Japón quedó ayer en estado de shock tras conocerse el crimen a tiros del ex primer ministro Abe Shinzo, de 67 primaveras. El que fue el presidente del gobierno japonés con más primaveras en el cargo se encontraba participando en un acto electoral en la ciudad de Nara cuando recibió dos impactos lanzados con un arsenal de fabricación casera y murió poco a posteriori mientras era atendido en un hospital.
La anuncio ha conmocionado al mundo inconmovible pero especialmente a un país y una sociedad en la que la violencia por armas de fuego es inusual. En Japón, el bajo índice de criminalidad hace que los actos de campaña electoral como el que protagonizaba ayer Abe se celebren en plena calle y prácticamente sin medidas de seguridad, unas circunstancias que en este caso se han demostrado fatales. Encima, irónicamente, se da la circunstancia de que Japón es uno de los países del mundo con las leyes de paso a armas de fuego más estrictas. Solo hay tres armerías en cada una de las 40 prefecturas del país, no se venden armas cortas y el proceso para alcanzar el permiso es holgado y costoso.
El crimen del expremier Abe Shinzo conmociona a un país considerado seguro
Seguramente por todo eso, el arsenal usada por el atacante, detenido en los momentos posteriores, era de fabricación casera. Quizá el hecho de que el supuesto nocivo, un desempleado de 41 primaveras llamado Yamagami Tetsuya, sea un antiguo marcial del ejército japonés explique su capacidad para poder producir un artefacto casero mortal. Tetsuya afirmó que no atacó a Abe por rencor político sino porque estaba insatisfecho con él y por eso quería matarlo.
La incredulidad por este trágico suceso se ha manager de Japón porque es un hecho con escasos precedentes en un país considerado seguro y donde los políticos, sobre todo en periodo electoral, mantienen un férreo contacto con los votantes. En Japón, la violencia política tan pronto como existe. Desde los primaveras sesenta ha habido ocho atentados contra políticos, pero cometidos por mafiosos de la Yakuza o por personas enajenadas.
Abe Shinzo es una figura esencia para entender la historia fresco del país. Gobernó en el 2006 y volvió al poder entre el 2012 y el 2020. Fue el líder que sacó a Japón delante en momentos tan difíciles como los género del tsunami y la catástrofe nuclear de Fukushima. Su organización de los abenomics –masivas inyecciones de efectivo, laxitud monetaria y grandes reformas estructurales para sacar al país de la crisis– tuvo unos resultados discretos. Impulsó políticas de fila muy dura en defensa y trató de modificar la pacifista Constitución nipona surgida de la posguerra. Fue una figura esencia en la suceso política mundial y su dimisión por motivos de lozanía le impidió presidir los Juegos Olímpicos de Tokio, aunque seguía siendo una figura muy importante en la política japonesa y en el Partido Libre Demócrata. Considerado un nacionalista conservador, era hijo de un exministro de Exteriores y nieto de un ex primer ministro. Entre sus puntos oscuros, sus repetidas visitas a un controvertido santuario sintoísta de Tokio vinculado al militarismo japonés antaño y a posteriori de la Segunda Combate Mundial.
La consternación que expresaron ayer los líderes mundiales al condenar el asesinato no puede hacer olvidar que, por desgracia, este tipo de ataques con armas de fuego son cada vez más frecuentes en diversas partes del planeta. Y no nos referimos solo a los ya repetidos tiroteos en EE.UU. que causan víctimas mortales inocentes, sino a acciones criminales cometidas por motivos ideológicos en lugares tan alejados como Noruega o Nueva Zelanda.
Japón, que presumía de su tranquila democracia, deberá ahora revisar sus protocolos de seguridad para proteger a unos políticos acostumbrados a acercarse mucho a los ciudadanos. Tras el trágico final de Abe Shinzo, Japón mantiene las elecciones de domingo, pero la imagen de un dirigente político subido a un cajón en medio de una calle en un acto electoral quizá no la volvamos a ver.
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