En las entrañas de Benicàssim

En 1995, al mismo tiempo que algunos promotores británicos andaban enzarzados en la posibilidad de organizar un festival musical que celebrara el 25.º aniversario de la última de las tres ediciones del celebérrimo festival de la Isla de Wight, un pequeño comunidad de melómanos españoles ponían en marcha el que durante muchos primaveras sería poco así como el buque insignia de los macrofestivales musicales veraniegos de estas latitudes: el Festival Internacional de Benicàssim (FIB), un evento que nacía ya con una peculiar querencia por lo inglés y que en pocos primaveras se convertiría en la meca de la emplazamiento música indie, asimismo para los fans procedentes del Reino Unido.

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Fibers reponiendo fuerzas en la zona de campamento del festival en 1999 

A. Estévez / Efe

De algún modo, la historia del FIB es asimismo la historia de esa música, elindie , sea lo que sea lo que en el posterior cuarto de siglo esa palabra ha significado musicalmente. (Tal vez, una buena guisa de hacerse una idea sea echar un vistazo a algunos de los grupos que, en aquel 1995, formaron parte del cartel del festival: por la parte hispana, Los Planetas, Australian Blonde, Sr. Chinarro o La Buena Vida; por la británica, The Charlatans, Supergrass o The Wedding Present. Incluso dibuja el perfil del festival el origen de sus impulsores: los hermanos José y Miguel Morán, gestores por aquel entonces de la sala Maravillas de Madrid, o Luis Pelado y Joako Ezpeleta, dos nombres ligados a la discográfica Elefant Records y al mítico software de radiodifusión Alucinación a los sueños polares. Una sala de conciertos, una editora de discos y un armario radiofónico que daban buena cuenta de la presente de eso que ya se conocía como indie).

El autor de esta crónica del FIB empezó sirviendo bebidas en una mostrador del festival para matar como codirector 

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Llegada a una de las zonas del festival en la publicación del 2018 

X.Torrent / Getty

La historia del FIB se puede rastrear sobre todo en multitud de crónicas publicadas en prensa (diarios, revistas especializadas…) desde su despegue hasta hoy mismo, una historia plagada de grandes momentos y asimismo momentos de incertidumbre. Para iluminar tanto los unos como los otros, ahora es posible venir a una nueva fuente, el tomo Aquí vivía yo, subtitulado Una crónica emocional de mis 25 primaveras en el FIB , y que firma Joan Vich Montaner (Palma, 1972). Una historia cuyo interés radica sobre todo en estar contada desde adentro, pues el autor trabajó en el festival desde su primera publicación hasta la del 2019, la última antaño del parón covídico.

En sus veinticinco primaveras como parte intrínseca del FIB, Vich Montaner lo ha vivido desde diversas perspectivas, desde ocuparse primero de atender una de las barras de bebidas del festival hasta matar como codirector del evento encargado de la contratación de artistas, tareas que a lo grande de los primaveras ha ido compaginando con otras como hacer él mismo de músico en diversos grupos, dedicarse al periodismo musical o trabajar como mánager de otros artistas. Pero a pesar de su conocimiento de este conversación que cada año lleva a miles de fans hasta la aldea castellonense, no ofrece un relato pormenorizado de la historia del FIB, repleto de cifras de asistentes, listados de artistas participantes o prolijas explicaciones del funcionamiento de un festival de la magnitud del de Benicàssim. La de Vich Montaner es, como ya dice el autor desde buen principio, una “crónica emocional”. Lo cual, por otra parte, no la invalida en tanto que retrato de uno de los eventos musicales más destacados de las últimas décadas en Europa.

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Un fiber tomándose un alivio anejo a un retrete en el 2007 

Samir Hussein / Getty

Partiendo de la puntualización, el tomo va construyendo poco a poco un retrato de conjunto de lo que ha sido el FIB hasta ahora, un retrato que lo es a la vez de un movimiento cultural –eso que llamamos indie–, de algunos de sus protagonista principales y asimismo de sus muchos seguidores, esos miles de jóvenes             –muchos británicos– que año tras año se agolpaban durante tres o cuatro días en un pequeño pueblo de las costa mediterránea para pasarlo admisiblemente a almohadilla de música, sol y playa.

Desde su perspectiva emocional, Vich Montaner ha sabido construir un relato divertido, con asaz humor incluso, en el que descubre sus filias –y algunas fobias–; un relato que sobre todo transmite su pasión por la música, por esa música que es asimismo la que lleva a los fans al FIB. Un relato que se quiere sin nostalgia –y sin épica– pero que no deja de trasmitir emoción y entusiasmo por acontecer participado durante un cuarto de siglo del festival, una emoción que a buen seguro es la que puede conectar al autor con los lectores del tomo, sobre todo si estos han sido asimismo fibers (que así se conocen los asistentes al festival).

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Joan Vich Montaner, autor de 'Aquí vivía yo' 

Eva Ponga

Hoy el FIB no parece estar en su mejor momento, tras acontecer pasado por un nuevo cambio de propietarios (y una pandemia). Puntada con echar un vistazo al cartel y compararlo con ediciones de sus primaveras más brillantes. Pero asimismo la música es hoy distinta y el indie que le dio vida es sobre todo historia. De los festivales nacidos en aquellos primeros noventa, solo el Sónar se mantiene con vida. Otros muchos o son más jóvenes o se han quedado en el camino, víctimas a menudo de una saturación del aberración festival y de una encarnizada competencia entre ellos. Pero quién sabe, tal vez adentro de veinticinco primaveras cualquiera escribirá otra crónica del FIB.

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Joan Vich MontanerLibros del KO. 232 páginas. 19,90 euros

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