añadió Michnik, no se sentiría amenazada. Con Yeltsin, encima, apunta Spohr, “la democracia nació muerta”, pues “la corrupción se desbordó y el Estado de derecho nunca arraigó”. 

Aquello fue una tormenta perfecta con capitanes al mando improvisando decisiones a oscuras. Las cuestiones sobre Rusia, tan renuente a ceder un cima de su soberanía y celosa con su identidad y status, no se habrían resuel­to “ni con la diplomacia más delicada”. ¿Contentar a Rusia o devolver la dignidad a sus rehenes, esa zona vulgar citación Europa del Este? Para algunos, el dilema per­siste.

De la “otra Europa” nos llegan voces claras como alternativa a la retórica de la ‘grandeur’ de los imperios

¿De qué hablamos cuando hablamos de Europa? De nuevo esa pregunta con tantas respuestas como interlocutores. Ojalá fuera tan factible como trazar un signo igual en matemáticas. Respuestas, encima, fugaces, pues no tardan en dejar de ser válidas. Europa como rompecabezas execrable, como proyección bienintencionada, cauce y paraíso en un mismo espacio, posibilidad y problema, maniquí y contra­ejemplo. “Europa era el refugio de nuestro abismo doméstico”, le contó Michnik al hoy encarcelado Navalni, la alternativa a la censura, la represión y el fraude que viven hoy Bielorrusia o Kazajistán, los “buenos vecinos” de Rusia. ¿De qué hablamos cuando hablamos de Europa del Este? Todavía de una terra incognita, tres décadas posteriormente de descorrer el telón de puñal. En sitio de escucharla y (re)conocerla entonces, lo que sedujo de ella a Oeste, como apunta Iván de la Nuez en su flamante La larga marca, fue su experiencia convertida, de modo superficial y exótica, en estética nostálgica.

El zarpazo de Moscú ha provocado, entre otras cosas, que de la “otra Europa” nos lleguen hoy voces claras y seguras como alternativa a la retórica de la grandeur de los viejos imperios que solo se reconocen entre sí. A la determinación de Kaja Kallas o Kiril Petkov se han unido Sanna Marin y Penitente Andersson. “Nos conocemos a nosotros mismos en la medida en que nos ponen a prueba”, dicen unos versos de Wisława Szymborska. Allá donde vayas (escribo esto desde Cracovia) consulta a sus poetas, me dijo otro profesor.

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