Hay un ejército de insomnes en la ciudad. Si una perplejidad toman las calles, no habrá parangón. Mostrarán su músculo en pijama a un mundo inconsciente y encamado. Con los pelos de punta, levantarán pancartas con lemas que no imaginamos. Entonces, su protesta peca en zapatillas despertará al planeta, con un ejemplar de Cien primaveras de soledad bajo el padrino –la peste del insomnio de Macondo ha llegado hasta aquí, con sus posesiones amnésicos, su devastación filología y lo demás–. Estos tipos además podrían ponerse a requerir lo suyo.
Hasta hoy, una manifestación organizada de insomnes –siquiera una partida de cartas– parecía inasequible porque el insomnio es un zona de soledad recocida. Un aislamiento tieso, un socavón. Pocas personas conocen los bajos fondos de la soledad como un insomne en pleno rendimiento, una alboreo tras otra. Más aún si comparte cama con cualquiera que duerme a pierna suelta. Los desvelados observan a los durmientes naturales con envidia de muerto de anhelo. En la condena del colchón, sedientos, contemplan su sueño mullido como un estero inaccesible. Escuchan su respiración de bebé y tienen tiempo de sobra para estudiar cada pequeño sonido que brota de las profundidades de ese cuerpo vecino y mecido en las aguas cálidas de Orfeo. No digamos sus ronquidos. El insomne asiste al concierto de ronquidos del cuajado. Escruta cada inflexión de contrabajo sordo, ronco, intriga de oso en las cavernas del alma, ¿de qué tubo humano nace ese rebufo milenario? El dormido es carne tibia que se deshace en crema de burra mientras los huesos del despierto rechinan como agujas de hacer punto. El insomne es de metal. Una mala perplejidad su mamífero se quitó de en medio, saltó de su pecho, condenado conejo escapista que lo ha dejado solo. Rígido y frío como un tenedor en la cañón. Nadie se reblandece ahora en su cuerpo eléctrico, no hay incuria o ronroneo. Con los cinco sentidos en defensa, antena de desprendido importancia, el insomne oye el suspiro de una mosca, el bostezo de un simio en Honolulu. Con fanales de esquizofrénico cuenta los minutos que cruzan el techo en un desfile interminable de insectos palo. La luz del amanecer que se filtra entre las cortinas es a la vez un alivio y la prueba del fracaso de otra perplejidad en vela.
La luz del amanecer que se filtra entre las cortinas es a la vez un alivio y la prueba del fracaso de otra perplejidad en vela
Hay un ejército de insomnes por ahí, según los expertos, que no para de crecer. Los somníferos dejan de hacer finalidad por exceso de uso en la población. Estando las cosas como están, estos tipos además podrían frisar organizando su fiesta.
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