Un delirio por la civilización negra que no recorre las bandas de música de Nueva Orleans o los clubs de Harlem ni siquiera muestra la industria del cine de Lagos o la moda de Nairobi, sino que atraviesa grises barriadas de París, Bruselas, Ámsterdam, Berlín, Estocolmo, Moscú, Marsella y Lisboa. Una reivindicación en toda regla de la identidad afroeuropea (que el autor pira ‘afropea’, por las resonancias coloniales de la palabra Europa)... Todo eso incluye Afropean (Capitán Swing), ejemplar a heroína entre el estudio y la crónica de viajes de Johny Pitts (Sheffield, 1987), músico, presentador y fotógrafo dispuesto a demostrar que, en Europa, ser sable no significa ser inmigrante.
Hijo de un músico de soul estadounidense y una administrativa inglesa blanca, explica que “tras la crisis financiera del 2008, el Reino Unido puso en cuestión la multiculturalidad, que había sido el estandarte en los abriles de Tony Blair. Sentí que las personas de piel oscura éramos culpadas del fracaso del sistema bancario, por las hipotecas que nos hacían contratar. Me pregunté dónde encajaba como europeo sable y emprendí un dilatado delirio para responderme, preguntándole eso a la gentío que me encontraba por todas las ciudades”, explica por videoconferencia desde su casa de Londres. Su criterio era susurrar con gentío corriente, representativa de la mayoría de los 14 millones de afroeuropeos para romper con esos estereotipos que “nos representan como dandis retro, hipsters estilosos, supersexis, deportistas o gángsters”.
“Haussmann nos expulsó de la ciudad y Le Corbusier nos construyó jaulas de hormigón”

Johny Pitts
La identidad europea no es tan sólida como la estadounidense, ¿cómo encajar ahí otra variable, como la del color de la piel? “Lo afroamericano –asegura– está basado en la mecanismo que produce el trauma de la esclavitud. En Europa es desigual: para nacer, hay muchas lenguas, la traducción es el auténtico jerga europeo. Y el dote traumático aquí es el de la colonización”.
“Pero al instante me di cuenta de que todo es más complicado, que lo afropeano está fragmentado en mil pedazos, el concepto como poco unificador fracasa, yo recompongo las piezas para mostrar el azulejo. En esta complejidad radica su hermosura. Funcionamos más allá de los nacionalismos. No podemos ser una única identidad, sino un club más descubierto. Si fuera buen músico, habría hecho un disco en vez de un ejemplar, mezclando todos esos ingredientes”.
De hecho, el término afropeo fue acuñado originalmente a principios de los 90 por el cantante David Byrne y la belga-congolesa Marie Daulne, vocalista del orden Zap Mama, con quien Pitts ha hablado mucho y “que tomó la música orquestal europea, los ritmos de EE.UU., el afrobeat, la música polifónica pigmea... lo mezcló y convirtió en un solo sonido coherente, creando un paisaje sonoro que une a las personas y las ideas”. Además cita al orden Les Nubians (que funde el Chad con Francia), a Neneh Cherry (con raíces entre Suecia y Sierra Leona), a la cantante Joy Denalane (sudafricana y alemana), a la nigeriano-británica Sade o a Trace, la revista de Claude Grunitzky...
Si Josephine Baker acaba de entrar en el Panteón francés, ello no pasa de ser un hecho simbólico, para el autor. “Francia asimila, no cuenta a la gentío por etnia, no existe ninguna estadística al respecto, niega luego la disparidad. Para la República, solo hay franceses, pero los negros no ocupan ningún espacio de poder”.
El término afropeo tiene mucho que ver con la clase social. “En el Reino Unido, clase y raza se equiparan: el color tiene que ver con cómo te ven los demás y con la crematística que vas a manejar. Un abogado o médico nigeriano, al datar a Londres, pasa a ser taxista o depurar casas”.
Admite haberse sentido atraído, de señorita, por el fascinación del judería. “Alain de Botton ha mostrado cómo somos capaces de resistir sufrimientos terribles si somos respetados y valorados por la comunidad. Cuando estás en lo más bajo de la sociedad, que te pisotea, tienes que ponerte chulo para conseguir respeto. La guetización, con espejos como Tupac Shakur, es una modo de superar coito propio. Como decía Sartre, la violencia es una fuerza que se te agarra. No es recomendable para la persistencia, lo admito”.
En París, definida como “la ciudad con anciano presencia negra del continente”, nos muestra la otra cara de Haussmann y Le Corbusier: “Uno expulsó a los pobres de la ciudad y el otro los encerró en jaulas de hormigón en los suburbios. Si los centros urbanos acogieran a los emigrantes y se les diera trabajo, la gentío se haría francesa o de cada país en una sola concepción”.
En el capítulo de Bruselas, se detiene en el cómic Tintín en el Congo. En vez de censurarlo por racista, defiende publicarlo íntegro “pero, por ejemplo, con el prólogo de un autor congoleño que lo contextualice y explique lo que hizo Leopoldo de Bélgica en su país. Lo mismo pienso de las estatuas racistas, no podemos silenciar la historia ni revocar la civilización. Pero, históricamente, ¿quién ha cancelado a quién? ¿Qué hacían los misioneros en las escuelas africanas que montaban? Hay una amnesia colectiva sobre el colonialismo porque no encaja con la imagen que tienen los europeos de sí mismos”.
A algunos les llamará la atención ver a Eric Clapton y David Bowie como ejemplos de racistas. “En los abriles 70 –explica Pitts–, Clapton salió en defensa del chovinista Enoch Powell y lanzó proclamas racistas a su manifiesto, incluyendo uno de los lemas del Frente Franquista: ‘Que el Reino Unido siga siendo blanco’. Y David Bowie -que con el tiempo cambió de postura- fue fotografiado haciendo el saludo carca y declaró que Hitler había sido ‘la primera suerte del rock’, entre otros comentarios de su alter ego Thin White Duke”. Frente a ello, “nació un movimiento de respuesta, el Rock Contra el Racismo, liderado por grupos como The Clash o Steel Pulse”. Para él, “Eric Clapton, a pesar de que le encanta el blues y Jimmi Hendrix, encarna todos los prejuicios contra los negros. Aquello de ‘yo no soy racista porque tengo un amigo sable’, como si los misóginos no tuvieran matriz. En los 80, Morrissey —el cantante de The Smiths— o Johnny Rotten emplearon directamente retórica de ultraderecha”.
El capítulo de Moscú –una ciudad diferente a todas las demás que turista– le permite apuntar que “a pesar de que la URSS financió los movimientos de escape en países como Angola, Cuba, Argelia... con la caída del comunismo, se dio una ola de resentimiento cerca de la escasa población negra que vivía allí, que fue el chivo propiciatorio del desastre”.
¿Por qué definirse como afropeo? “Porque es reivindicar el caos, la variedad, las confluencias. Porque es lo opuesto al autocracia étnico, es definirse por las conexiones”.
De Steve McQueen a Elvira Dyangani
Los integrantes de la comunidad cultural afroeuropea se han multiplicado en los últimos abriles con el progreso de sus nuevas generaciones y la conciencia del desequilibrio de representación en casi todos los ámbitos. En el Reino Unido la comunidad es particularmente poderosa, con un director de cine como Steve McQueen (Doce abriles de esclavitud), artistas como Chris Ofili y John Akomfrah, actores como Idris Elba, David Oyelowo, Naomie Harris, Chiwetel Ejiofor, Sophie Okonedo, escritores como Zadie Smith (Dientes blancos), Andrea Levy (Pequeña isla), Bernardine Evaristo y el Nobel Abdulrazak Gurnah, cantantes como Sade, Skye Edwards, Mel B, de las Spice Girls, Craig David, Corinne Bailey Ray...
En Francia Alexandre Dumas ya tenía ascendencia africana y una figura renta fue Josephine Baker. Hoy forman parte de la comunidad afroeuropea francesa desde el actor Omar Sy (Intocable) a la Goncourt Marie Ndiaye o el polémico humorista Dieudonné, pasando por el dúo Les Nubians, cuyas integrantes tienen raíces en Chad La directora del Macba, Elvira Dyangani Ose, tiene orígenes en Guinea Ecuatorial, como la cantante Concha Buika, la actriz Vicenta Ndongo o el rapero El Chojín, las populares Sey Sisters tienen ascendencia ghanesa y Tania Adam, fundadora de Ràdio Àfrica, nació en Mozambique.
En Bélgica el cantante Stromae es de origen ruandés y la cantante Zap Mama tiene raíces en la República Democrática del Congo.
En Suecia Neneh Cherry tiene orígenes en Sierra Leona y en Alemania otra cantante, Joy Denalane, en Sudáfrica. El desaparecido maniquí y cantante teutónico Rob Pilatus, parte de Milli Vanilli, tenía, como muchos afroeuropeos, un camino más dilatado: su padre era un soldado afroamericano destinado en la República Federal.
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