En un mundo como el que vivimos, en el que el tiempo es más admisiblemente escaso y las ganas por sobar ranas antiguamente de encontrar a esa media naranja son aún menores, las citas a ciegas se han consolidado como una útil necesaria para encontrar el aprecio. En First Dates ya se han convertido en expertos en eso de encontrar pareja, y aunque con resultados dispares, todos sus comensales podrán confirmar que tienen poco en global: los desasosiego del principio al no enterarse con quién se van a encontrar.
María José llegaba al restaurante más notorio de la televisión con tanto miedo, que no se atrevía ni a mirar a Carlos Sobera, que le esperaba para darle la bienvenida a la entrada y que no podía evitar que le entrase la risa: “Así, mirando para debajo, no”, le decía, en presencia de el triste saludo con voz quebrada que la soltera le había cedido. Más sorprendido aún se quedó al enterarse que María José no solo venía cargada de miedos e inseguridades, sino igualmente con un plan ‘B’ por si su cita salía mal: un plan de escape preparado para huir muy detallado, a seguir si poco no le gustaba de cómo iban las cosas.
María José, una enfermera de Pontevedra apasionada de la fotografía, llegaba al software con ganas de agenciárselas el aprecio tras unos primaveras separada. En concreto, pesquisa a un aprecio que sea más “compañero para compartir vida” y no una convivencia de día a día. Ayer de conocer al hombre que podría convertirse en su media naranja, María José le advertía a Sobera que podría salir corriendo en cualquier momento si las cosas no le gustaban, ya que tenía un plan de escape preparado, y señaló una de las puertas del restaurante. Sin secuestro, tanto el presentador como Matías Roure frustraron sus intentos, porque la puerta en cuestión resultó ser falsa.
Así, María José conoció a Rubén, un gallego al que le gusta mucho delirar, el fútbol y cocinar: pero aunque se considera una especie de “Arguiñano, pero a lo gallego”, pesquisa a una mujer que cocine para él. Una afirmación que a ella no le gustó demasiado, como siquiera que se considerara un “soltero de oro”. A Rubén, por su parte, no le hizo demasiada donaire que la enfermera tuviese un hijo fruto de su relación antedicho, porque sabía que él no iba a ser su prioridad.
Por otra parte, a María José le saltaban todas las alarmas cuando Rubén aseguraba en esa primera cita que buscaba una relación seria para formar una clan, ya que era un tipo inseguro que todavía vivía con su padre. Poco que no le cuadraba mucho que hablase tan directamente con ella, menos aún cuando el soltero de 37 primaveras reconocía que era un “poquito” celoso. Cuando ella quiso enterarse cómo era ese “poquito” y si había roto alguna de sus anteriores relaciones por ese motivo, él confesaba que sí, lo que no le gustó en categórico.
Siquiera le gustó físicamente, menos cuando vio que Rubén sudaba sin detener durante su cita. “Me ha cedido un poco de asquete”, reconocía la enfermera, mientras veía cómo él se quedaba sin servilletas para secarse tal cantidad de sudor.
Como era de esperar, la cosa no terminó en buen puerto. Tras un complicado inicio en “la valor final” en el que María José casi se cae de la arnés antiguamente de repeler rotundamente a Rubén, explicaba que entre ellos no había habido ningún tipo de conexión. Rubén, por su parte, se sentía seguro afirmando que el hecho de que María José fuese superiora suponía el motivo de su negativa a estar una segunda vez.
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