El erudito italiano Giacomo Leopardi proyectó con su amigo el escritor Antonio Ranieri, de eso hace casi dos siglos, imprimir un publicación semanal (Lo Spettatore Fiorentino) que pretendía ser inútil: “Reconocemos con franqueza que nuestro publicación no tendrá ninguna utilidad”, proclamaba. En un siglo dedicado a lo útil, en una sociedad en que el hombre se identificaba con el billete, Leopardi defendía la supervivencia del pensamiento, las bellas artes, la humanidades y otras disciplinas consideradas superfluas. En una carta enviada desde Florencia a Pietro Giordani le dice: “Empieza a asquearme el magnífico desprecio que aquí se profesa por todas las cosas bellas y por toda la humanidades: sobre todo no me entra en la comienzo que la cumbre del ser humano consista en enterarse política y estadística”.
Como entonces, hay un utilitarismo asociado a una errónea idea de progreso que debería preocupar. El restarle valencia a la filosofía en la ESO resulta relevante. La minusvaloración social de las carreras de humanidades no es una buena nueva. La consideración de las tabletas en contraposición a los libros en la escuela no es modernidad, sino un error.
Leopardi intentó editar un publicación dedicado a las disciplinas superfluas
Leo en el Ara la nueva de que cierra la biblioteca Medios, de la calle Valldonzella, donde se podían encontrar todo tipo de libros relacionados con la comunicación. Al propietario del establecimiento le explican los profesores de Blanquerna que los manuales se han vuelto accesorios por la reducción del tiempo de las asignaturas, por la beocio exigencia que hace que con poco esfuerzo se apruebe y porque los soportes físicos han desaparecido de las vidas de los alumnos. Lo mejor del texto son dos anécdotas del editor: un estudiante de Comunicación que quiso comprar el ejemplar La germanía del Tercer Reich y preguntó si el tal Reich era filósofo, y otro educando de Periodismo que se interesó por una obra que escribió Julio César sobre William Shakespeare.
Qué razón tenía Leopardi al defender que la obsesiva búsqueda de lo útil ha terminado por retornar inútil la vida misma. No mejoraremos el mundo con más tecnología y menos ciencias sociales. Incluso para vencer billete es imprescindible conocer a los clásicos, aunque lo nieguen Twitter o los tecnócratas.
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