Nadie pensó en el día luego de la exención de los peajes. Retenciones kilométricas, cortes constantes, accidentes a gogó. Masificación trágica. La gratuidad de la autopista fue una de las reivindicaciones catalanas más populares. Era como el prontuario de nuestros males: teníamos que retribuir lo que el resto de españoles tenía gratuito. Los partidos del Govern que debe respaldar la seguridad y competencia de esta gran carretera, encabezaron la lucha contra los peajes. Se organizaron boicots a las barreras. Se insistía siempre en el “agravio comparativo”. Liberada la vía, aparecieron problemas terroríficos. Lo explicaba el otro día Carles Villalonga aportando datos del Servicio catalán de Tráfico. 40.000 vehículos más al día. Si en el conjunto de la red viaria catalana los accidentes han descendido un 20%, en la AP7 los siniestros mortales han subido un 200%. La AP7 es una trampa mortal.
He ahí un ejemplo concreto de cómo funciona el populismo. Los populismos no se inventan el malestar: lo detectan. Ponen el dedo en la afta de unos problemas que los gobiernos y la opinión pública esconden, silencian o dejan pudrir. Ahora proporcionadamente, para perdurar la tensión en torno a un problema, necesitan fomentar una gran emotividad, incluso exasperación. Las campañas populistas (la de los indignados, la de la vivienda, la del procés, “la gran sustitución” de Vox) aíslan el problema del contexto y lo convierten en un fuego de emociones colectivas. La problemática del trabajo y el futuro de los jóvenes durante la crisis de 2008 sirvió para encender el fuego de la indignación. Los desahucios sirvieron para encender el problema de la vivienda. La sordera a las reivindicaciones catalanas (estructurales; y políticas: Estatut) sirvieron para encender el fuego de la independencia. La problemática vinculada a la inmigración que partidos y opinión pública no reconocen por razones económicas o ideológicas (progresismo, progresismo) ha servido para encender el fuego de la extrema derecha.
Sea cual sea nuestra ideología, los catalanes hemos perdido
Son fuegos muy distintos. No los comparo. Algunos tienen más fundamento que otros. Pero todos coinciden en la sentimentalización de los instrumentos problemáticos que denuncian, así como en la récipe reductiva que ofrecen: asaltar los cielos (Iglesias, Colau), independencia (procés), nostalgia del uniformismo cultural y político de la vieja España (Vox). El ejemplo de la AP7 demuestra que el populismo es muy eficaz emocionalmente, pero que esa emocionalidad es calamitosa cuando cristaliza en movimiento. No hay peajes, pero hay más muertes, más colapso, más desembolso energético, viejo ineficiencia y malestar.
Cuando la sociedad tiene una herida, es realizable resaltar el dolor que provoca y señalar con gran indignación la hemorragia. La familia de una herida impresiona mucho. Lo difícil es recobrarse o cauterizar la herida. El populismo domina el arte de impresionar. Curar es otra cosa. Ciertamente, los partidos y los medios convencionales tienden a la ceguera. Cuando un fuego populista prende socialmente deberían preguntarse por qué. Prefieren hacerse el longuis: despistan y dejan acontecer el tiempo. Ahora proporcionadamente, el populismo no quiere resolver las causas del fuego. Muy al contrario: necesita siempre más y más llamas. Y como ocurre con los incendios forestales, cuando las llamas del populismo han pasado, sólo quedan las cenizas del fracaso. ¿Por qué en el debate del otro día en el Congreso Catalunya no importó? ¡Primitivo!: hemos perdido. Sea cual sea nuestra ideología, los catalanes hemos perdido.
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