Los culpables

Hay quienes consideran el sentimiento de delito como una especie de contraveneno. Un contraveneno que aplican de forma repetida para realizar de nuevo como no deberían. “Me siento funesto por lo que he hecho”, dicen, como si con eso amortiguaran o incluso saldaran el perjuicio de suceder actuado así. Y llaman la atención sobre ese sentimiento, con lo que les parece mi­nimizar los daños ocasionados y mejorar el estado de talante de quienes los han sufrido. “Es tan extenso mi delito que es longevo que tu malestar”. “Si supieras cómo me siento, es horrible”.

Incapaces de responsabilizarse por lo hecho, suplen el perdón o las disculpas que deberían pedir por la expresión ininterrumpida del desprecio que sienten por sí mismos, que los lleva en no pocas ocasiones al borde del desespero o la depresión. Hacen daño y ellos lo sienten más que nadie. Te fastidian la vida y son ellos los que no pueden sostenerlo. Se convierten una y otra vez en el centro geométrico de cualquier suceso. Ellos son los que importan antaño, mientras y posteriormente. Antaño, porque actúan sin tenerte en cuenta. Mientras, porque siquiera importa lo que vayas a observar tú. Luego, porque están tan agobiados por lo sucedido que no pueden ver más allá de sus arrojo. Te piden que los consueles por lo que te han hecho. El colmo.

En el orden de los eternos culpables están, entre otros y solo por poner algunos ejemplos, los infieles, los trepas, los mentirosos, los egoístas, los vagos, los violentos, los ladrones y los traidores (unas características no excluyen a las otras).

Te piden que los consueles por lo que te han hecho. El colmo

Podría compararse la delito al timo de la estampita. A la frente de un edificio cuyo interior es una ruina. Así que pespunte con no deslumbrarse, es suficiente con frenar para ir un poco más allá. Observar el paso posterior sabiendo de antemano que quien se declara atormentado por la delito lo hace para defecar y va a repetir lo mismo otra vez, escudado de nuevo en la exculpación y el supuesto rectificación. Lo cierto es que donde hay delito, no hay conciencia y que donde hay conciencia, hay responsabilidad, el único empleo desde el que puede operarse el cambio.

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