Esta es la historia de Ernst Hanfstaengl, un músico que, pese a determinar dos metros, fue a podado “Putzi” (hombrecito, en bávaro). Brillante estudiante en Harvard, marchante de arte en Nueva York alrededor de 1910, aficionado de Djuna Barnes, se convertiría una decenio a posteriori en el confidente y pianista de Hitler. Con los abriles, sus caminos se distanciarían de modo irreconciliable.
“Un día Putzi, buen pianista, toca en una boda algunas piezas de Wagner y eso provoca un shock en Hitler, que está presente. Wagner le transmite una energía a Hitler que es un vínculo visceral, no intelectual. Pero luego descubre un hilo que les une: Wagner fue todavía gran ideólogo del supremacismo blanco”, detalla Thomas Snégaroff, el autor del texto que nos ocupa.
Pasan los abriles y cuando, tras colaborar con el crecimiento de nazismo, es ninguneado por el dictador, Putzi emprende el camino del expatriación. Llega hasta el mismo presidente Roosevelt que lo utilizará, durante la Segunda Guerrilla Mundial, como principal informador sobre el Führer.
Pero Putzi, aún siendo defenestrado, nunca dejó de sentirse cerca del Führer. “Acabó chivándole cosas a Roosevelt porque se había expatriado temiendo por su vida. ¿Era un payaso, un agente del mal? De hecho, una vez se despierta en plena tenebrosidad y apunta descubriéndose solo y desidioso, apunta en su diario: ‘Es mi vida, A.H.” refiriéndose al Hitler”. Según el autor de la novelística Putzi siempre esperó que Hitler le rescatara, le perdonara, una palabra, un seña…
Thomas Snégaroff, reputado periodista e historiador francés, acaba de presentar “Putzi. El confidente de Hitler” (Seix Barral), su primera novelística, donde detalla la vida de uno de los personajes más desconocidos y fascinantes del siglo XX. “Me quité el corsé de historiador. Al novelista le gustan las coincidencias, el azar es un fisco. Para el historiador eso es una pesadilla. Y yo ya necesitaba el azar de la novelística, tirar de hilos que nunca nadie había usado”.
Reconoce que la imagen de Putzi ha quedado muy mermada por la historia. “Si lees la carrera de Hitler tan pronto como hay unas referencias y, sin retención, fue una figura esencial”, explica el autor. “Conoce a Hitler en 1921. Putzi es quien le aporta a Hitler redes financieras, contactos artísticos, incluso le facilita metálico para que funcione la imprenta de la revista del partido fascista”.
Cuando Hitler es encarcelado en 1923 Putzi es quien le lleva libros, le recepción, etc, y a posteriori le acoge en su propia casa. En un momento en que el dictador costal una pistola y está a punto de suicidarse es la mujer de Putzi quien se interpone: “no lo hagas, el mundo depende de ti”.
El desgarbado Putzi pasó, pues, de estar en el círculo íntimo de Hitler a ser su infiltrado y detractor cuando le dan de costado. “Goebbels lo percibe como un rival, quiere eliminarlo”. Le aplican un sistema de amenazas tan duro que acaba por exiliarse.
Para algunos fue traidor, para otros, cualquiera compungido que quiso borrar su alianza con el mal.
Sus anécdotas con Goebbels, Göring, la hermanas Mitford (esa relación con Hitler que no funciona), Thomas Mann o Charles Chaplin conforman un retrato completo de este personaje ambiguo. Igualmente se aborda la sexualidad de Hitler. “Putzi consideraba que Hitler era asexuado. Según su certificación, a Hitler le gusta atraer a las mujeres pero le asquea el cuerpo humano, de mujeres y hombres, el contacto físico”.
Snégaroff nos obliga a entrar en la entorno de la época gracias a un relato ultradocumentado. “Me interesaba, todavía, encarar la gala de muchos estadounidense, que creyeron que Hitler era la decisión. Ese vínculo. Y explicar que la memoria histórica a veces se traduce mal. Putzi, hijo de padre teutón y causa saco, buscaba reconciliar esos dos mundos; pero la historia lo ha olvidado”.
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