Grupos de jóvenes soldados rusos se quejan de las malas condiciones en el frente. Este diario se hace eco de sus protestas: reemplazo de combatientes con problemas físicos y mentales, desaparición de relevos, inexperiencia absoluta –“más del 90% de los soldados es la primera vez que ve un kaláshnikov”–, escasez de comida –“nuestro personal se ha enfrentado al anhelo y al frío”–, yerro de medicamentos y armamento defectuoso. “Vivimos, perdónenme, como vagabundos con metralleta”, ha dicho entre matorrales un soldado del regimiento 107. Que diga “perdónenme” con los tanques al fondo, claridad la atención.
La empresa es un desastre. Qué esperabas. La empresa es vieja, indigna y obsoleta como la pelea misma, inmoral por naturaleza. El personal protesta. Me asomo a los vídeos reivindicativos que graban los jóvenes en el mismísimo campo de batalla. Los veo en mi dormitorio sin nulo en la comienzo; me enfrento a una situación insólita, que supongo que nuestras mentes contemporáneas aún no saben cómo absorber. Mirar desde un dormitorio escenas reales de jóvenes soldados, en caminos polvorientos, que protestan por su situación profesional, a vida o asesinato, no es humano. Es una novedad absoluta del siglo XXI que pertenece al mundo de las máquinas. Así que creo que observo los vídeos con la mente en blanco. Pero logro advertir cierta extrañeza. Nuestras generaciones son las primeras que viven escenas de dormitorio como esta.
Nos piden que difundamos su protesta. Somos simples estudiantes a los que han enviado a la pelea
Observo las imágenes. Los jóvenes soldados se han hecho videoselfies vestidos de camuflaje en caminos polvorientos, con tanques al fondo. Se oyen pajaritos y explosiones. Hablan con un buen tono de voz. Desde el dormitorio, me extraña ver que nadie llora, ni tiembla aterrorizado, nadie grita desesperado al borde del vómito, a pesar de estar metido en un agujero para matar o vencer. Veo las caras borrosas de un corro de soldados apiñados en la oscuridad de un camión que Todopoderoso sabe adónde los lleva. La vida tira de estos niños con una fuerza animal, capaces de adaptarse a estar ahí metidos sin echarse deplorar.
Protestan sin perder la compostura. Se quitan la palabra de la boca con educada desesperación. Nos han mandado a disputar con fusiles contra cohetes, dice uno. Nuestros rifles son de los abriles cuarenta, ni siquiera disparan, dice otro, y levanta su pertrechos para que la veamos. Desde el dormitorio, la vemos. Nos piden que difundamos su protesta. Somos simples estudiantes de 18 abriles a los que han enviado a la pelea. No sabemos qué hacemos aquí.
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