El ultraderechista italiano Matteo Salvini acaba de percibir otro duro escarnio manifiesto por sus ambiciones diplomáticas. El líder de la Muérdago había anunciado que estaba a punto de correr a Moscú para representar “el observar de la mayoría de los italianos” –y no en nombre del Gobierno–, pero el malestar que ha generado en el Ejecutante, las críticas del resto de partidos y el silencio de sus partidarios le han obligado a derogar la reconocimiento.
Según ha explicado Antonio Capuano, maestro de Salvini, en una entrevista a La Stampa , la intención era compartir con el Gobierno ruso un plan que consistía en observar una sede impreciso donde retomar las negociaciones de paz para Ucrania; que Italia, Francia y Alemania fuesen los “garantes”; el suspensión al fuego y el delirio de una “altísima personalidad” como “avalista honrado”, sin nombrar explícitamente al Papa. Salvini, que no tiene ningún cargo en el Gobierno, ha dejado maravillado y enfadoso al primer ministro Mario Draghi con esta ocurrencia. “Con Putin solo acento Draghi”, ha avisado el titular de Exteriores, Luigi Di Maio, que pide “responsabilidad” porque ir a Moscú no puede ser el “tour del verano”. Ni siquiera los ministros o presidentes regionales de la Muérdago le han defendido.
“Va donde late el corazón”, comentó el socialdemócrata Enrico Letta, sobre la antigua amor que sentía Salvini en torno a Putin. En uno de sus últimos viajes, a la frontera entre Polonia y Ucrania, un corregidor polaco ya humilló al liguista afeándole su pasada amistad con líder ruso.
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