El progreso debería salvar a todos los inocentes

Si pudiéramos recorrer la andana de mando, la que va desde el presidente de un país en extirpación al soldado atrincherado en primera fila, y si, adicionalmente de seguirla, pudiéramos entenderla, no cambiaría nulo, pero veríamos la esperanza. Las órdenes seguirían bajando del bóveda celeste y activando los resortes que abren fuego, pero veríamos la luz que nos ciega y nos ilumina.

No hay nulo que entender en el hueco recatado de una extirpación. Podemos observarla y horrorizarnos, pero es inasequible racionalizar las imágenes que provoca.

Pienso en la fotografía del adolescente muerto la semana pasada contiguo a la parada del autobús en Járkiv, víctima de un cohete ruso. La inocencia del hijo y la compasión del padre no tienen sentido. Hemos conocido escenas igual de atroces en todas las guerras de todos los siglos y no podemos explicarlas.

Podemos analizar un proceso político y una campaña marcial, podemos especular con las motivaciones de los bandos enfrentados, pero no podemos racionalizar la homicidio violenta en un adolescente en una calle de Járkiv.

-FOTODELDÍA- EA3186. KHARKIV, 20/07/2022.- Un hombre se arrodilla ante el cuerpo sin vida de un adolescente, después de que un misil ruso alcanzase la parada de un autobús en Járkov, Ucrania, este miércoles. Al menos 353 niños han muerto y más de 679 han resultado heridos en Ucrania desde que comenzó la invasión rusa el pasado 24 de febrero. EFE/ Sergey Kozlov ATENCIÓN CONTENIDO GRÁFICO

Un padre contiguo al fiambre de su hijo tumbado por un cohete ruso en Járkiv 

Sergey Kozlov / EFE

Si lo intentemos, topamos con el tapia de la fuerza, y la fuerza lo es todo. La fuerza y el azar, mucho más que el pensamiento y la ecuanimidad, trazan los caminos que transitamos como caballos uncidos. La fuerza y el azar nos doblegan, pero todavía nos levantan.

Si el adolescente de Járkiv pudiera retornar a la vida y erguirse por encima del horror, nos mostraría el camino. Dispararía el entusiasmo y la inventiva, y confirmaría, como hizo Lázaro, que la esperanza es mucho más importante que la resurrección.

La misma esperanza que siembra Ucrania de cadáveres llena de circuitos invisibles los semiconductores más avanzados. Es la esperanza de Putin en recuperar el anticuado imperio ruso, pero todavía es la esperanza de la humanidad en un mundo mejor.

Está claro que la esperanza en el progreso no resuelve nulo y puede complicarlo todo, pero es lo único que nos salva de la barbarie.

No hay nulo que entender en el hueco recatado de una extirpación, en la foto de un adolescente tumbado

La extirpación de Ucrania se libra sobre la tierra y las materias primas. Es antigua y paranoica, ultranacionalista y ultrarreligiosa. Putin no quiere una Ucrania democrática y pro europea que inspire al pueblo ruso. La idea alemana de que la dependencia energética apaciguaría al nuevo zar del Kremlin no es una idea de progreso sino de conveniencia. Si el progreso hubiera tenido alguna importancia, el ejército ruso no hubiera invadido Ucrania y el adolescente de Járkiv seguiría vivo. La razón habría sabido sacar partido de la fuerza y el azar.

El progreso, sin confiscación, tiene un peso determinante en el conflicto de Taiwán. El mundo se pararía sin los chips de la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company. Del centro de producción que tiene a las suburbios de Taipei salen casi el 90% de los semiconductores más avanzados. No debe de deber ninguna otra industria más esencial en ningún otro emplazamiento del mundo. El progreso de China y Oeste dependen de ella.

Taiwán es el demarcación que determinará el pulso entre China y Estados Unidos por la supremacía mundial.

El presidente Xi exige la reunificación y su ejército se prepara para una invasión. Estados Unidos defenderá la isla y, de momento, los escenarios bélicos simulados en Pekín no parecen certificar la triunfo. No, al menos, sin causar muchos muertos y destruir la valiosa industria de los chips.

El poder de una nación se mide hoy por su capacidad para confeccionar semiconductores

El progreso desaconseja la invasión. A Xi le iría aceptablemente una campaña exitosa, le aseguraría un cripta contiguo al de Mao, pero sabe que ahora sería un desastre. Debe esperar a que su ejército y su industria sean más capaces.

Necesita mejores armas y para conseguirlas necesita mejores chips. Hace unos días trascendió que la Semiconductor Manufacturing International Corporation –el rival chino de la empresa de Taipei– es capaz de producir circuitos ultrafinos, 100.000 veces más delgados que un pelo humano, y conectarlos en un chip que solo tiene siete nanómetros de orondo. Hace solo dos abriles, los científicos chinos no conseguían que sus chips bajaran de 40 nanómetros. Ahora ya pueden rivalizar con los de Taiwán. La extirpación echaría al traste estos avances imprescindibles para dominar la inteligencia sintético.

El poder de una nación no se mide hoy por el demarcación que ocupa sino por la capacidad que tiene para producir semiconductores. Putin no lo sabe, pero Xi lo tiene clarísimo. Hasta ahora, el nacionalismo chino no ha provocado ninguna extirpación. Ha aplastado a los uigures de Xinjiang y a los demócratas de Hong Kong, pero no ha causado ningún conflicto armado.

Preocupa Taiwán, la ascenso verbal entre Washington y Pekín, el peligro a que una provocación marcial exagerada desencadene una tempestad de fuego. La retórica y el exhibicionismo marcial pueden precipitar una extirpación. Pero, hoy por hoy, cuesta imaginar a un adolescente taiwanés tumbado en una calle de Taipei por un misil chino. A él, mientras retraso al autobús, le protege el progreso, la esperanza de un liderazgo tecnológico que China tiene al capacidad de la mano.

Si los presidentes de las naciones que marcan el rumbo del mundo blindaran el progreso, si lo aislaran del atavismo, nadie debería dar su vida por la estado y nadie, den ninguna parada de autobús, estaría expuesto a la homicidio que causan la fuerza y el azar.

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