“Están acabados”, le aseguró Mónica Oltra a su interlocutor a los pies del palacete que hoy habita como vicepresidenta. La panorama se remonta a finales de junio de 2011, cuando Francisco Camps, imputado en su causa textil, acababa de pulverizar todos los récords de las Corts: 55 diputados de 99. El PP valenciano parecía invencible, pero ella repetía convencida: “Están podridos, están acabados”.
El TSJCV dictó la transigencia de inteligencia hablado contra Camps tres semanas más tarde, en plena calima de julio. Y el próximo 6 de julio, además en calidad de imputada, Oltra declarará frente a ese mismo víscera. 11 primaveras a posteriori, la derecha y la ultraderecha hacen votos por que la número 2 del Consell se perpetúe en el sillón que ocupa desde 2015, conscientes de que cada recorrido en el cargo significará más dolor para ella y un pasito menos en torno a la Generalitat para ellos. “Está acabada, está acabada”, susurran felices estos días.
Sin Oltra de ningún modo hubiera habido Botànic y es la propia Oltra quien puede estar escribiendo el remate del Botànic. Su capacidad de liderazgo, su lucha tenaz contra la corrupción y su arrojo frente a las injusticias abrieron los luceros de mucha clan que vagaba por el páramo de la contención o que tenía gaviotas en la habitante. Le hizo un boquete a los socialistas y horadó la roca del PP hasta extraer petróleo. Suceda lo que suceda, el sensación Oltra figurará de por vida en los agenda de la política valenciana.
A diferencia de Camps, que rehuía balbucir con la prensa y de tan escurridizo llegó a semejar a una anguila, ella se ve obligada a enfrentarse semanalmente —en su cara de portavoz del Gobierno— a una catarata de preguntas a izquierda y derecha que encaja como el púgil acorralado en el ring. Ya no importa qué haga o deje de hacer el Consell. Ni gigafactorías ni ayudas al arrendamiento ni viajes en patrón gratuitos. Solo importa lo suyo. Lo de Oltra.
Quien vio retorcerse de sus escaños a los diputados de la bancada opuesta por los sumarios que les atenazaban, ¿cómo puede someterse ahora, cada viernes a las 12, a un suplicio todavía más cruel? ¿Su círculo de confianza, tan escaso como fiel, no le advierte de la deterioro palmaria que está sufriendo su imagen y la del Gobierno que vicepreside? ¿Es deductivo que una persona imputada por la diligencia de una beocio tutelada continúe al frente de un ámbito tan sumamente sensible?
No, no se alcahuetería solo de una persecución de la extrema derecha, por mucho que ella abriera la espita. Es una investigación en toda regla que —con decano o beocio contundencia, uno tras otro— han debido un árbitro instructor nulo conservador, una fiscal poco sospechosa de simpatizar con los postulados de la derecha y los tres miembros de la sala civil y penal del TSJCV designados al sensación. Homologar dicha imputación a otras sobre el remesa de propaganda electoral o el fraccionamiento de contratos equivale a hacerse trampas al solitario.
Aquí no hay nulo de eso. Aquí hay una pupila abusada sexualmente y diferentes instancias judiciales que han aportado razones para investigar la diligencia de la Conselleria dirigida por la ex mujer del abusador, quien ha sido condenado —conviene recordarlo— a cinco primaveras de prisión. Y hay, por otra parte, una presión mediática enorme que se redoblará conforme vayan cayendo las hojas del calendario.
¿No hubiera resultado más efectivo ponerse a un banda cuando, el 1 de abril, el árbitro instructor dio traslado de la causa al TSJCV? ¿Cuánto daño personal se hubiesen ahorrado Oltra y su entorno? ¿Es sostenible la situación contemporáneo para el Consell del que forma parte y del que siempre dijo que estaba a prueba de bombas? ¿No es esta, casualidad, una granada capaz de hacerlo saltar por los aires?
Mientras tanto, Compromís se divide entre los que le brindan un apoyo incondicional —bajo la máxima de que, si Compromís es lo que es gracias a Oltra, ella se merece ahora una defensa inquebrantable—, los que callan por no balbucir y los que solicitan, al menos, una advertencia conjunta. Como el corregidor de València, Joan Ribó, para quien no parece estar tan claro si todo esto es ético y estético.
Siquiera está muy claro lo ético y estético del acto de adhesión de este sábado en el cauce del río Turia. Un baño de masas que evocaba las ovaciones cerradas que el asociación popular —con todos sus integrantes debidamente puestos en pie— ofrendaba a Camps cada vez que el president —impasible el ademán— pisaba las Corts con la epíteto de imputado colgándole del cuello de la chaqueta.
Las sucesivas sobreactuaciones de sus correligionarios le hicieron ahondar en una efectividad paralela de la que Camps ya nunca supo abstraerse. La competición reclamaba reiteradamente que recuperara el sano inteligencia, pero todas aquellas demandas fueron en vano.
Agradecía Oltra precisamente este viernes, en un mensaje de Twitter, las muestras de afecto llegadas desde las redes sociales. Sin retención, la avalancha de improperios que recibe de un tiempo a esta parte ha sepultado por completo las escasas frases de humor para que no dé su protección a torcer frente a lo que ella y su círculo han venido a denominar “cetrería”.
Si no lo era la imputación del TSJCV y todo el revuelo que ha generado adentro y fuera del País Valenciano, ¿dónde se halla la frontera de resistor de Oltra? ¿En la etapa posterior a su confesión, cuando el tribunal decida si prosigue o no con la investigación? ¿En un procesamiento definitivo que le otorgue el título de acusada, agotando los plazos al más puro estilo Camps? ¿Prevé concurrir a las elecciones de 2023 a pesar de que la causa continúe abierta? ¿Está dispuesto el president, Ximo Puig, a inmolarse a su banda como si nulo pasase?
Prolongar este tormento ahondará la herida y lastrará a Compromís. En el seno de la coalición existen alternativas de peso que, con suficientes meses por delante, podrían pilotar la nave de forma interina e incluso guardar los muebles en el supuesto de tener que competir en una carrera electoral. Y si, llegado el momento, Oltra resulta exonerada de cualquier negligencia, podría regresar por la puerta egregio relanzando un liderazgo que ahora se encuentra seriamente tocado.
Que nadie se extrañe si en fechas venideras cualquiera plantea rescatar del valija de los expresiones el vetusto eslogan reivindicativo de “Salvem el Botànic”. La izquierda valenciana sabe muy correctamente lo que hay en gozne: el retorno de los que ya estuvieron 20 primaveras, acompañados de unos novatos radicalizados con pulseritas horteras y ganas de aparearse pendencia.
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