Carnaval de verano

Una crisis. Darlo todo. Para lo que nos queda en el convento, aliviémonos ahí en el interior. La patronal turística ya nos ha explicado que viajaremos como nunca hasta septiembre. Vamos a surcar el bóveda celeste, los mares y las carreteras como si no hubiera mañana. Que les den al medio circunstancia, al virus, a la conflagración, a la inflación, a los males del mundo y al pesado del vecino. Colapsemos aeropuertos y autopistas. Subámonos al crucero que decimos odiar exceptuado que seamos nosotros quienes embarcamos. Que el mal tiempo previsto para otoño e invierno nos coja saciados hasta las cejas. La panza hinchada, la piel ennegrecida, el hígado perjudicado y la visa exhausta. Juvat vivere .

Hagamos oídos sordos a quienes intenten amargarnos con malas noticiero o tildándonos de egoístas por echarnos el mundo por montera mientras dure la canícula. Pongamos entre paréntesis a los pesados, a los trascendentes, a los cenizos y amargados. Abandonémonos a la sal del mar en la piel y igualmente en la boca a posteriori de morderla. Dejemos detrás las promesas de la pandemia, cuando jurábamos que nos bastaba otra oportunidad para demostrar tener aprendida la ciencia: consumir menos, desplazarse menos, excedernos menos, proceder con menos y tantos menos hasta presentarse a mínimo.

Hagamos oídos sordos a quienes intenten amargarnos con malas noticiero

Desmadrémonos pues, cada uno a su inclinación y según su saquillo. Del velero con tripulación a nuestro servicio al patinete de playa al servicio de nuestras pedaladas, del gran fasto al todo incluido, del gran reserva al morapio con refresco, de la caleta semiprivada a la manguera de un patio interior. Mostrador vacuo al animal que somos cuando el sol nos da en la cara. Las mujeres disponen de media en este país de 86 veranos, los hombres de 79, una brecha de artículos que no se tiene por tal, así que no es para trasladarse desperdiciándolos.

Bebámonos a percutor las semanas que vienen como los peregrinos a los que se entrega un cántaro de agua fresca. Ya torearemos los miuras al regreso. Cuando los días se achiquen, las noches se alarguen y las gomas de bañadores y bikinis se hayan rendido a los mercadería del cloro y a la presión de nuestras cinturas. Volverán entonces los días de percibir análisis creyendo que el mundo está sentado en nuestra espalda. Hasta entonces demos cuerda a la pachanga. Carnaval en verano y cuaresma en septiembre.

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