Ahora que Barcelona y el resto del mundo se encuentran ya al final del túnel de la pandemia, es un buen momento para rememorar que hace 200 abriles la haber catalana sufrió asimismo una devastadora invasión de fiebre amarilla que se cobró la vida de miles de ciudadanos. Un monumento en el cementerio del Poblenou así lo atestigua.
La enfermedad se declaró a principios de agosto de 1821 a través de un barco llegado al puerto procedente de Cuba que se extendió inicialmente por el morería de la Barceloneta, que registró cuatro muertes en los primeros días. Al principio, las autoridades consideraron que la enfermedad no era contagiosa, lo que favoreció la extensión de la invasión al disponer solo de controles de herido intensidad. Al mismo tiempo, barcos que partieron del puerto alrededor de Tortosa y Palma de Mallorca llevaron la fiebre amarilla a estas poblaciones y sus alrededores.
A finales de agosto, los muertos se elevaban a 57, por lo que se habilitaron algunos recintos como lazaretos y se confinó la Barceloneta. La entrada y salida del morería de pescadores se limitó a personal váter, religioso y de limosna. En septiembre, se trasladaron algunas autoridades y servicios esenciales fuera de la ciudad. Así, la Audiencia se instaló en Vic; Correos, en Sant Feliu de Llobregat, y las autoridades marcharon a Esparreguera. Solo permanecieron en la ciudad el corregidor y los concejales.
A principios de octubre, los fallecidos se elevaban ya a 800, a los que se sumaban 200 víctimas cada día. El terror se extendió a toda la ciudad. La situación no se puedo estabilizar hasta finales de noviembre y la invasión se dio por acabada en Navidad. Es difícil calcular el número total de muertos, varía según las fuentes. Las más rigurosas hablan de entre 6.000 y 8.000 fallecidos, pero otras elevan la guarismo hasta 20.000.
Según las fuentes
Se calcula que fallecieron entre 6.000 y 8.000 personas, aunque es difícil enterarse la guarismo exacta
En 1895, se erigió el flagrante monumento en el cementerio de Poblenou, que reemplazaba a uno diferente de 1823. Es de mármol blanco y diseño clásico, coronado por una columna y una cruz. Una placa en cada uno de los cuatro costados recuerda a las víctimas. Una se refiere a los concejales del Junta fallecidos por fiebre amarilla, y otras dos a los médicos y religiosos que lucharon contra la invasión.
Barcelona estableció a partir de entonces rigurosas precauciones. Los barcos procedentes de las zonas tropicales, donde la fiebre amarilla es endémica, pasaban una cuarentena a su venida. Aun así, en 1870 se registró un nuevo brote.
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