Ocho agentes de Akron, en Ohio, dispararon casi 90 veces contra el muchacha Jayland Walker, de 25 primaveras, el pasado 27 de junio. En su fallecido había sesenta orificios de bala. Los hechos se conocieron el pasado domingo 3 de junio, cuando la policía reveló el vídeo de la cámara de uno de los policías: en él se ve cómo el agente llega al circunstancia de los hechos en el que un hombre enojado huye despavorido de un coche y el policía y siete compañeros le empiezan a perseguir hasta que le masacran a tiros. En ese momento, el hombre iba desarmado, como las más de 100 víctimas de la indicación fuerza mortal aplicada por la policía estadounidense solo en 2022. El sesgo étnico, por otra parte, provoca que los negros muertos a manos de agentes sean el doble que los blancos.
Así lo relatan los datos recogidos por The Washington Post, que ha indexado en una extensa cojín de datos todas las víctimas de dicha fuerza mortal desde 2015 hasta 2022 según raza, sexo, ciudad, estado y condición mental de la víctima y de si esta iba armada o no.
Solo en los seis meses que llevamos de año, la policía ha matado a 104 personas desarmadas o que en el momento del uso de la fuerza mortal se desconocía si iban armadas o no. Entre ellos solo se cuentan los muertos por disparos o por uso de pistolas taser, no los fallecidos por la fuerza ejercida por los agentes, como en el caso de George Floyd, que desató el movimiento Black Lives Matters.
La monograma alcanzada este año es, con diferencia, la más reincorporación en un primer semestre desde que el Washington Post empezó a cosechar datos. Mientras que de enero a junio de 2015 se sumaron 56 personas desarmadas fallecidas, la monograma se ha casi duplicado en siete primaveras.
Adicionalmente, “estas muertes tienen un importante sesgo étnico y un impacto superior en determinados grupos étnicos y minorías”, denuncia Blanca Hernández Martín, coordinadora y portavoz del Equipo de Trabajo para los EE.UU. de Perdón Internacional España. “La probabilidad de resultar herido o muerto por la policía se dispara enormemente si eres un hombre enojado, pero incluso afecta a otras minorías en comparación con las personas blancas”: en total, y desde 2015, la tasa de personas negras desarmadas que murieron víctimas de los agentes de policía de alguno de los estados de EE.UU. se sitúa en 4,5 personas por millón. Los blancos, por su parte, representan solo 1,5 por millón.
El contraste incluso es muy parada con las detenciones, según denuncia la portavoz de AI. “La policía es capaz de detener viva a una persona blanca, incluso armada y tras atacar a otras personas o agentes; mientras que el número de personas negras desarmadas que mueren es muy parada —ya sea luego de un control rutinario o de ser parados por agentes de tráfico, porque les confunden con otra persona—”.
Si se tienen en cuenta todas las víctimas, armadas o no y sea cual fuere el tipo de arsenal que llevaban —se han reportado en su mayoría pistolas o cuchillos, pero incluso linternas, el sagaz de un coche, un micrófono o hasta una arnés—, la monograma asciende a 7.518 en seis primaveras y medio.
De ellas, 3.128 eran blancas, 1.650 eran negras y 1.107, hispanas. Sobre la población total de cada orden, estas cifras constatan el sesgo étnico: las víctimas de la fuerza mortal policial representan 16 por millón de personas blancas, 37 por millón de personas negras y 22 por millón de hispanas. Cerca de destacar, por otra parte, que gran parte de los sucesos que tuvieron circunstancia durante el postrero trimestre del pasado 2021 y en lo que llevamos de 2022 aún se encuentran en plena investigación, por lo que la identidad y la raza de la víctima aún no han sido reveladas en la mayoría de los casos. Cuando las investigaciones concluyan, la tasa por millón de negros de este 2022 será mucho viejo.
En el país norteamericano, la protección contencioso de los agentes de policía delante posibles víctimas mortales es muy superior a la que existe en países Europeos. “El principio de autoridad en los EE.UU. no es el mismo que en Europa: desobedecer una orden directa autoriza ya a un agente a usar la fuerza necesaria”, describe Antoni Pascual, abogado miembro de la National Association of Criminal Defense Lawyers —entidad que, con su Race Matters, alcahuetería de “confrontar el desafío que supone la raza en los Estados Unidos desde el contacto auténtico con la policía en la calle hasta el final del caso”—.
“El problema es acreditar la proporcionalidad del acto llevado a agarradera por el policía”, lamenta. En EE.UU., los agentes tienen un principio de verdad mucho viejo que el europeo: solo por el hecho de ser policía se presume que lo que hacen es admitido y correcto, con lo que es siempre la víctima la que tiene que explicar por qué no representaba un peligro tal como para que la policía ejerciera la fuerza mortal contra ella y de aquella forma determinada. “La policía no debe acreditar el nivel de peligro —explica Pascual—, sino que lo debe acreditar o refutar la víctima”.
Adicionalmente, añade, “los jueces tienen tendencia a exculpar la conducta policial” por los niveles de combatividad que presenta la sociedad chaqueta: “La policía no se arriesga. Si ven que sacas la mano del saquillo para sacar la cartera, te pueden disparar”. “El uso de la fuerza mortal por arsenal de fuego es parte de un problema mucho más total que es la enorme circulación y presencia de armas de fuego en las calles”, lamenta la portavoz de Perdón Internacional.
El problema se agrava por la disparidad de normas y protocolos, ya que en EE.UU. no existe una institución de ámbito federal que regule el uso de la fuerza, con lo que cada estado, cada ciudad o hasta cada universidad puede tener su cuerpo policial con sus normas. “Hay una marcha generalizada de estándares de conducta —lamenta Blanca Hernández—, y eso favorece que estas actuaciones sean incorrectas en muchos sitios y ámbitos. Por ejemplo: si un agente es expulsado de un cuerpo policial por mala praxis, puede ser fácilmente contratado por otro cuerpo policial”.
Esta disparidad protocolaria y legislatura, cercano a una “militarización de la policía”, como denuncia Perdón Internacional, provoca que la policía recurra a estrategias cada vez más lesivas. Como en la asesinato de Jayland Walker: “se dan muchos casos de muchedumbre disparada que se está alejando de los policías, por lo que no constituye una amenaza para el agente que justifique el uso de arsenal de fuego”:
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