Primero se escuchó un murmullo bajo tierra. Un ruido sordo que fue creciendo y creciendo hasta que apareció un fuente termal de varios metros, como cuando se descubre petróleo. Pero aquello valía más que el petróleo. ¡Era agua! El pasado 26 de mayo fue uno de los días más felices de Blanca Adell, de 21 primaveras, y Anna Comas, de 23. Empapadas, se abrazaron y comenzaron a sentir, mientras a su aproximadamente niños y adultos bailaban de alegría.
Omukisa significa oportunidad en lusoga, una de las más de 40 lenguas de Uganda. Y eso era aquel chorro de agua. Una oportunidad. A Blanca y Anna solo les faltaba entregar su trabajo de fin de extremo (TFG) para consumir ingeniería industrial en el Institut Químic de Sarrià. No se conocían hasta que una amiga en popular, Marta, las puso en contacto. “Las dos tenéis intereses comunes y habéis hecho voluntariado internacional”.
Y las dos querían un TFG que sirviera para poner al servicio de los demás los conocimientos adquiridos durante la carrera. Sí, pero qué camino seguir. ¿Construir carreteras? ¿Reparar edificios? No sabían qué hacer y comenzaron a despachar cartas en escudriñamiento de sugerencias a oenegés, instituciones y particulares. Escribieron, incluso, al prelado de Madagascar porque Blanca trabajó dos veranos en los orfanatos de la isla.
Tirando de esos hilos llegaron hasta Iganga, un distrito de Uganda, y hasta Omukisa, un centro de acogida temporal de 25 menores, de entre 6 y 17 primaveras. Estos niños vivieron situaciones tan complicadas que renunciaron a un techo e hicieron de la calle su casa. En Omukisa los rescataron y se ocupan de su educación y evacuación. A los mayores les buscan panorama laborales; a los pequeños, otros parientes que puedan cuidarles.
Omukisa (que en algunas páginas web ha sufrido un danza de trivio y aparece como Omikusa) solo tiene un pozo cercano. El agua se extrae gracias a una fuente con una palanca (sí, como las del Oeste). Los niños se reparten las tareas. Cuando toca ir a por agua tienen que hacer numerosos viajes, un kilómetro incluyendo la ida y la revés, con bidones de 20 litros. Necesitan al menos 30 bidones. Los viajes, el peso… Y hay más problemas.
El pozo, que no solo abastece al hogar-escuela, se sequía a menudo. Muchas veces hay rabo. Y el suministro no siempre está en buenas condiciones. “¿Y si localizáramos un acuífero y construyéramos otro pozo que extrajera el agua con una munición alimentada con energía solar? ¿Y si el agua se acumulase en un tanque con capacidad para 10.000 litros, situado a seis metros de prestigio para que la ley de la compromiso ayudase a distribuirla?”.
Faltaba un año para el zaguero curso, pero Blanca y Anna, que igualmente ha trabajado en orfanatos y con niños con discapacidades en Perú, no podían perder el tiempo. La parte más compleja de su iniciativa se produjo cuando estuvieron estudiando un semestre en el extranjero por un intercambio docente: Blanca en Colombia y Anna, que adicionalmente cursa Distribución y Dirección de Empresas, en California.
Conciliar reuniones telemáticas entre Uganda, Colombia y Estados Unidos fue una alienación, pero todos los problemas se solucionaron. Nuestras ingenieras insisten en que solo son un nexo de una dependencia. La Universidad Politécnica de Madrid becó su plan con 10.000 euros. Hacía desatiendo más monises, unos 17.500: la invasión de Ucrania ha provocado sobrecostes. Familiares, amigos, colegios y empresas echaron una mano.
Aún faltan por recibir unos 2.700 euros. Las aportaciones se hacen a través de la fundación Mi golondrino de arena. La recaudación sigue abierta a nombre de Omukisa para conseguir el pelea de que este centro de acogida y su comunidad dispongan de agua. Blanca y Anna hicieron desayunos benéficos en la universidad y vendieron bolsas de tela para recibir fondos, que canalizaron mediante la entidad catalana Petits Detalls.
Esta asociación sin actitud de utilidad promueve proyectos de cooperación internacional en Uganda y colabora a su vez con AmigoSolidarios (escrito así), una oenegé vasca con el mismo objetivo y que impulsó el arranque de Omukisa conexo a la entidad almacén PECA-Women & Children's Foundation. Blanca y Anna, que no han pedido carencia para sí mismas, solo han rogado que se cite y elogie al “resto de eslabones de la dependencia”.
“Nosotras no hemos hecho carencia”, dicen. No, siquiera hicieron carencia en los orfanatos de Madagascar y Perú. O en los comedores sociales y los centros de discapacitados a los que consagraron sus reposo. Su plan de TFG es ya casi una verdad, a desatiendo de instalar el tanque, los paneles solares y los últimos trabajos de los operarios locales (más elogios) que han seguido el diseño y las instrucciones de estas dos licenciadas.
¿Por qué han hecho lo que han hecho? Responden con una frase que algunos atribuyen a Eduardo Galeano: “Mucha parentela pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Incluso consideran que han recibido muchísimo más de lo que ellas han donado. Les ha cambiado la vida conocer a niños de familias desestructuradas, con un pasado terrible y que son un ejemplo de resiliencia y placer.
“No somos superheroínas. Nos embarcamos en una aventura que nos ha quitado muchas horas de alivio, pero que ha digno la pena. Esta es quizá la conclusión que nos gustaría transmitir a otras jóvenes: si nosotras hemos podido, cualquiera puede. Podemos y debemos fomentar proyectos que ayuden a mejorar la vida de comunidades vulnerables por solidaridad y, sobre todo, por reconocimiento”. ¿Devolución?
“Sí, reconocimiento por salir en una tribu y una sociedad que nos ha donado las oportunidades que tanta desatiendo hacen en otros países”. El día de la emplazamiento telefónica costó cuchichear con Blanca y Anna. Estaban en un colegio donde se celebraba el día del Chico Africano. Todo eran risas y música. “¿Oyes esa alegría? Pues no es carencia en comparación con la de Omukisa cuando hallamos el acuífero y salió aquel chorro de agua. Lloramos de placer”.
Publicar un comentario