Hay aspectos del comportamiento y de las vidas humanas que han cambiado extraordinariamente desde que los primeros historiados clásicos, aquellos intelectuales interesados en investigar y describir detallada y científicamente lo ocurrido, empezaron a relatar sus crónicas para la posteridad.
Así la república romana y los griegos de la época clásica no tenían una forma clara de numerar los primaveras, como hacemos nosotros, ni tenían un calendario duradero, y este iba fluctuando con los primaveras. No tenían conocimiento de lo que es una germen, una infección o un desinfectante. Siquiera tenían policías, separación de poderes, ni mapas como los entendemos nosotros. Encima, tenían una vida regida por rituales, sacrificios y libaciones que a nosotros nos resultarían muy ajenas.
A la vez, hay aspectos de las vidas de los clásicos que inmediatamente resultan familiares, como quien se toma una tortilla en un país extranjero. Por ejemplo, cuando Cicerón pierde a su hija, a quien adoraba, es viable percibir su dolor y profundo abatimiento, aunque nos separen dos mil primaveras. Todavía podemos apreciar la tristeza, respeto y nostalgia que transmiten los griegos cuando enterraban a sus camaradas, momentos muy importantes para ellos. Pero hay otro medio ambiente asombrosamente actual que vale la pena destacar: la sofisticación política. Los historiadores clásicos transmiten una y otra vez las intrigas, el arte de sostener cosas distintas a públicos diferentes con las mismas palabras, la distinción entre los generales que buscan su celebridad personal (una mayoría, según Tucídides) y los que buscan el acertadamente global (una minoría), estratagemas elaboradas y camándulas retóricas para convencer a seguidores y rivales. Deletrear La combate de las Galias de Julio César es casi tan reconocible como ver Borgen o las tertulias de Ferreras en La Sexta.
De hecho, fue un incomprensible, Aristóteles, el que definió al ser humano como un Homo politicus, un ser político. Tiene sentido y es seguramente el resultado de nuestra suscripción propensión a comportarse en grupos, para así ayudarnos, y nuestra capacidad de cuchichear. Comunicarse permite despellejar, construir coaliciones, crear reputaciones, traicionar, comportarse concertadamente, aventajar al más musculoso y establecer normas. Así pues, tengamos poco de conmiseración con nuestros políticos. A diferencia de la progresión geométrica, los porcentajes pequeños o las dietas, nuestro cerebro entiende de política con cierta naturaleza, con lo que tiene tendencia a participar en ella por mucho que algunos digan que no les gusta. Esto hace que sea una profesión con una exposición pública casi sin igual y que sea difícil producir grandes consensos, por eso, los historiadores describen tantas guerras.
Valoremos a los que construyen, tienen un trabajo mucho más difícil que los que destruyen
Pensémoslo, pues, cuando observamos a la Unión Europea, el maduro test demócrata y de concertación política de la historia, la unión de 450 millones de personas y 27 países por vías no violentas. Todavía cuando hablemos de la OTAN, la alianza marcial más poderosa desde que se formó la Trabazón de Corinto. Recordemos que la OTAN incluye la coordinación, combinación doctrinal, compatibilización de estándares, estructuras de mando conjuntos y tratados de protección mutua de 30 países culturalmente muy distintos. Detrás hay un trabajo tan colosal y difícil de apreciar como un cuadro de Pollock para un neófito.
Valoremos pues a los que construyen, tienen un trabajo mucho más difícil y desagradecido que los que destruyen o critican: solo Pollock podía dibujar un Pollock, pero cualquiera puede derrochar uno.
Publicar un comentario