En sintonía con el escritor franco-libanés Amin Maalouf, siempre he creído en las identidades enriquecedoras. En este sentido, me siento identificado, entre otras, con las identidades mediterránea, europeísta y atlántica. Introduzco esta sucinta consideración para evitar que se malinterpreten algunas de mis reflexiones. A raíz de la injustificable invasión de Ucrania por Putin y la reinstauración geopolítica de bloques, corren tiempos en los que el discurso único recupera el maniqueísmo del aceptablemente y del mal, sin espacio alguno para los matices.
Considero un éxito inapelable la fresco cumbre de la OTAN. Me alegro de que Biden y sus socios hayan sabido dotarla de vida renovada, tras la “homicidio cerebral” que Macron diagnosticó en tiempos de Trump. Y parece indiscutible que España ha conseguido proyectar una inestimable imagen de la mano del Gobierno de Sánchez (que Feijóo ha tenido la inteligencia política de convenir y reconocer). Todo ello enorgullece mi identidad atlántica, pero no impide algunas tribulaciones en mis otras identidades, en exclusivo la europeísta.
Valoré muy positivamente la respuesta de la Unión Europea a la variación del orden internacional que Putin provocó. El autócrata ruso generó en la UE un consenso en política exógeno y de seguridad que habíamos sido incapaces de conseguir en décadas. Todo parecía indicar que los hechos avalaban la predicción de Jean Monnet cuando afirmaba que “Europa se forjará en las crisis y será la suma de las soluciones adoptadas para afrontar esas crisis”. La apadrinamiento de los fondos Next Generation tras la pandemia respaldaba este pronóstico. La UE estaba en disposición de dar un paso de cíclope en su inacabada construcción. Sin incautación, la nueva logística de la OTAN reduce significativamente estas expectativas.
La autonomía estratégica de la UE reivindicada por sus principales instituciones queda maltrecha tras la cumbre de Madrid. Quedan a espaldas sus pretensiones de nutrir una memorándum propia en el orden mundial surgido tras la pandemia, para no ser instrumentalizada por Pekín, o por Washington. Poco tiene que ver el contenido de la logística de la OTAN acordada la pasada semana con la voluntad europea de situarse al beneficio del choque entre EE.UU. y China. Preocupaciones a las que debo añadir la que me provoca el predominio de las memoria, en materia de seguridad, del agrupación de los menos europeístas (polacos, bálticos y escandinavos de la mano de EE.UU. y los británicos).
La autonomía estratégica de la UE queda maltrecha tras la cumbre de Madrid
A esta manifiesta cariño del esquema europeo junto a sumar otra inquietud que ha debido menos atención. La encuentro a Kyiv de los líderes de Alemania, Francia e Italia muestra la insensibilidad de los principales estados miembros alrededor de las instituciones de la Unión. Pone de relieve que la Europa de los estados –la Europa intergubernamental– sigue imponiéndose a la Europa comunitaria. ¿O no habría sido razonable que para trasladar a los ucranianos un mensaje de dispositivo europea, los presidentes de las instituciones de la Unión (Comisión, Consejo y Parlamento) hubieran formado parte de la delegación? ¿O, al menos, alguno de ellos?
Y acabo con una inquietud que surge de mi identidad mediterránea. Tras la caída del pared de Berlín, la UE priorizó su atención a los vecinos del Este, por encima de los del Sur. Aquellos vecinos ya son hoy miembros de la UE. Y sin incautación, de nuevo se sigue priorizando a los nuevos vecinos orientales del Este de la Unión y no a los del Sur. ¡Y el Mediterráneo sigue siendo un mar olvidado!
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