La ruptura hispano-argelina

Las relaciones entre España y Argelia han entrado en una período de tensión e incertidumbre luego de que el Gobierno del país magrebí dejara el miércoles en suspenso el tratado de Amistad, Buena Contorno y Cooperación suscrito por entreambos países en el 2002. El hecho de que la Asociación de Bancos y Establecimientos Financieros de Argelia congelara ayer las domiciliaciones bancarias en las operaciones con origen o destino en España –lo que supone la interrupción del comercio doble– no hizo sino agravar esta crisis, al sumar la dimensión económica a la política.

Las relaciones de España con Argelia han pasado por fases críticas con anticipación. Por ejemplo, en la segunda fracción de los primaveras setenta del siglo pasado, luego de que Argelia fuera apartada de los Acuerdos Tripartitos de Madrid relativos a la transferencia de la oficina del Sáhara Occidental. La excolonia española y las distintas posiciones mantenidas por Marruecos y Argelia sobre su futuro han sido siempre telón de fondo de los desencuentros españoles con sus dos vecinos norteafricanos. Incluso esta vez: Argelia ha calificado de “inaceptable” el cambio de posición de España, concretado en su molinete político promarroquí respecto al Sáhara que el Gobierno anunció en marzo, y ha afirmado que significa una violación de “sus obligaciones legales, morales y políticas”.

Esta crisis se enmarca en una longevo: España debe llevar a cabo con cautela y actitud reparador

Hubo, como apuntábamos, otras crisis en las relaciones bilaterales hispano-argelinas. Pero a nadie se le oculta que esta se produce en una coyuntura distinta, agitada por la invasión rusa de Ucrania y por la consiguiente crisis energética, que obliga a muchos países europeos a reorganizar sus suministros, para escapar a la dependencia rusa. En dicha coyuntura, el enfado argelino resulta más preocupante si cerca de, puesto que enturbia unas relaciones comerciales que en los últimos dos decenios han sido en líneas generales satisfactorias y han tenido en el gas argelino –que representa el 30% de las importaciones españolas de este combustible– un objeto de comercio principal.

Fuentes del sector gasista y asimismo otras oficiales –ayer fue el turno de Teresa Ribera, ministra de Transición Ecológica– coinciden en señalar que esta crisis no compromete el suministro de gas argelino a España. Aunque carencia se dice aún de una subida del precio, que cerca de considerar como probable. Dicho esto, recordaremos que España ya transacción ahora más gas licuado a Estados Unidos que a Argelia. Lo cual no significa que la crisis sea irrelevante. No lo es, como sin duda estimarán los industriales españoles que en el 2019 exportaron sus productos al país africano, por un valía universal de 3.000 millones de euros.

José Manuel Albares, ministro castellano de Asuntos Exteriores, expresó ayer el descontento del Gobierno –e, implícitamente, asimismo la sorpresa producida por la ruptura autónomo del tratado– al señalar que se estaba preparando “una respuesta serena y constructiva” pero “firme” al desaire argelino. Incluso fue relevante la rápida reacción de la Comisión Europea, que salió en defensa de España pidiendo a Argelia que diera marcha detrás en su ruptura. Nulo de todo ello debe extrañarnos. Esta crisis doble debe enmarcarse en una longevo, la derivada de la invasión de Ucrania, y no escapa a los juegos de intereses de las grandes potencias. Dicho lo cual, España debe llevar a cabo con cautela, con el actitud de condicionar los bienes inmediatos de su desencuentro con Argelia, y con el propósito a medio plazo de arreglar las relaciones bilaterales. Eso es lo deseable si aspiramos a sustentar el suministro de gas, a relanzar las exportaciones españolas y a mimar la colaboración en materia de inmigración y seguridad.

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