A Lenin también le gustaba Capri

El desarraigo de Maxim Gorki correcto a su apoyo a la causa comunista en tiempos del zar consistió en ir a detener a Capri. Eran tiempos en que la isla todavía se mantenía lo suficiente inexplorado, aunque ya estaba frecuentada por personalidades de toda Europa y por viajeros que quedaban fascinados por la belleza del lugar.

Lo que hoy día es un muestrario de yates, tiendas de postín, restaurantes sobrevalorados y famosos que nunca queda claro si pagan o cobran por estar ahí, se convirtió hace más de un siglo en una escuela de revolucionarios. El escritor ruso, perturbador político y padre del realismo socialista se rodeó de artistas, intelectuales y disidentes huidos de su país. Y no tardó en invitar a Lenin a disfrutar de la luz del tuno de Nápoles. Este no se hizo de rogar... corría 1908... había que controlar la actividad del amigo Gorki.

Capri

El proletariado de hoy día igualmente tiene cabida en la isla de los millonarios

Al mismo tiempo eran los servicios secretos ingleses los que vigilaban los movimientos de Lenin en la isla, temiendo que entrara en contacto con una clan alemana que traficaba con armas. Pero mientras eso pasaba, Lenin se sentaba a divertirse al ajedrez con el filósofo Alexánder Bogdánov, el primero que tradujo El caudal de Marx al ruso. Una partida mítica de la que se conservan imágenes reveladoras, pues muestran el mal perder de Lenin, inminente protector ejecutor de la lucha de clases.

Atardecer en Capri

Atardecer en Capri

Marta Chavarría

En la isla, aquella presencia no pasó desapercibida. En los abriles sesenta, una resolución municipal dio luz verde a rebelar un monumento a Lenin amoldonado delante de la casa de Cuadro Egregio, donde Gorki lo había acogido. Son cinco metros de mármol que ahora presiden los jardines de Respetable, los mismos que donaron los Krupp y desde los que se divisan los yates que bordean los islotes Faraglioni.

No es ninguna paradoja. El proletariado de hoy día igualmente tiene cabida en la isla de los millonarios. Cada dos por tres llegan ferris desde Nápoles y pérdida muchedumbre que quiere participar de la experiencia de los excesos del caudal. Su pequeña venganza es contribuir a la masificación del motivo. La clase adinerada se ve obligada así a esperar que el posterior barco que devuelve las masas al continente salga de puerto para poder sacar la habitante de sus yates. E ir a cenar con cierta sensación de exclusividad.

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