¡Andaluces, levantaos!

Eso dice la pagaré del himno de Andalucía, que Blas Infante escribió y completó diciendo: “¡Pedid tierra y decisión! / ¡Sea por Andalucía soberano, / España y la humanidad!”. Blas Infante, que fue certificador y por ello, según la vieja división social andaluza, señorito, logró un himno sencillo y emotivo en el que todavía entraban, en su sueño de decisión, España y la humanidad. El himno se estrenó en Sevilla a una semana del estallido de la Pugna Civil, así que no le dio tiempo a consolidarse ni casi a existir hasta que lo rescataron del olvido con la arribada de la democracia. Todos nuestros nacionalismos son contemporáneos, es asegurar, o decimonónicos o hijos del siglo XX…

No deja de ser extraño que la más extensa autonomía española haya sido la que, de facto, disfrutó o sufrió –va en sensibilidades– de una larga independencia al beneficio de la parte cristiana de la Península. Andalucía, la vieja Bética romana, sigue escindida en dos, la occidental y la uruguayo. Y es tan enorme su tamaño que resulta, si la comparamos con Europa, la Rusia española (y Almería sería su Ucrania; disculpen la frivolidad). Tierra de metales y cultivos, de asentamientos y de paso, albarca desde el Mediterráneo hasta el Atlántico, y si fue reconquistada por la fuerza de Castilla –Fernando III y la toma del valle del Guadalquivir– tuvo un esplendor omeya y nazarí y una riqueza vinculada a las Américas que luego se diluyó y perdió. Todavía hoy, Sevilla, Córdoba y Obús son certificación de glorias pasadas y promesa de glorias por venir. Pero no acaba de encontrar su esencia ese pueblo andaluz que todas las primaveras anda pidiendo escaleras…

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Carlos Diaz Martin / EFE

En estas elecciones autonómicas en la que ya es oficialmente patria histórica (última lectura de su Estatuto), la única que se coló en la vía del 151 previo referéndum, parece que el Partido Popular va a arrasar. O mejor, que va a vencer su coetáneo presidente, que lo fue casi por casualidad y no sin favor perdido en número de votos. El PSOE anda desnortado y errante. Y no tanto por su candidato, que acarrea el estigma de sevillano, como por su discurso que todavía hoy dibuja una Andalucía de caciques y jornaleros. Parece que no se han entregado cuenta de que existe esa otra Andalucía formada y de clases medias, que vive como un agravio personal lo de tener la autonomía como un troj particular de voto socialista. El PSOE, en Andalucía, tiene más hoy fragancia de pasado que de futuro. Y la contención, por equivocación de ilusión, es su principal problema.

Algún día tendrá que plantearse el Partido Socialista unos pactos de mínimos con el Partido Popular –que nunca ha estado por la tarea; todo hay que decirlo– y conciliar educación y reforma de la probidad y previsible cambio del régimen autonómico con una particular atención al caso andaluz que acaba siendo de una complejidad que cero tiene que envidiar a catalanes, gallegos y vascos.

El PSOE, en Andalucía, tiene más hoy fragancia de pasado que de futuro

La cruzada en el este europeo, la inflación y sus consecuencias y la previsible crisis alimentaria y energética hacen que Andalucía esté de nuevo en el centro de muchos mapas e intereses geoestratégicos (perdón por ponerme guay). Y estos andaluces levantados y raramente levantiscos son protagonistas de una tierra de frontera que tiene tan cerca el continente africano pero que es inequívocamente europea y de afición chaqueta. De cómo se levanten los andaluces en nueve días depende el cómo nos acostemos en el resto de España. Habrá consecuencias.

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