Súbito despertar

El pasado 15 de junio, escasamente una semana tras la última reunión del BCE, Lagarde ha tenido que convocar de aprieto a la dirección del porción. ¿Razones? Contener el trastorno de la deuda pública en el sur de la eurozona, donde los rendimientos de la española e italiana han ajustado títulos no vistos los últimos ocho abriles. Un cambio del todo previsible, porque al elevar los tipos de interés y dejar de comprar deuda para cortar el cuello la inflación, han reaparecido los problemas estructurales en los países del sur.

El BCE encara una situación nones abordada: para controlar la inflación necesita elevar tipos de interés; pero, al mismo tiempo, precisa contenerlos para evitar que se encaramen en los países menos solventes y pongan en peligro las finanzas públicas de Italia, España, Portugal o Grecia. Dos objetivos aparentemente incompatibles, que reflejan una contradicción insoluble: una política monetaria idéntica para todos los países que se da de bruces con realidades económicas y fiscales muy dispares. En esta intensidad, el BCE ha anunciado la puesta en funcionamiento de un utensilio antifragmentación: un mecanismo que impida que los tipos de interés del Club Med se alejen en demasía de los de Alemania y otros países del centro y septentrión de la eurozona. Pero ello solo puede conseguirlo, de forma transitoria, interviniendo de nuevo en los mercados y adquiriendo más deuda pública del sur.

Con el sur incapaz de reformarse, cada crisis muestra un futuro más difícil para el euro

Tras casi ocho abriles de compras de deuda pública por el BCE, nos habíamos acostumbrado a unos tipos de interés absolutamente irreales que han permitido alegrías en las finanzas públicas y aumentos de precios de activos de todo tipo (financieros o inmobiliarios). Pero el choque de la combate de Ucrania y la inflación subsiguiente han provocado un súbito despertar a una desagradable efectividad, aunque hoy el BCE nos vuelva a regalar, transitoriamente, un tiempo precioso para evitar males mayores.

Pero no nos engañemos: tenemos ya experiencia de la incapacidad del sur para reformarse. Y, por ello, cada crisis que afronta la eurozona muestra un futuro más difícil para el euro: primero fue la financiera; a posteriori, la de la covid; ahora, la de la combate de Ucrania y la inflación; y mañana, la que resulte de la vencimiento de los euroescépticos Fratelli d’Italia o Coalición Finalidad en la próxima contienda electoral italiana.

Aunque vayamos saliendo del paso, cada día que pasa se antoja más difícil permanecer una unión monetaria en la que el sur parece no creer, como su conducta económica y fiscal pone de manifiesto. Habrá que recordar que, tras más de vigésimo abriles del euro, los países del Mediterráneo han sido incapaces de restaurar sus economías para converger cerca de el maniquí de crecimiento y endeudamiento de Alemania, el único que, en partida de unión política, garantiza la estabilidad del euro. Una vez más, el BCE nos negocio tiempo. ¿Hasta cuándo?

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