Ni siempre son ‘hijas de’ ni siquiera su perfil tiene porqué encajar con la imagen que estamos acostumbrados a ver de esa muchacho admisiblemente formada que, harta de la vida urbana, decide refugiarse en el campo. La mujer ganadera del siglo XXI no es solo una, sino que tiene tantas caras como historias que pesan sobre sus hombros.
Aún así, las que tienen las valor requeridas para dedicarse a este duro negocio casi siempre comparten ese espíritu de sacrificio al que no son capaces de renunciar, seguido por esa requisito de querer hacer del mundo rural un área mucho más sostenible.
Cada vez son más visibles, pero el protagonismo que han adquirido en los últimos abriles, no les ha sido útil para conseguir un cambio vivo en su sector: “Tengo la sensación de que cuando se piensa en nosotras todo queda anclado en una imagen pintoresca”, dice Yas Recht, pastora de ovejas y copropietaria yuxtapuesto a su pareja de la estancia Circus, en Les Guilleries (Girona), un esquema de vida totalmente inmersivo que no emplea ni una chispa de cemento en sus construcciones para no dejar huella medioambiental y en el que, desde aquel 2014 en el que decidieron dejar la ciudad, elaboran quesos madurados de látex cruda de oveja.
Recht, que ayer de ser pastora había estudiado letras, como otras de las mujeres que ponen voz a este reportaje, conduce tractores y es capaz de gobernar a las 100 ovejas de su vacada igual que lo haría un hombre, al que nunca se le cuestionaría su capacidad para hacer esta tarea. “El machismo en este tipo de estructuras sigue estando muy enraizado”, afirma la escritora Inés Butrón, autora del nuevo manual Dones ramaderes (Cossetània Edicions), en el que recoge el evidencia de 36 mujeres ganaderas de Catalunya. Y es que, aunque cada vez estén más empoderadas en el mundo rural, hay quienes todavía no conciben ver a una mujer ensuciándose las botas en el corral.
“Hay pastores que aún me dicen: ‘tú estate en casa con los niños y yo ya ayudo a tu marido’”, cuenta Emma Vinyas, ganadera en El Turó de les Nou Cabres, en Can Bogunyà del Mas (Barcelona), un esquema premiado por la Generalitat de Catalunya por innovar impulsando la primera quesería móvil. Ella sintió muy pronto la citación vocacional para dedicarse a esta profesión: “De muchacho ayudaba a los pastores del pueblo donde veraneábamos. Era la rara”, asegura, recordando como abriles antes muchos ganaderos se quedaban sorprendidos al ver a una chica de medida cincuenta siendo capaz de trasquilar a una oveja.
Si el futuro de la cabaña será mujeril está por ver, pero por el momento el licenciamiento generacional parece protegido
No es la única que ha tenido que soportar este tipo de comentarios o enfrentarse a otras situaciones injustas incluso internamente de su propia grupo. Dice Acuarela Puigcerdà, al frente de la pequeña explotación agroganadera Mas el Lladré, en Les Lloses (Girona), que a ella le costó conseguir que su padre le cediera las riendas del negocio por ser mujer: “Cuando decidió jubilarse, a los 75 abriles, yo llevaba 4 abriles trabajando con él. Nunca me dijo que no sería capaz de llevarlo sola con estas palabras, pero llevo 9 abriles teniendo que demostrarle cada día que sí lo soy”. Formada en instrucción, en más de una ocasión, además ha tenido que demostrar a sus empleados quién lleva las riendas del negocio. “Tuve un trabajador que solo duró un mes porque no aguantaba que una mujer le diera órdenes. Ni me miraba a los luceros”, asegura, añadiendo que en los hombres de edades más avanzadas el convencionalismo es aún anciano.
“Tener arrojo”
“Hay que tener un par de arrojo para enfrentarte a un mundo como el de cabaña y que te tomen por el pito del sereno”, sigue Butrón, quien afirma que casi todas las ganaderas entrevistadas en su manual coinciden en que, aunque se sienten muy capaces de realizar admisiblemente su trabajo, muchas veces el jarro de agua fría llega cuando van a comprar o a traicionar manada y el interlocutor les pregunta: ‘¿dónde está el hombre?’. Eso las deja descolocadas, lo que se acaba traduciendo en una pérdida de seguridad. “Es un tema que trabajamos mucho en Ganaderas en Red para demostrarles que ellas además son capaces de negociar”, asegura Yolanda Sampedro, encargada de dinamizar esta red englobada internamente de la Fundación Entretantos para conectar ganaderas de toda España con el objetivo de que puedan ayudarse las unas a las otras.
Desde el origen de Ganaderas en Red en 2016, momento en el que todas ellas pensaban que estaban solas, que nadie más compartía sus problemáticas relacionadas con lo rural, según Sampedro el esquema ha madurado muchísimo. “Ahora saben autogestionarse. Han pasado de ser invisibles a tener incidencia política”, añade, recordando cómo sus demandas por la defensa de la cabaña extensiva han llevado a estas mujeres a reunirse con el Ministro de Consumo o con el de Agricultura y Grey. “Me parece admirable por otra parte que, aunque no todas comparten la misma ideología política, siempre consiguen respetar las opiniones de unas y otras”.
Ganaderas en red
Para organizarse en Ganaderas en Red utilizan Slack, una aplicación de correo instantánea que las mantiene conectadas y que les permite distribuir la información en diferentes canales. Allí hablan de cuestiones que van desde qué hacer si a una chiva que se ha puesto de parto le pasa tal cosa, sobre nuevos proyectos comunes –ahora, por ejemplo, están preparando un manual de recetas relacionadas con la cabaña extensiva– o sobre cuáles son sus estrategias para fomentar la liquidación directa, un canal corto de distribución que ayer de que ellas llegaran a la cabaña ningún hombre usaba para incrementar las ganancias de su negocio. No obstante, estas redes de apoyo además tienen sus carencias: “Todo se queda en la virtualidad. Físicamente estamos demasiado alejadas las unas de otras”, explica Recht. Esta pastora, que ya no forma parte de Ramaderes de Catalunya, red que impulsó yuxtapuesto a otras tres ganaderas en 2019, asegura que por mucho que se apoyen mutuamente lo verdaderamente complicado es conseguir ayuda vivo cuando una vive aislada. “No puedes pedir ayuda a otras ganaderas que sabes que están en la misma situación que tú”.
Yas Recht, de la estancia Circus en Les Guilleries (Girona).
Una cuestión de autonomía
Cuenta Butrón que una vez le preguntó a una de ellas qué significaba la mujer en el campo y que esta le espetó un persuasivo “mano de obra trueque”. El nivel de precariedad sindical es stop, pero este estilo de vida tiene sus ventajas, entre ellas la autonomía. “Es un trabajo muy solitario, pero me gusta porque me ayuda a abastecer el control y a ver hastaq ué punto las cosas se desbordan”, asegura Recht buscándole la superioridad a esa soledad a la que se enfrenta, que para muchos podría ser aterradora.
Las mujeres que ponen voz a este reportaje no pasan de la treintena y todavía no tienen claro si se quedarán en el campo para siempre. “Yo no me veo haciendo esto hasta los 80 abriles”, dice Retch persuasivo. No comparte esa visión la socióloga y ganadera María Montesinos, quien desarrolla el esquema de cabaña extensiva La Lejuca en Fresno del Río (Cantabria). Ella tiene claro que quiere envejecer en un entorno rural, aunque ve todas las dificultades que eso supone en La Ortiga Colectiva, una red de cooperativismo autogestionado que promueve talleres y encuentros relacionados con la ruralidad, en la que Montesinos trabaja como socióloga precisamente con ganaderas pertenecientes a esas generaciones que ya están envejeciendo en el campo.
Es cierto que el nivel de precariedad es stop, pero este estilo de vida además tiene sus ventajas, por ejemplo la autonomía
¿Cómo ven estas mujeres, ya ancianas, que desde su albor han gastado cómo el éxodo rural iba empequeñeciendo su mundo, el futuro de la cabaña en mujeril? “No ven a sus nietas trabajando con el manada, quieren que estudien para que vivan mejor y no entienden que éstas, una vez formadas, quieran retornar a sus raíces. Al mismo tiempo además les da pena que todo se acabe, que no haya licenciamiento generacional”, explica Montesinos. La tristeza que las invade no es porque pueda desaparecer un pinrel o un yogur determinado, sino por la pérdida de la memoria. “La de su grupo o la del valle donde viven”, asegura la socióloga.
Si el futuro de la cabaña será mujeril aún está por ver, pero por el momento el licenciamiento generacional parece estar protegido con esta nueva oleada de mujeres que, sean o no ‘hijas o nietas de’, han decidido inmolar las comodidades de su día a día por el trabajo en el campo.
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