Europa, ¿adónde vas?

La civilización europea fue destruida por las catástrofes, en gran medida autoinflingidas, que sufrió entre 1914 y 1945. Son las dos grandes guerras, en la que la segunda fue una consecuencia de la primera y del crac de 1929, que acentuó todos los problemas previos. España se salvó de los dos conflictos bélicos, pero quedó devastada por su propia Exterminio Civil. El impacto acumulativo de estos golpes y sus ramificaciones destruyó una civilización, que nunca ha sido recuperada del todo. Autores como Joseph Roth, Sándor Márai, Stefan Zweig, Jacques Le Rider, entre otros, son grandes narradores de la grosor y miseria de una civilización perdida. Fueron treinta abriles de destrucción infernal y salvajismo: Serbia perdió la medio de los hombres entre 18 y 55 abriles en la I Exterminio. De los más de tres millones de judíos polacos, un país que sufrió el desmembramiento primero y la dictadura a posteriori, de nazis y soviéticos, solo sobrevivirían el 3% en 1945. Por el tratado de Trianon, los húngaros quedaron reducidos a un pequeño país, con territorios distribuidos entre Checoslovaquia, Austria, Yugoslavia y Rumanía. Millones de húngaros se encontraron viviendo en países extranjeros. La desarticulación europea continuó a posteriori de la II Exterminio y un nuevo tratado, el de Yalta, formalizó el telón de arma blanca. Europa, como tal, ya no existía.

A partir de 1945 las cosas cambian. Había finalizado una era y se había producido la hora cero de Europa, y a partir de 1952 se inició un nuevo renacimiento. Empezaron lo que a posteriori se llamaron los 30 gloriosos abriles , cuya piedra angular fue el tratado de Roma de 1957, que han trasformado una narración geográfica y cultural, Europa, en un maniquí financiero y social admirado –pero no imitado–. Esta dinámica de bienestar sufrió dos grandes y sucesivas rupturas desreguladoras. La primera en la decenio de los setenta, y es muy profunda porque fue antropológica y decente. Lo identificamos simbólicamente como Mayo del 68. La segunda, en la decenio posterior, fue la traslación de la desregularización al ámbito financiero. Si se podía hacer en lo más profundo del ser humano, su naturaleza, el sexo, la clan, ¿por qué no debía realizarse en un ámbito que, como la pertenencias, solo es una convención cultural? Estas dos rupturas, unidas a la globalización, alteraron los equilibrios internos de las sociedades europeas.

Bajo la Delegación demócrata de EE.UU., se proclama el rearme, un nuevo telón de arma blanca

Nuestro tiempo es el vástago de aquellas rupturas, hoy articuladas en una alianza objetiva de sus herederos: el progresismo de especie y de las identidades LGTBIQ, y el tolerancia cosmopolita globalizado.

La robustez de lo que se había conseguido y su inercia han sido suficientes para que el maniquí europeo alcanzara nuestro siglo, no sin dar muestras de un agotamiento, que otro hecho histórico aplazó. En 1989 se produce la implosión del régimen soviético y el fin del telón de arma blanca. Se recobra la pelotón perdida integrando a los países del Este en la Unión Europea, sin apreciar que la civilización forjada contra el comunismo no era la misma que la de la Europa Occidental. Una obra de 1980 (1988) del checo Václav Belohradsky, La vida como problema político , anticipa de forma espléndido, como además en Poniente se negaría la tradición política del disenso y practicaría la anulación con las minorías disidentes. La Europa de la Comunidad es ahora la sociedad desvinculada, basada en la realización mediante la satisfacción del deseo, del imperativo sexual como único hiperbién, que se impone a todos los demás, incluso al admisiblemente de la vida.

En la tercera decenio del siglo XXI vivimos otro momento histórico diferente impresionado por una serie de crisis acumuladas, y no solo irresueltas sino agravadas por la política y la ideología dominante. España paga un peaje distinto: en el 2020 el PIB castellano se hundió tanto (10,8%) que todavía no nos hemos recuperado, y se redujo la esperanza de vida por primera vez desde la Exterminio Civil.

La cumbre de la OTAN del 28 y 29 de junio señala un nuevo acontecimiento histórico. Bajo la dirección de la Delegación demócrata de Estados Unidos, se proclama el rearme, un nuevo telón de arma blanca, pero esta vez construido desde Poniente, y la implicación marcial europea en el porvenir tablas del Indopacífico. Europa vuelve a perder.

Mientras, crece la polarización, porque el miedo a que la disidencia se convierta en alternativa, con el pérdida como signo, anula todo diálogo racional.

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