Lula en Pernambuco

Mientras el Partido de los Trabajadores (PT) anunciaba su candidatura oficial en Sao Paulo la semana pasada, Luiz Inácio Lula da Silva, a los 77 primaveras, bailaba un frevo –la acrobática danza afro-polka de orígenes en el estado de Pernambuco– a diez kilómetros del pequeño pueblo de Caetés, donde el expresidente nació en 1945.

Ocurrió durante el festival de invierno de Garanhuns, una celebración de la civilización popular en el interior del noreste brasileño. El trompetista Preceptor Forró lideró unabig band desde los ritmos cadenciosos del forró nordestino hasta una interpretación improvisada del estribillo “¡Olé, olé, olé, olá, Lula, Lula!”, que se cantaba todas las tardes durante las tristes vigilias delante de la prisión en la lejana y fría ciudad conservadora de Curitiba, 3.000 kilómetros al sur. Allí el expresidente permaneció encarcelado durante 580 días, entre el 2018 y el 2019, tras un inteligencia plagado de irregularidades.

Cuatro primaveras luego, todo ha cambiado en el país

Cuatro primaveras luego, todo ha cambiado en Brasil, y la recepción de Lula a su tierra de origen, en el cálido noreste, pareció una adelantada paseo de trofeo aún a dos meses y medio de la primera envés de las elecciones.

En todo Brasil, el expresidente cuenta con una delantera de al menos 13 puntos sobre su rival, el contemporáneo presidente ultraconservador Jair Bolsonaro. En el noreste –una de las regiones más castigadas por la destrucción de empleo en la pandemia y las subidas disparadas de precios de alimentos y combustibles– Lula duplica las intenciones de voto de Bolsonaro.

Área de origen de decenas de millones de migrantes pobres
–entre ellos Lula– que se desplazaron a mediados del siglo XX a las ciudades industriales del sur, principalmente Sao Paulo, el noreste brasileño siempre ha sido la tierra de la nostalgia (añoranza) por lo extrañado.

Ahora, en un momento de crisis social y escasez, la añoranza se centra en aquellos primaveras felices de la primera término de este siglo, cuando gobernaba el PT. Entre el 2002 y el 2014, durante las presidencias de Lula y Dilma Rousseff, la pobreza en Pernambuco –con su gran capital de Recife– cayó 26 puntos porcentuales.

Ahora Pernambuco es el estado brasileño donde el número de pobres sube más, tras un aumento del 8% en el 2021. En estos momentos, el 50% de los ciudadanos de Pernambuco cobra menos de 497 reales (unos 100 euros al mes) frente a una media doméstico del 30%. Esta pobreza se traduce en inseguridad alimentaria y escasez. El 75% de los brasileños más pobres –el 20% con menos renta– ya no tienen suficientes ingresos para comprar alimentos, según la Fundación Getulio Vargas, en Río de Janeiro. “El compromiso que quiero tener con ustedes es este”, anunció Lula en su delirio a Recife. “Este pueblo va a retornar a manducar tres veces al día”. Uno de cada tres votantes de Lula, entrevistados en una nuevo averiguación, dijo que no había tenido suficientes alimentos en el posterior mes.

Bolsonaro ha respondido mediante un plan de repartir 600 reales mensuales a unos 27 millones brasileños –muchos en el noreste– calificado de electoralismo presupuestario por los economistas. Está por ver si se traduce en más votos por el presidente. Lula apoya el subsidio.

Lula da Silva ya se ha reconciliado con rivales centristas que hace cuatro primaveras eran sus enemigos políticos

Mientras el noreste añora los primaveras de Lula, Bolsonaro suele elogiar las décadas de la dictadura (1964 a 1985). Pero en Recife los memorias de aquellos tiempos son de escasez, asesinato y una endémica desnutrición pueril. Según advirtió la Unesco en los primaveras setenta del pasado siglo “cada 15 minutos en Pernambuco muere un chiquillo con menos de un año de época”.

Una serie de sequías bíblicas ya había provocado la migración masiva tal y como se ve en los impactantes cuadros expresionistas del icónico pintor modernista Candido Portinari (1903-1962), figuras esqueléticas huyendo del escasez en los primaveras cuarenta.

En algún sentido, el pasado vuelve. “El salario no da para manducar”, dijo un trabajador afrobrasileño que preparaba la tierra para la siembra de caña de azúcar a golpes de azada, en una plantación, en el estado colindante de Alagoas. Cobraba el salario intrascendente, de 1.200 reales (220 euros) al mes.

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Lula da Silva en Sao Paulo el pasado mes de mayo

Buda Mendes/Getty

Lula revisitó su propio pasado durante la paseo nordestina al participar en un evento celebrado en una recién construida réplica de la humilde vivienda de adobe en la que vivió hasta los siete primaveras, bautizada La Casa de Dona Lindu , en homenaje a su matriz.

Como otros cinco millones de pernambucanos, Dona Lindu abandonó la pobreza rural del noreste en 1952, con ocho hijos, para probar su suerte en la periferia urbana de Sao Paulo. Tras acaecer una temporada lustrando zapatos en la calle, Lula accedió a un curso del Servicio Franquista de Estudios Industrial. Luego, trabajó en las sindicalizadas fabricas del automóvil de la región del ABC.

Incluso en los momentos más oscuros para el PT, entre el 2014 y el 2019, el apoyo de los 50 millones de nordestinos mantuvo vivas las esperanzas para el futuro. Tras el impresión parlamentario contra Rousseff, en el 2016, y el encarcelamiento de Lula, en el 2018, Fernando Haddad, el candidato del PT en las elecciones del 2018, consiguió el 70% de los 20 millones de votos en el noreste. Haddad perdió las elecciones. Pero el noreste –la única región del país que no eligió a Bolsonaro– sentó las bases para una ya muy probable trofeo en el 2022.

Lula ya se ha reconciliado con rivales centristas que hace cuatro primaveras eran sus enemigos. Compareció en el Garanhuns con el candidato a la vicepresidencia, el exgobernador conservador de Sao Palo, Geraldo Alckmin, apodado Chuchu por la verdura insulsa que tiene tan poco sabor que puede servirse con cualquier plato.

En el festival de Garanhuns, un amplia abanico de artistas anunció su apoyo todavía, desde el envejecido rockero Nando Reis a Kleber Mendonça Filho, el cineasta de Recife, cuya película Bacurau , premiada en Cannes, retrata el hábitat de violencia y superstición en un pueblo del oeste de Pernambuco en tiempos de Bolsonaro. El agrupación Mundo Livre S/A, de Recife, interpretó la canción Danza infectado (2021), sobre el desastroso negacionismo de Bolsonaro que, según un estudio de Oxfam, causó 120.000 muertes que se habrían evitado con una diligencia más racional de la pandemia.

Uno de cada tres votantes de Lula dijoen una averiguación que en el posterior mes no tuvo alimentos suficientes

Pero el apoyo musical más valioso llegó la semana pasada desde Río de Janeiro. Un tuit de la cantante funkeira Anitta –nacida en la periferia de Río, hija de migrantes pobres del noreste– convenció, de la sombra a la mañana, a más de 300.000 jóvenes de dar su voto al envejecido candidato de la izquierda.

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