La mentira es atractiva, la verdad aburre. Esta podría ser la conclusión de este artículo, y no sería exagerada. Conforme el ecosistema digital crece y se refuerza (en beneficio de sus gestores, no de los ciudadanos, dejemos ya de ser inocentes), el denominado "Ciberleviatán", en palabras de José María Lasalle, profundiza en los surcos que permiten anciano movimiento a los productos de la post verdad para placer de quienes ansían desmontar el sistema dadivoso, así en la izquierda como en la derecha. La mentira, cual hiena hambrienta, encuentra en este nuevo universo infinidad de posibilidades, con la estrecha colaboración de quienes la necesitan, y la usan, para formatear nuestras mentes con fines de consumo, que además son fines políticos.
Puede ser un vídeo o una fotografía manipuladas, textos alterados, secuencias icónicas elegidas por algoritmos invisibles diseñados por empresas instaladas en geografías inaccesibles y financiados por multinacionales con anciano presupuesto que los Estados; e incluso cortes de voz editados, da igual, gran parte de la población, por ser moderado en la extensión, lo consume y lo goza; es el nuevo masturbación digital. Es además la creación programada de nuevas ficciones, con técnicas de serial de televisión, cuyo objetivo final es el poder sobre nuestras conductas y la manipulación de nuestras conciencias, que es el anciano poder posible sobre la Tierra. Nadie parece poder detener este nuevo escena donde los ciudadanos son cada vez menos ciudadanos para convertirse en sujetos pasivos, alineados, robotizados y, al tiempo, satisfechos de percibir estimulaciones constantes para sentirse elevados, para huir de los contextos, para recusar el argumento, que exige atención y disciplina, encajado lo que la mentira está destruyendo. Es casi una seducción erótica.
El periodismo, el buen periodismo, queda así débil en presencia de la enormidad del engendro. Incluso medios de comunicación tradicionales (terrible expresión esta) ceden seducidos por el potencial de la nueva materia, pervirtiendo los principios que les han servido durante décadas para originar confianza y complicidad entre sus audiencias: caso Irene Montero, por ejemplo. Se buscan eufemismos para aliviar el desastre, y llamamos manipulación a la mentira, en ocasiones los hay que lo tildan de error. Da igual, la mentira ha circulado con velocidad (la mentira es más rápida que la verdad, mucho más) y la rectificación o el gratitud de la falsedad siempre llega tarde, y con mínima difusión. Para el gran divulgado la primera lectura, la que insulta a la verdad, es la que vale, porque no tenemos ni generamos suficiente atención para modelar y alterar la primera percepción (Negro Patino).
Lo asombroso es la desaparición total de reacción de quienes pueden aliviar el gran patraña. Admisiblemente al contrario, favorecen siempre los procesos de concentración de poder (además con leyes), que es lo que la mentira más necesita, evitar opositores. Lo exigen quienes llevan trabajando una gloria para que el neoliberalismo contamine todas las instituciones con el fin de destruir las democracias liberales. Es una constante histórica, pero con la diferencia de que en el pasado la mentira tenía enemigos poderosos, en la política, en la civilización y además en el periodismo; enemigos que hoy, en gran parte, se han automarginado en algunos casos cerca de la insignificancia. No hay suficientes resistencias y sin la verdad, o como minúsculo, sin la aspiración a memorizar la verdad, a la voluntad de contrastar el alud constante de mentiras, el sistema que conocemos estará condenado. No todo está decidido pero, al menos, no dejemos que la mentira y sus consecuencias nos acaben derrotando.
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