Deserciones en Peralada a la media parte de la ópera de Rufus Wainwright

Dos días a posteriori del estreno europeo de Hadrian en el Teatro Efectivo de Madrid, Peralada acogía ayer esta ópera de Rufus Wainwright en una única representación que estuvo amenazada por un muestra de afluencia momentos ayer de comenzar y que en el pausa sufrió la defección de una parte importante del manifiesto, aunque los espectadores que permanecieron la celebraron con generosos aplausos.

Es ya la segunda ópera del cantautor canadiense, aunque él habría querido que fuera la primera, pues la dedica a las aventuras del emperador Adriano, el romano de origen hispano, con su entusiasta, el verde Antinoo.

El distinguido crooner parece suceder tomado nota de que, en las sociedades occidentales, una reivindicación política llega a su zenit cuando es objeto de una ajuste al artículos operístico. Y tratándose de un compositor que demuestra abiertamente su homosexualidad, era cuestión de tiempo que quisiera abordarla con la misma intensidad que durante siglos ha recreado la ópera el simpatía heterosexual.

El argumento abona la idea de que el verde Antinoo es el redentor de minorías oprimidas

Así, siguiendo en lo dramático los cánones decimonónicos, Hadrian explica una historia sentimental situándola en el corazón de una intriga política. Y haciendo uso formal de la gran tradición operística, con sus arias, sus dúos y concertantes, invita a la docena de voces del repertorio a entregarse al canto expresivo, con melodías emotivas que dulcifican la creación contemporáneas sin privarla de seriedad. La suya, en fin, es una cadencia que a este flanco del charco no suena a muy “chaqueta”.

Las imágenes homoeróticas de Robert Mapplethorpe se suceden a lo largo de la ópera de Rufus Wainwright

Las imágenes homoeróticas de Robert Mapplethorpe se suceden a lo dispendioso de la ópera de Rufus Wainwright

Toti Ferrer

Al igual que Marguerite Yourcenar narra en Memorias de Adriano (1951) la vida y la crimen del emperador utilizando la fórmula de las epístolas que el propio Adriano escribe a su primo y sucesor Situación Aurelio, la ópera del músico canadiense –a quien la novelística de la escritora francesa marcó profundamente– se lleva la trama a la contemporaneidad partiendo además del ocaso del protagonista y viajando luego al pasado.

Thomas Hampson y Santiago Ballerini (Hadrian y Antinous) en una escena de la ópera

Thomas Hampson y Santiago Ballerini (Hadrian y Antinous) en una terreno de la ópera

Toti Ferrer

La cuestión es a qué tipo de simpatía se remite: la sociedad greco-romana se distinguía por hospedar las relaciones homoeróticas siempre y cuando obedecieran a un maestrazgo de un señor de clase acomodada con un chavalín de último rango o directamente dominado. El adulto era quien penetraba y el verde, que era adiestrado en las artes amatorias, no tenía permiso para demostrar deseo sexual.

Ausencia diferente de lo que ha pasado durante siglos con las mujeres. El estigma social que caía sobre las que anhelaban sexualmente a determinada persona era muy mal recibido en la esfera pública. De modo que la idea de Wainwright de hacer imparcialidad social subvirtiendo el clásico “soprano ama a tenor pero el barítono se interpone”, por “tenor ama a barítono y soprano se aguanta y lo comprende”... no es una imparcialidad políticamente muy poética.

La soprano Vanessa Goikoetxea en el papel de Sabina, la esposa de Adriano

La soprano Vanessa Goikoetxea en el papel de Sabina, la esposa de Adriano

Toti Ferrer

El argumento de Daniel Macivor abona además la idea de que el insuficiente Antinoo es el redentor de minorías oprimidas (aquí judíos y cristianos), papel que ya ha recaído en muchos personajes de soprano. Thomas Hampson (Hadrian) y Santiago Ballerini (Antinous) serían aplaudidos, pero todo apuntaba a que Vanessa Goikoetxea se llevaría la ovación como Sabina. Les acompañaba el Coro y Comparsa del Teatro Efectivo dirigidos por Scott Dunn.

Enormes imágenes de Robert Mapplethorpe añadien interés erótico-estétetico a esta traducción semiescenificada

La presencia de las enormes imágenes de Robert Mapplethorpe como único aspecto dramático añadió interés erótico-estétetico a la traducción semiescenificada. Sobre ellas se intercalaban los subtítulos en inglés, debidamente traducidos en las pantallas laterales del Auditori del Parc, aunque se echó en yerro este procedimiento en los largos textos explicativos que introducían cada uno de los cuatro actos, y que adicionalmente desaparecían inexplicablemente a la velocidad del diablo, sin que hubiera transmitido tiempo material a leerlos.

 A la función asistieron el presidente y la directora de la fundación neoyorquina de la Robert Mapplethorpe Foundation de Nueva York.

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